El 8
de mayo se ha venido celebrando durante siglos la fiesta conocida como de San
Miguel de mayo, en la que se recordaba un milagroso suceso acaecido el año 490
en la localidad italiana de Gargano, donde existe un monte que, en la
actualidad, lleva el nombre de este arcángel. Allí existe una cueva en donde se
había refugiado el toro de un ganadero que no pudo recuperarlo, incluso
lanzando contra el animal una flecha que, inexplicablemente, cambió su
trayectoria yendo a clavarse en el ojo de quien la había disparado. El hecho se
resolvió con la intervención de San Miguel, el cual manifestó su deseo de que
se le tributara culto en aquel lugar y cuando el obispo se desplazó hasta allí,
encontró ya un altar en el interior de la gruta donde también habían quedado
marcadas las huellas del príncipe de las milicias celestiales.
En
aquel monte se construyó el magnífico templo que aparece en la imagen superior
y la cueva es además de gran belleza geológica. La fiesta se celebraba con
especial solemnidad en muchos lugares, aunque tras las reformas litúrgicas
promovidas por San Juan XXIII, fue relegada del calendario, para evitar
duplicidad con la de septiembre. Algo parecido ocurrió con la “Cruz de mayo” y
otras fiestas muy arraigadas, sin que se haya podido percibir, al cabo del
tiempo, las ventajas de estas medidas, al menos en la religiosidad popular.
Lo que
probablemente muchos ignoran es que en Borja se celebraba muy especialmente,
dado que cada 8 de mayo se acudía en rogativa al Santuario de Misericordia. En
ella participaban el cabildo de la colegiata y la corporación municipal, por
obligación impuesta en las ordinaciones de la ciudad. Era el ayuntamiento quien
sufragaba los gastos originados por la comida y refresco que se daban, cuya
cuantía figuraba establecida en un artículo de las citadas ordenanzas, aunque
era habitual que se incrementara por acuerdo plenario o se restringiera en caso
de dificultades económicas.
La
romería tenía como excusa el pedir el auxilio divino para que no faltara la
lluvia en unos momentos especialmente necesarios para el campo, aunque
evidentemente, tuvo siempre un carácter lúdico y de convivencia entre las
autoridades civiles y religiosas. En mayo invitaba el ayuntamiento y el cabildo
correspondía en otra ocasión que comentaremos.
La
comida se servía en el interior del Caserón y en ella participaban las
autoridades y las personas a las que tenían derecho de invitar. En 1741, debido
a las penurias por las que atravesaba la ciudad, se decidió prescindir de los
invitados, acordando que la comida fuera solo de dos principios: “sopa y olla”,
aunque por la tarde se sirvió “agua clara y chocolate”.
A la
romería acudían también muchos “pobres” a los que el ayuntamiento repartía pan
y una olla que, por los gastos aprobados en cada ocasión, se guisaba con
legumbres, especialmente judías, y arroz en ocasiones. En 1799, se dispuso que
para evitar la confusión y desorden que se ocasionaban con motivo del “bautismo
del pan” que tenía lugar por la tarde de ese día, se diera doble ración a
mediodía. No hemos encontrado más datos sobre esa costumbre del bautizo.
Por
otra parte, se consignaba también una cantidad para dar cebada a las
caballerías en las que se desplazaban las autoridades y era costumbre enviar la
comida a las casas de quienes no iban a la romería, lo que motivo que, algunos
años, la asistencia fuera menor, por lo que se suprimió dicha práctica.
El
único recuerdo que ha quedado de esa celebración es el retablo dedicado a San
Miguel en la iglesia del Santuario, costeado por unos sacerdotes, aunque en
fecha muy posterior al del inicio de esta antigua romería, mucho más importante
que las hemos conocido, todas ellas iniciadas en el siglo XIX.
Por
otra parte, en Talamantes, localidad que tiene como Patrón a San Miguel con
ermita propia, el día 8 de mayo era la
fecha elegida para que los mozos plantaran el mayo que, en realidad, eran
varios colocados en diferentes lugares del casco urbano.
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