A
las dos de la tarde del pasado Viernes Santo, partió de la antigua colegiata de
Santa María de Borja la comitiva del pregón, cuya finalidad es la de anunciar
por calles y plazas la celebración, unas horas más tarde, del Entierro de
Cristo. Responde a una antigua tradición, en virtud de la cual la hora de los
entierros era dada a conocer en los lugares públicos por unas “avisadoras”
encargadas de este cometido. En este caso, siendo el fallecido hijo de un
carpintero, esta misión era llevada a cabo por la cofradía de San José hasta
que, tras la restauración del Entierro de Cristo después de la Guerra de la
Independencia, se hizo cargo del pregón la cofradía de las Almas. Pero,
comoquiera, que además de hijo de carpintero es Hijo de Dios, el acto adquiere
especial solemnidad y en él participan representantes de todas la cofradías.
Abre
la marcha la bandera negra del Entierro de Cristo que es portada por la
cofradía de San Bartolomé, en atención al hecho de ser la más antigua de la
ciudad. No es, por lo tanto, una bandera de la cofradía, como ahora se hace
constar, sino de todo el conjunto.
Le
sigue una persona que lleva la maza enlutada que, en su origen, era la del
cabildo de la colegial. Le rodeaban algunos miembros de la cofradía de las
Almas con su hábito negro, ceñido con el cordón franciscano y tocados con
terceroles. Esta era el único hábito autorizado en el momento de la fundación
de esta ceremonia, para todas las cofradías, aunque poco a poco, han ido
adoptando otros más coloristas.
También,
con el propósito de dotar de mayor vistosidad a una comitiva especialmente
austera, se incorporó la cofradía de San Juan Evangelista, con su Agrupación de
Cornetas y Tambores.
El
primer pregón se canta junto al pórtico de la colegiata. Tras el redoble de una
caja destemplada y el toque de atención con una corneta, el encargado de ello
entona el pregón cuyo texto es el siguiente:
Devotos fieles cristianos,
amigos de Jesús Nazareno,
Hijo de María Santísima,
que acaba de morir
por la Redención del mundo,
acudiréis a las ocho de la tarde
a solemnizar su entierro,
a llorar al pie de la Cruz nuestros
pecados.
Pater noster, Ave María.
Tras
rezar el Padrenuestro y el Avemaría que,
cuando lo había, era iniciado por el Prior de la cofradía, la comitiva
reemprende la marcha.
Este
mismo proceder se sigue en distintos puntos del casco antiguo de la ciudad,
como puede apreciarse en las fotografías que ha realizado D. Enrique Lacleta y,
en las que a través de bellos encuadres, puede apreciarse el interés de un
conjunto que, en estos días, se encuentra en la fase definitiva para su
declaración como Bien de Interés Cultural.
La
última parada tiene lugar al pie de las torres de Santa María, en cuyo interior
penetra la comitiva por la puerta del claustro, en donde acaba de finalizar una
nueva fase de su restauración, mientras se prepara ya la siguiente para que
esta espléndida obra arquitectónica recobre todo su esplendor.
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