martes, 8 de abril de 2025

Dos hermanos de Ainzón cuyos hijos triunfaron en la Argentina

         Esta es la fascinante historia de los hermanos Andrés y Pedro Tabuenca Romanos, naturales de Ainzón, que nos ha relatado D. Carlos Balaga, sobrino nieto de ellos, los cuales constituyen un sorprendente ejemplo de superación, partiendo prácticamente de la nada.

         Andrés era el tercero de cinco hermanos. Había nacido en 1880 y, en 1914, abrumado por las dificultades económicas por las que atravesaba en su localidad natal, decidió emigrar a la Argentina, destino al que encaminaban sus pasos, por entonces muchos españoles.

         Estaba casado con Marcelina Gracia, con la que ya había tenido dos hijos, Alejandro y Emilio, pero no dudó en dejarlos aquí con la esperanza de llevarlos consigo cuando mejorase su situación. 

 


         Se estableció en Amstrong, una localidad del departamento Belgrano, al sur de la provincia de Santa Fe, distante unos 150 kilómetros de la capital. Entonces era un modesto municipio, que creció tras la llegada del ferrocarril.

         Trabajó como agricultor y, cuando su situación mejoró, trajo desde Ainzón a su mujer y a sus dos hijos. En Argentina nacieron otros tres hijos: José, Juan y Luis.

         Mientras Marcelina permaneció, en compañía de sus hijos, en Ainzón, un hecho trascendental estaba llamado a cambiar la suerte de la familia. El padre de Marcelina había tenido algún contacto con la religión adventista y, posiblemente por esa razón, ella recibió la visita de una persona que le ayudó a mejorar su cultura elemental, le enseñó a leer la Biblia y le dio a conocer la fe adventista.

         Al final, abandonó la Iglesia Católica y se adhirió a la nueva religión, algo no exento de peligros en aquellos momentos. No obstante, tanto en Ainzón como en Argentina, tras la llegada a este país, Marcelina ejerció su fe con sencillez y de forma callada, dando ejemplo con su conducta.

         Su marido nada sabía de lo que le había ocurrido a su esposa y, aunque le costó aceptarlo, terminó siguiendo sus pasos y abandonó costumbres que tenía muy arraigadas, como el consumo del vino y el rudo lenguaje que utilizaba.


         Por entonces llegó, desde Ainzón, su hermano menor Pedro, al que vemos aquí con la familia que formó más tarde. Habían muerto sus padres, a los que cuidaba y quiso seguir los pasos de su hermano Andrés.

         La primera sorpresa que tuvo fue descubrir que Andrés era otra persona, muy distinta a la que había conocido. Además de no beber ni “maldecir”, vio al matrimonio leyendo la Biblia todos los días, mientras que los sábados, abandonando todos los trabajos acudían al templo.



         Pedro permanecía ajeno a todo ello, entre otras cosas porque era analfabeto, pero hubo una propuesta que le sedujo, la de iniciar su formación en el Colegio Adventista del Plata, fundado por el uruguayo Luis Ernst, que comenzó sus actividades en Las Tunas (Santa Fe) y luego se trasladó a Entre Ríos.

         Allí llegó Pedro, aprovechando la posibilidad que se le ofrecía de pagar sus estudios con el trabajo. Se matriculó en Primaria en 1919, causando sorpresa el ver a un hombre ya mayor, entre niños pequeños.

 

Pero, aún más llamativo fue el interés con el que se aplicó a los estudios, logrando graduarse en un tiempo record, prosiguiendo su formación hasta convertirse en ministro de la fe adventista, siendo enviado como misionero a Ecuador y más tarde a Perú y Bolivia.

 


         El éxito de Pedro fue lo que indujo a la familia de Andrés a trasladarse a la provincia de Entre Ríos, situada al norte de la de Buenos Aires, entre los ríos Paraná y Uruguay, que la separa de la República Oriental del Uruguay.

         Allí estaba el Colegio Adventista, donde querían que sus hijos recibieran educación adecuada y para ello el padre se hizo cargo del cuidado de la huerta, en 1922, hasta su jubilación en 1949. Su labor y la de su bondadosa esposa dejaron una profunda huella en todos los que les conocieron.

         De esa forma lograron que tanto sus hijos mayores, los nacidos en Ainzón, Alejandro y Emilio, como los menores, José Luan y Luis, cursaran carreras. Pero de ellos, al igual que de sus primos (los hijos de Pedro) hablaremos otro día, porque todos alcanzaron puestos preeminentes.


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