D.
Fernando Castellot Lamelas nos ha remitido esta curiosa fotografía que viene
rotulada como “el autobús de Mariano Gimeno a su llegada a Zaragoza”. Es verdad
que se trata de uno de aquellos legendarios autobuses que partían desde Borja y
tenían su garaje junto a la curva del hospital. Pero la fotografía no está
tomada en la capital aragonesa, sino que, como ha precisado nuestro experto
geógrafo D. Leandro José Galindo, lo que aparece en la imagen es la plaza de la
Seo de Tarazona. Los edificios no son iguales ahora; pero al fondo se ve el
puente sobre el Quéiles y el arranque de la calle Marrodán.
Sin
embargo, el interés de este testimonio gráfico radica en poner de manifiesto
las condiciones en las que se viajaba, con multitud de bultos en el interior y
en la baca, desde la que el conductor y el cobrador (la cartera está colgada
del piloto trasero) bajan un cerdo, no sabemos si vivo. En trayectos más cortos,
la baca era ocupada también por los viajeros, sentados sobre los bultos y hasta
ataúdes, como en el caso de una famosa anécdota, de todos conocida, en la que,
en el transcurso de un trayecto, del ataúd salió una mano, mientras la persona
que se había guarecido en el interior preguntaba “¿Llueve u qué?”, provocando
el espanto de su compañeros de viaje entre los que hubo algún herido al
arrojarse a la carretera.
Ya
hemos publicado otras imágenes de esa empresa, entre ellas la de un autobús
aparcado en la plaza de España de Borja, movido por gasógeno, artilugio
utilizado en la postguerra (el calderín que se ve en la parte posterior) para
impulsar el vehículo, dada la escasez de gas-oil y gasolina por la que
atravesamos en aquellos momentos de bloqueo.
A
Zaragoza se viajaba en el ferrocarril de Borja a Cortes, para enlazar allí con
los trenes que llevaban a la capital, o en los autovías como el que aparece en
la imagen, en el que puede verse a D. Mariano Gimeno, propietario de la citada
línea de autobuses. Después se hizo en los de la empresa Hernández que tuvieron
y siguen teniendo la concesión y a los que se apedreaba en aquellos dramáticos
momentos del cierre de nuestra línea, al grito de “¡Tren, sí! ¡Coche, no!”.
Otros tiempos…
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