La Semana Santa borjana, por la suma de actos que reúne, la antigüedad de los mismos y su belleza, merecería su declaración de Interés Turístico. De hecho, a petición del entonces Alcalde D. Luis María Garriga, el Centro de Estudios Borjanos elaboró el correspondiente expediente, junto con el del Rosario de Cristal, aunque al final desde el Ayuntamiento decidieron cursar únicamente el del Rosario.
Sin embargo, ello no justifica la escasa atención que, desde algunas instituciones oficiales, se le dispensa y las nulas referencias en los medios de comunicación. Es probable que, desde aquí, se haga muy poco por mejorar esa percepción.
En este
artículo queremos destacar algunas peculiaridades de lo que constituye el eje
central de nuestra Semana Santa, el Entierro de Cristo. Poco después del
mediodía, se lleva a cabo su pregón, que corre a cargo de la cofradía de las
Almas, organizadora del evento, desde su recuperación, tras la Guerra de la
Independencia.
Es un pregón
cantado, muy bonito, que, desde hace tiempo, viene interpretando Mariano Irache
Cabañero, aunque nos ha comunicado que este año era el último en el que lo ha
llevado a cabo. Esperemos que continúe muchos más.
Otro acto que
despierta la atención del público es de la recogida de los “angelicos”, esos pequeños
protagonistas que van a tener un papel primordial en el desarrollo de la ceremonia
final del Entierro de Cristo.
Van a buscarlos
a sus domicilios la Unidad de Alabarderos con el centurión al frente. Este año
se daba la curiosa circunstancia de que todos los alabarderos eran alabarderas,
y la figura del centurión también era interpretada por una joven.
Estos días
hemos visto diversos comentarios sobre la participación en el desfile procesional
de Ateca de un esqueleto real, que representa a la muerte. Pero, en Borja, también
sale con su guadaña en la que figura escrito “A nadie perdono”. En este caso es
una representación escultórica, pero tras ella marcha dos personas que portan
un cráneo real y un recipiente con cenizas.
Muy curiosa es
la presencia de dos figuras femeninas que representan a la Paz y la Justicia,
la primera con una palma y la segunda con una espada, ambas coronadas y
llevando una cartela en la que puede leerse un versículo del salmo 84 “Iustitia
et Pax osculatae sunt” (La Paz y la Justicia se besan).
La cofradía de
San Bartolomé porta el “Velo del Templo”, un pequeño retablo con cortina, que,
en el momento en el que sea colocado el primer sello sobre el arca del Señor se
descorrerá, recordando la referencia del Nuevo Testamento a cuando se rasgó el
velo del Templo de Jerusalén, tras la muerte del Señor.
El núcleo
central de la comitiva lo constituye el arca con la estatua yacente de Cristo,
que será sellada más tarde. Va escoltada por los alabarderos y, detrás, marchan
los allegados, formando el “Duelo del Señor”, como en cualquier entierro.
Al frente de
ellos debe ir una bandera negra en la que consta esa inscripción de “El Duelo
del Señor”, pero por razones que ignoramos este año no estaba en su lugar, sino
que iba al principio de la comitiva, acompañando a los niños que portan las “Arma
Crhisti” o símbolos de la Pasión, algo muy importante que, sin embargo, ha quedado
reducido a su mínima expresión.
Pero, entre las
curiosidades de nuestro Entierro de Cristo, una de las que más llaman la
atención es la imagen articulada de la Virgen de los Dolores, porque mueve los
brazos y baja la cabeza, en ademán de llorar.
Esto es posible
merced a unos resortes dotados de cuerdas que una persona se encarga de mover
para conseguir ese efecto tan llamativo. En relación con este paso, cabe
destacar que, desde la desaparición de la cofradía que se encargaba del mismo,
su labor ha sido asumida por representantes de otras cofradías que desfilan con
los hábitos de cada una de ellas.













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