jueves, 25 de mayo de 2017

El sorprendente caso del niño prodigio de Fuendejalón


         Fue D. Juan María de Ojeda Castellot quien nos puso sobre la pista del “pequeño filósofo” de Fuendejalón, a raíz de la publicación en Heraldo de Aragón, en su sección “Hace 100 años” de una noticia referida a un niño al que denominaban con ese apelativo y que, en compañía de su padre, había visitado al Rector de la Universidad y al Gobernador Civil.




         Dos días, en la misma sección, volvía a aparecer Melchor Lamana, el muchacho de Fuendejalón al que pensaban dar una pensión, para lo cual lo habían sometido a un examen. A nosotros, la noticia nos había pasado desapercibida y, por otra parte, no teníamos la más mínima referencia sobre este caso, del que desconocíamos todas sus circunstancias. Afortunadamente, gracias a las ventajas que ofrecen Internet y la excelente biblioteca de nuestro Centro, en muy poco tiempo, hemos podido conocer la trayectoria de ese muchacho, con resultados concluyentes.




         La primera sorpresa fue constatar que del “caso” de Fuendejalón se hicieron eco periódicos nacionales, como El Imparcial, La Vanguardia o los diarios madrileños de la noche La Acción y El Día. Pero también apareció la noticias y artículos dedicados al mismo en otros medios locales como El Diario de Huesca o incluso la revista Cádiz-San Fernando” en la que entre las crónicas sobre la I Guerra Mundial, aparecía un artículo dedicado a Melchor Lamana, firmado por Abilio Muiños Adán “Alumno de enseñanza libre del Instituto de Pontevedra.
         A través de las informaciones publicadas en ellos, hemos podido reconstruir lo ocurrido para que despertara tan extraordinario interés. Melchor Lamana era hijo de unos modestos agricultores de Fuendejalón que, según las noticias de aquellos días, tenía 16 o 17 años (posiblemente menos, como luego veremos), sin más formación que la recibida en la Escuela de la localidad. A pesar de ello, había ya leído y asimilado las obras de filósofos tales como Rousseau, Kant, Schopenhauer y Nietzsche. Especialmente interesado por la Literatura, conocía a la perfección las de dramaturgos como Shakespeare, Ibsen o Calderón de la Barca. También había leído las novelas de Tolstoi, Gorki, Anatole France o Pérez Galdós, entre otras muchas.

         Pero, esta enciclopédica cultura, poco frecuente en un muchacho de su edad hubiera permanecido oculta en su localidad natal, si no hubiera estado acompañada de un toque de audacia que dio un vuelco a su vida.


Federico Oliver Crespo

         Porque, a raíz del estreno en 1914 de la obra Los semidioses, del famoso escritor y dramaturgo (también escultor) D. Federico Oliver Crespo (1873-1957), Melchor le escribió desde Fuendejalón una carta en la que le felicitaba por ella, destacando su gran contenido social. Probablemente, la misiva quedó sin respuesta pero el famoso Director del Teatro Español no debió olvidarla, pues cuando, tres años después, encontrándose con su compañía, actuando en el Teatro Circo de Zaragoza, recibió otra comunicación del joven fuendejalonero, diciéndole que había escrito una obra de teatro, le invitó a ir a la capital aragonesa y allí se presentó Melchor, vestido modestamente y calzando alpargatas. Al principio, dado su aspecto no le dejaban entrar pero llevado, finalmente, a presencia del Director, no solo aceptó leer el drama, sino que le invitó a presenciar la representación de El crimen de todos, al término de la cual le llevaron a la redacción de Heraldo de Aragón, donde con gran rapidez escribió una acertada crítica de la misma.
         La noticia del “descubrimiento” efectuado por una persona tan conocida y prestigiosa como Federico Oliver tuvo un eco inmediato, amparada por el entusiasmo de la primera actriz Carmen Cobeña que propuso estrenar en Madrid la obra del joven de Fuendejalón.

         A partir de ese momento, destacadas personalidades de la Cultura como Mariano de Cavia, Natalio Rivas o Antonio Royo Villanova le manifestaron su apoyo, que también le fue dispensado por el Gobernador Civil, el Presidente de la Diputación, o el Rector de la Universidad. Fue en este clima de entusiasmo cuando la Diputación Provincial, tras el examen relatado al principio, le otorgó una pensión de 1.500 pesetas anuales para que pudiera cursar estudios oficiales.


Mariano de Cavia

         Ello dio lugar a una cierta tensión entre los que querían que fuera a Madrid y los que preferían que se quedara en Zaragoza. Mariano de Cavia llegó a publicar en Heraldo de Aragón un artículo titulado “Los peligros de la Corte”, del que se hizo eco El Imparcial, en el que alertaba sobre los riesgos a los que podía verse sometido el precoz muchacho si lo enviaban a la capital de España, donde El Día publicó el 24 de abril de 1917, un artículo de Alberto Marín Alcalde, titulado “No vengas, Melchor, no vengas”, en el que con un tono evidentemente jocoso calificaba de “crimen horrendo” lo que querían hacer con Melchor “desgraciado zagalillo, a quien estos fieros sayones de la intelectualidad quieren arrancar de la paz geórgica de su aldea”. Para el articulista, la mayor desgracia del joven había sido aprender a leer, pues a causa de ello había adquirido la popularidad que le iba a conducir a ese salto frecuente de “niño prodigio” a ser “crucificado en el Gólgota de sangrientos sarcasmos”.

         Afortunadamente, los negros presagios de ese artículo no se cumplieron, como tendrán ocasión de comprobar nuestros lectores en otro artículo en el que responderemos al interrogante que, como a nosotros, se les habrá despertado: ¿Qué fue de Melchor Lamana? Les aseguramos que merece la pena conocerlo.

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