lunes, 11 de junio de 2012

Sobre el supuesto hallazgo de la Virgen de Misericordia


            Días pasados se suscitó un interesante debate en torno al hallazgo de la imagen de la Virgen de Misericordia que, supuestamente, fue encontrada al abrir los cimientos para la construcción del claustro de la colegiata de Santa María.
            El historiador D. Alberto Aguilera Hernández puso en duda la realidad de esa circunstancia, provocando opiniones encontradas desde los que aportaban datos tomados de obras que han tratado sobre este asunto hasta sugerencias, probablemente bienintencionadas, para que se aportaran datos que avalaran esa hipótesis.
            En toda investigación histórica la carga de la prueba corresponde a cada una de las partes, tanto a los que expresan una opinión como a los que la contradicen. Pero, lo cierto es que, hasta el momento, no existe ningún dato concluyente que permita afirmar que la imagen de la Virgen fue enterrada y encontrada, accidentalmente, “siglos” después.
            Por el contrario, es más lógico afirmar lo contrario, a partir del análisis de una serie de datos relacionados con la historia de la imagen y, sobre ellos, intentaremos aquí expresar nuestra opinión que, como toda aportación, está abierta al debate científico, debiendo señalar que son los historiadores y los historiadores de Arte quienes están llamados a tomar un papel relevante en este tipo de cuestiones académicas, ya que los demás, tan sólo podemos limitarnos a expresar nuestras modestas opiniones que, en la mayoría de los casos, carecen del rigor y la profundidad exigibles.




            En primer lugar, debemos tomar en consideración la fecha de ejecución de la imagen. Afirmar, como hizo el P. Juan de Villafañe en su Compendio Histórico en que se da noticia de las milagrosas y devotas imágenes de la Reyna de Cielos y Tierra María Santísima que se veneran en los más célebres santuarios de España, publicada en 1726, que la imagen es anterior a “la pérdida de España, por la invasión de los Moros”, siendo escondida por “algunos piadosos cristianos” para que “no fuese ultrajada”, es algo absolutamente insostenible en la actualidad. Entre otras razones porque, desde el punto de vista estilístico, la imagen no puede datarse en una fecha anterior al siglo XIV.




Una imagen muy similar es la de Ntra. Sra. de las Nieves de Tauste, datada  a comienzos esa centuria, aunque al compararlas debemos recordar que, en el caso de la Virgen de Misericordia, fueron sustituidas las cabezas de la talla en 1703. Probablemente, en ese momento, el autor de la reforma, el escultor bilbilitano Gregorio de Messa, reemplazó también las manos que, con las cabezas eran los únicos elementos visibles, ya que el resto permanecía oculto por el manto que la recubrió hasta el siglo pasado.
Por otra parte, y aunque ello en nada afecte a esta cuestión, debemos recordar que, tras la invasión musulmana, los habitantes de Borja, al igual que los de otros muchos lugares, abrazaron con fervor la nueva religión, hasta el punto de que, como es bien sabido, el conde Casio, la máxima autoridad hispano-visigoda de la zona, dio origen a la dinastía de los banu Qasi, tras su conversión al Islam.




           Ninguno de quienes se ocuparon en el pasado de ella hace referencia a que fuera hallada enterrada. La fuente más antigua, citada por autores posteriores, corresponde al Tratado de Imágenes del agustino fray Gregorio de Santa Ana, escrito en 1623. Allí se afirma, únicamente, que es tradición constante que la Virgen se encontraba en el capítulo de canónigos de la ciudad. El P. Roque Alberto Faci en su Aragón Reino de Cristo y dote de María Santísima, aparecido en 1739, tampoco hace alusión al enterramiento. Por el contrario afirma que “su primera casa pereció en el fuego”. Junto con apreciaciones un tanto discutibles, recoge la opinión del benedictino fray Gregorio de Argáiz que, en La Soledad laureada por San Benito y sus hijos en las Iglesias de España y teatro monástico de la Santa Iglesia, ciudad y obispado de Tarazona, editado en 1675, afirmaba que “estaba de tiempos muy antiguos en el claustro de la iglesia colegial, ya tan gastada que la misma polilla y quera mostraba su mucha antigüedad y daba ocasión a que no se tuviera con ella la devoción que era justo, hasta que la Virgen, queriendo renovar sus maravillas, la tomó y eligió para que fuese el objeto y el empleo de la devoción de los de Borja, porque comenzó a hacer, por medio de aquella imagen, tales milagros en los enfermos y devotos que la pusieron luego en un lugar más decente”. El P. Argáiz se está refiriendo a la situación de la imagen en el siglo XVI.
            Todo ello, nos lleva a plantearnos el papel de la misma en la iglesia de Santa María. Por sus dimensiones, muy notables, podemos considerar que era la titular del templo que siempre estuvo dedicado a la Virgen María. Como es sabido esta iglesia sufrió graves daños durante la guerra de los Pedros, a mediados del siglo XIV, siendo preciso reedificarla. Esto justificaría esa alusión al fuego de “su primer casa”. Como la imagen se salvó, tuvo que seguir siendo la titular del templo, una vez reacondicionado.
            Pero, Santa María fue erigida en colegiata por bula del Papa Eugenio IV en 1445 y otra de Nicolás V en 1449, así como por decreto episcopal de 1452. Debemos señalar la influencia que, para lograr este objetivo, tuvo la reina Dª María de Castilla, esposa de Alfonso V de Aragón, que residió aquí por ser Borja cámara de la reina. Dª María contribuyó, además, con sus donativos al ornato del templo, algunos de los cuales están documentados como los “paños de ras” que dio para el presbiterio, o la decoración de las vidrieras realizada por Juan Fernández Rodríguez, el “maestro de Ambel”.
            Tras convertirse en colegiata, el cabildo acometió importantes obras de remodelación, siendo ampliada la nave por la cabecera e iniciando la construcción del claustro, un elemento imprescindible para la nueva condición del templo. Todo ello culminaría con el encargo de un espectacular retablo, cuyas tablas se conservan en el Museo de la Colegiata que fue capitulado con los hermanos Zahortiga en 1460. En un documento encontrado por D. Francisco Oliván se afirma que, en 1465, se realizó un pago a cuenta por los trabajos de dicho retablo.




            Son importantes estas fechas pues nos indican que, hasta ese momento, el retablo no existía y, por lo tanto, la imagen titular seguiría siendo esa imagen sedente de la Virgen. Debemos señalar que, en la tabla central de la gran obra de los Zahortiga, también aparece la imagen de la Virgen entronizada.




            Curiosamente, es en 1465 cuando Juan II de Aragón otorga la licencia precisa para iniciar los trabajos de construcción del claustro. Por lo tanto, aunque las obras se retrasaran algo, las fechas son sospechosamente coincidentes respecto a la construcción del nuevo retablo y la posibilidad de que, al abrir los cimientos, hubiera aparecido enterrada esta imagen. Algo completamente impensable tratándose de la titular de la iglesia en aquellos momentos.
            Pero es que, como hemos visto, ninguno de los autores citados indica que estuviera enterrada. Tan solo el P. Juan de Villafañe señala que fue “hallada… entre las antiguas ruinas de una antiguo edificio que se demolió para levantar una fábrica en la antigua iglesia colegial de Santa María”. El P. Faci ni tan siquiera alude a este hecho que Villafañe fundamenta en “la tradición que corre entre los vecinos de Borja”, algo completamente inconsistente como sucede con la mayor parte de las supuestas “tradiciones”, especialmente en los casos que se refieren a apariciones y hallazgos “portentosos”.
            En opinión de quienes se han ocupado más recientemente de este tema, es mucho más razonable pensar que, tras la colocación del nuevo retablo, la imagen quedó depositada en otro lugar del mismo templo, siendo objeto de la veneración propia de una obra de esta relevancia.




            En los archivos de Santa María no existe ningún dato que haga referencia al supuesto hallazgo de la Virgen. No fue hasta 1539 cuando el cabildo tomó la decisión de edificar un templo dedicado a María sobre una antigua ermita situada en la Muela Alta que estaba dedicada a Santa Eulalia. Las obras finalizaron en 1546 y, en esos momentos, aparece el primer documento en el que se cita expresamente a la Virgen. Se trata de la licencia para trasladarla desde la colegial hasta la antigua ermita de Santa Eulalia que, ahora, se intitulaba “Santa María de la Misericordia”. En dicho documento se autoriza el traslado “de cierta imagen de la Virgen María de vuestra iglesia”, sin ninguna mención a su origen ni a la advocación de la misma. Parece, por lo tanto, que el nombre de Misericordia lo tomó del nuevo lugar y no al contrario.




            Podrá argumentarse que al pie de la imagen aparece registrado el nombre de Misericordia. Disponemos de varias fotografías. La más antigua corresponde al estado de la misma, antes de la última restauración pero cuando ya habían sido sustituidas las cabezas de la Virgen y el Niño, en 1703, por Gregorio de Messa. En la base del trono puede leerse “Mater Misericordia”. La palabra “Mater” aparece con contracciones, mientras que se ha escrito “Misericordia”, en lugar del genitivo “Misericordiae” que sería más lógico, aunque este tipo de errores solían ser frecuentes.




            El triste destino de la imagen se vio inmerso en una nueva “restauración” perpetrada en el siglo XX, como consecuencia de la cual quedó irreconocible, aunque se volvió a pintar la inscripción correctamente: “Mater Misericordiae”.
            Mientras tanto, la leyenda del enterramiento había hecho fortuna y de ella se hicieron eco eruditos locales como Rafael García que la incluyó en su conocida obra sobre la historia de Borja, junto con otras como la de la vaca, carente también de cualquier fundamento. Que el Prof. D. Ramón María Garriga y Nogués la refleje en su obrita sobre el Santuario, tampoco reviste especial significado. El Prof. Garriga era catedrático de Griego de la Universidad de Barcelona, de la que fue rector, y un gran devoto de María a la que dedicó varios libros, pero ni era un especialista en la materia, ni pretendía serlo, limitándose a recoger tradiciones de dominio público. Su trabajo que reviste especial interés como testimonio de la época que vivió pero, en modo alguno, puede servir como argumento para este tipo de disquisiciones históricas, pues se limitó a reunir las opiniones entonces en boga.




            Para los borjanos, la “realidad” del hallazgo de la imagen se vio corroborada por una lápida colocada en el supuesto lugar en el que se produjo, en una de las alas del claustro. Pero la lápida es muy reciente y en ella aparecen algunos errores como el de la fecha u otro muy curioso, el de un escudete con las barras de Aragón que se grabó en la túnica de la Virgen, interpretando como tal lo que tan sólo era un elemento ornamental de la policromía de la imagen, con la “M” de María.

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