El 14 de abril de 1893 nació en Chércoles (Soria) D. Federico Bordejé Garcés. Su padre era miembro de la Guardia Civil y pasó destinado a Borja, donde transcurrió toda la infancia de D. Federico, en la que dio muestras se su despierta inteligencia, siendo elegido para recitar las poesías de salutación que entonces se ofrecían a los personajes destacados que visitaban la ciudad, como el Presidente del Gobierno D. Segismundo Moret o el general Polavieja.
A los 16
años aprobó brillantemente las oposiciones de ingreso en el Cuerpo de Correos,
al que perteneció toda su vida, viajando como responsable de la valija
diplomática por toda Europa.
Especialmente
interesando por el Patrimonio Cultural, fueron frecuentes sus colaboraciones en
los periódicos borjanos, publicadas con el seudónimo de “Pedro de Atarés”,
resaltando la importancia de los monumentos locales. También colaboró con otros
medios de difusión como El Noticiero
de Zaragoza, La Época de Madrid o las
revistas Aragón y Blanco y Negro.
En 1920 mandó construir una casa en el Santuario de Misericordia, donde pasaba la temporada estival, recorriendo distintas localidades, fotografiando los aspectos más destacados o dibujándolos en unos cuidadosos cuadernos de campo que se conservan en nuestro Centro.
Allí le sorprendió la
Guerra Civil, en el transcurso de la cual fue saqueada su casa de Madrid,
perdiendo su biblioteca y todas sus colecciones que, sin embargo, fue
reconstruyendo con empeño y tesón, como ocurrió con la primera edición de sus
Cartas a unos muchachos españoles, de la que solo se salvaron unos pocos
ejemplares (dos de los cuales conservamos en nuestra biblioteca), que reeditó
tras la guerra.
En 1951, junto con el marqués de Sales, fundó
la Asociación Española de Amigos de los Castillos en la que desarrolló una gran
labor, como experto que era en poliorcética. Tenía el carnet nº 1 y fue
distinguido con la Medalla de Oro. Ahora, sus libros se conservan en esa
asociación, cuya biblioteca lleva su nombre.
Federico
Bordejé fue un hombre singular, prototipo del hidalgo español que, desde la
distancia, profesó un apasionado amor a Borja, viajando siempre con tierra de
nuestra ciudad en un pequeño saquete, aunque no pudo lograr su sueño de
reposar, como él quería “a la sombra de su castillo que modeló mi carácter y
despertó en mí, unas vocaciones y sentimientos que iluminaron mi vida”. Una
vida fiel a su lema de “Sentir, servir y sufrir”.
Falleció en Tolosa el 25
de abril de 1978, pero su recuerdo permanece vivo entre todos los que le
conocimos, en quienes supo despertar un cariño especial hacia nuestro
patrimonio, reforzado con la lectura de las obras que escribió.
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