Días
pasados se suscitó un interesante debate en torno al hallazgo de la imagen de
la Virgen de Misericordia que, supuestamente, fue encontrada al abrir los
cimientos para la construcción del claustro de la colegiata de Santa María.
El
historiador D. Alberto Aguilera Hernández puso en duda la realidad de esa
circunstancia, provocando opiniones encontradas desde los que aportaban datos
tomados de obras que han tratado sobre este asunto hasta sugerencias,
probablemente bienintencionadas, para que se aportaran datos que avalaran esa
hipótesis.
En
toda investigación histórica la carga de la prueba corresponde a cada una de
las partes, tanto a los que expresan una opinión como a los que la contradicen.
Pero, lo cierto es que, hasta el momento, no existe ningún dato concluyente que
permita afirmar que la imagen de la Virgen fue enterrada y encontrada,
accidentalmente, “siglos” después.
Por
el contrario, es más lógico afirmar lo contrario, a partir del análisis de una
serie de datos relacionados con la historia de la imagen y, sobre ellos,
intentaremos aquí expresar nuestra opinión que, como toda aportación, está
abierta al debate científico, debiendo señalar que son los historiadores y los
historiadores de Arte quienes están llamados a tomar un papel relevante en este
tipo de cuestiones académicas, ya que los demás, tan sólo podemos limitarnos a
expresar nuestras modestas opiniones que, en la mayoría de los casos, carecen
del rigor y la profundidad exigibles.
En
primer lugar, debemos tomar en consideración la fecha de ejecución de la
imagen. Afirmar, como hizo el P. Juan de Villafañe en su Compendio Histórico en que se da noticia de las milagrosas y devotas imágenes
de la Reyna de Cielos y Tierra María Santísima que se veneran en los más
célebres santuarios de España, publicada en 1726, que la imagen es anterior
a “la pérdida de España, por la invasión de los Moros”, siendo escondida por
“algunos piadosos cristianos” para que “no fuese ultrajada”, es algo
absolutamente insostenible en la actualidad. Entre otras razones porque, desde
el punto de vista estilístico, la imagen no puede datarse en una fecha anterior
al siglo XIV.
Una imagen muy similar
es la de Ntra. Sra. de las Nieves de Tauste, datada a comienzos esa centuria, aunque al
compararlas debemos recordar que, en el caso de la Virgen de Misericordia,
fueron sustituidas las cabezas de la talla en 1703. Probablemente, en ese
momento, el autor de la reforma, el escultor bilbilitano Gregorio de Messa,
reemplazó también las manos que, con las cabezas eran los únicos elementos
visibles, ya que el resto permanecía oculto por el manto que la recubrió hasta
el siglo pasado.
Por otra parte, y
aunque ello en nada afecte a esta cuestión, debemos recordar que, tras la
invasión musulmana, los habitantes de Borja, al igual que los de otros muchos
lugares, abrazaron con fervor la nueva religión, hasta el punto de que, como es
bien sabido, el conde Casio, la máxima autoridad hispano-visigoda de la zona,
dio origen a la dinastía de los banu Qasi, tras su conversión al Islam.
Ninguno de quienes se ocuparon en el
pasado de ella hace referencia a que fuera hallada enterrada. La fuente más
antigua, citada por autores posteriores, corresponde al Tratado de Imágenes del agustino fray Gregorio de Santa Ana,
escrito en 1623. Allí se afirma, únicamente, que es tradición constante que la
Virgen se encontraba en el capítulo de canónigos de la ciudad. El P. Roque
Alberto Faci en su Aragón Reino de Cristo
y dote de María Santísima, aparecido en 1739, tampoco hace alusión al
enterramiento. Por el contrario afirma que “su primera casa pereció en el
fuego”. Junto con apreciaciones un tanto discutibles, recoge la opinión del
benedictino fray Gregorio de Argáiz que, en La
Soledad laureada por San Benito y sus
hijos en las Iglesias de España y teatro monástico de la Santa Iglesia, ciudad
y obispado de Tarazona, editado en 1675, afirmaba que “estaba de tiempos
muy antiguos en el claustro de la iglesia colegial, ya tan gastada que la misma
polilla y quera mostraba su mucha antigüedad y daba ocasión a que no se tuviera
con ella la devoción que era justo, hasta que la Virgen, queriendo renovar sus
maravillas, la tomó y eligió para que fuese el objeto y el empleo de la
devoción de los de Borja, porque comenzó a hacer, por medio de aquella imagen,
tales milagros en los enfermos y devotos que la pusieron luego en un lugar más
decente”. El P. Argáiz se está refiriendo a la situación de la imagen en el
siglo XVI.
Todo
ello, nos lleva a plantearnos el papel de la misma en la iglesia de Santa
María. Por sus dimensiones, muy notables, podemos considerar que era la titular
del templo que siempre estuvo dedicado a la Virgen María. Como es sabido esta
iglesia sufrió graves daños durante la guerra de los Pedros, a mediados del
siglo XIV, siendo preciso reedificarla. Esto justificaría esa alusión al fuego
de “su primer casa”. Como la imagen se salvó, tuvo que seguir siendo la titular
del templo, una vez reacondicionado.
Pero,
Santa María fue erigida en colegiata por bula del Papa Eugenio IV en 1445 y
otra de Nicolás V en 1449, así como por decreto episcopal de 1452. Debemos
señalar la influencia que, para lograr este objetivo, tuvo la reina Dª María de
Castilla, esposa de Alfonso V de Aragón, que residió aquí por ser Borja cámara
de la reina. Dª María contribuyó, además, con sus donativos al ornato del
templo, algunos de los cuales están documentados como los “paños de ras” que
dio para el presbiterio, o la decoración de las vidrieras realizada por Juan
Fernández Rodríguez, el “maestro de Ambel”.
Tras
convertirse en colegiata, el cabildo acometió importantes obras de
remodelación, siendo ampliada la nave por la cabecera e iniciando la
construcción del claustro, un elemento imprescindible para la nueva condición
del templo. Todo ello culminaría con el encargo de un espectacular retablo,
cuyas tablas se conservan en el Museo de la Colegiata que fue capitulado con
los hermanos Zahortiga en 1460. En un documento encontrado por D. Francisco
Oliván se afirma que, en 1465, se realizó un pago a cuenta por los trabajos de
dicho retablo.
Son
importantes estas fechas pues nos indican que, hasta ese momento, el retablo no
existía y, por lo tanto, la imagen titular seguiría siendo esa imagen sedente
de la Virgen. Debemos señalar que, en la tabla central de la gran obra de los
Zahortiga, también aparece la imagen de la Virgen entronizada.
Curiosamente,
es en 1465 cuando Juan II de Aragón otorga la licencia precisa para iniciar los
trabajos de construcción del claustro. Por lo tanto, aunque las obras se
retrasaran algo, las fechas son sospechosamente coincidentes respecto a la
construcción del nuevo retablo y la posibilidad de que, al abrir los cimientos,
hubiera aparecido enterrada esta imagen. Algo completamente impensable
tratándose de la titular de la iglesia en aquellos momentos.
Pero
es que, como hemos visto, ninguno de los autores citados indica que estuviera
enterrada. Tan solo el P. Juan de Villafañe señala que fue “hallada… entre las
antiguas ruinas de una antiguo edificio que se demolió para levantar una
fábrica en la antigua iglesia colegial de Santa María”. El P. Faci ni tan
siquiera alude a este hecho que Villafañe fundamenta en “la tradición que corre
entre los vecinos de Borja”, algo completamente inconsistente como sucede con
la mayor parte de las supuestas “tradiciones”, especialmente en los casos que
se refieren a apariciones y hallazgos “portentosos”.
En
opinión de quienes se han ocupado más recientemente de este tema, es mucho más
razonable pensar que, tras la colocación del nuevo retablo, la imagen quedó
depositada en otro lugar del mismo templo, siendo objeto de la veneración
propia de una obra de esta relevancia.
En
los archivos de Santa María no existe ningún dato que haga referencia al
supuesto hallazgo de la Virgen. No fue hasta 1539 cuando el cabildo tomó la
decisión de edificar un templo dedicado a María sobre una antigua ermita
situada en la Muela Alta que estaba dedicada a Santa Eulalia. Las obras
finalizaron en 1546 y, en esos momentos, aparece el primer documento en el que
se cita expresamente a la Virgen. Se trata de la licencia para trasladarla
desde la colegial hasta la antigua ermita de Santa Eulalia que, ahora, se
intitulaba “Santa María de la Misericordia”. En dicho documento se autoriza el
traslado “de cierta imagen de la Virgen María de vuestra iglesia”, sin ninguna
mención a su origen ni a la advocación de la misma. Parece, por lo tanto, que
el nombre de Misericordia lo tomó del nuevo lugar y no al contrario.
Podrá
argumentarse que al pie de la imagen aparece registrado el nombre de
Misericordia. Disponemos de varias fotografías. La más antigua corresponde al
estado de la misma, antes de la última restauración pero cuando ya habían sido
sustituidas las cabezas de la Virgen y el Niño, en 1703, por Gregorio de Messa.
En la base del trono puede leerse “Mater Misericordia”. La palabra “Mater”
aparece con contracciones, mientras que se ha escrito “Misericordia”, en lugar
del genitivo “Misericordiae” que sería más lógico, aunque este tipo de errores
solían ser frecuentes.
El
triste destino de la imagen se vio inmerso en una nueva “restauración”
perpetrada en el siglo XX, como consecuencia de la cual quedó irreconocible,
aunque se volvió a pintar la inscripción correctamente: “Mater Misericordiae”.
Mientras
tanto, la leyenda del enterramiento había hecho fortuna y de ella se hicieron
eco eruditos locales como Rafael García que la incluyó en su conocida obra
sobre la historia de Borja, junto con otras como la de la vaca, carente también
de cualquier fundamento. Que el Prof. D. Ramón María Garriga y Nogués la
refleje en su obrita sobre el Santuario, tampoco reviste especial significado.
El Prof. Garriga era catedrático de Griego de la Universidad de Barcelona, de
la que fue rector, y un gran devoto de María a la que dedicó varios libros,
pero ni era un especialista en la materia, ni pretendía serlo, limitándose a
recoger tradiciones de dominio público. Su trabajo que reviste especial interés
como testimonio de la época que vivió pero, en modo alguno, puede servir como
argumento para este tipo de disquisiciones históricas, pues se limitó a reunir las
opiniones entonces en boga.
Para
los borjanos, la “realidad” del hallazgo de la imagen se vio corroborada por
una lápida colocada en el supuesto lugar en el que se produjo, en una de las
alas del claustro. Pero la lápida es muy reciente y en ella aparecen algunos
errores como el de la fecha u otro muy curioso, el de un escudete con las
barras de Aragón que se grabó en la túnica de la Virgen, interpretando como tal
lo que tan sólo era un elemento ornamental de la policromía de la imagen, con
la “M” de María.
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