En el último número de la revista Patrimonio Cultural y Derecho, que reseñamos en otro artículo, el periodista de Heraldo de Aragón, aborda la cuestión de la desaparición de importantes obras en la biblioteca de la Seo de Zaragoza, merced a un hurto (que no robo), llevado a cabo a mediados del siglo XX, con la complicidad de los encargados de su custodia. En él aborda otro importante tema, planteado por John Paul Floyd en su obra A Sorry Saga, el de la posible recuperación de algunas de las obras desaparecidas, a pesar de la prescripción del delito.
Es posible que
muchos de nuestros lectores no recuerden unos hechos que, en su momento,
alcanzaron gran eco, tanto dentro como fuera de España y que, con
posterioridad, han sido objeto de varios estudios.
La historia
comienza cuando un italiano Enzo Ferrajoli, que había combatido en España,
durante la Guerra Civil, y se había establecido en Barcelona, ejerciendo como
librero anticuario, contacta con el canónigo bibliotecario de la Seo, D.
Leandro Aína, ganando su confianza, así como la de su secretario D. Salvador
Torrijos.
A cambio de
compensaciones económicas, que comenzaron siendo modestas, hasta alcanzar
cifras más elevadas, les propone “adquirir” determinadas obras de la
biblioteca, que comienzan a salir de ella, sin que nadie se percate.
Por increíble
que pueda parecer, ello fue posible por el descontrol existente en la
biblioteca y, por supuesto, merced a la colaboración de quien tenían la
obligación de velar por la conservación de esos fondos. Lo patético es que el
italiano salía con los paquetes de libros, auxiliado por el portero de la
biblioteca D. Jerónimo Sebastián, que amablemente se los llevaba hasta el
coche. Una vez en Barcelona, a través de una sólida red clientelar Ferrajoli
los fue vendiendo a coleccionistas y bibliotecas de diversos países, donde aún
permanecen.
Suele afirmarse
que las obras sustraídas fueron 583, aunque se sospecha que el número llegó a
ser superior. Muchas de ellas de enorme valor, como la colección de manuscritos
en griego u otros hebraicos, así como incunables y obras consideradas únicas.
El escándalo
estalló, de manera accidental, cuando otro canónigo D. José Goñi, de la
catedral de Pamplona, quiso consultar un libro, que ya conocía, descubriendo
con sorpresa que había desaparecido, al igual que otros de gran valor.
Puesto el hecho
en conocimiento de las autoridades eclesiásticas y civiles, las indagaciones
condujeron a la detención del italiano y sus cómplices. Los civiles fueron
llevados a la cárcel de Torrero y los eclesiásticos a un convento de la capital
aragonesa.
El Juzgado de
Instrucción nº 3 instruyó una causa por hurto, de resultas de la cual fueron
procesados y juzgados Enzo Ferrajoli, el canónigo D. Leandro Aina, su
secretario Salvador Torrijos, el farmacéutico zaragozano Enrique Aubá (que
había adquirido varios libros) y el portero D. Jerónimo Sebastián Menadas.
El italiano fue
condenado a 8 años y 1 día; el canónigo y su secretario a 2 años, 4 meses y 1
día; el portero a la misma pena que los anteriores; mientras que el
farmacéutico y bibliófilo fue absuelto por entender que las compras habían sido
realizadas de buena fe. Ninguno de los condenados llegó a cumplir íntegra su
condena. El italiano murió poco después y los restantes no tardaron mucho en
ser indultados.
Hasta aquí, el
relato sumario de lo acaecido, pero el artículo del periodista del Heraldo
se centra en otro aspecto curioso, el de la investigación realizada en torno al
famoso mapa de Vinlandia, por parte del investigador aficionado británico John
Paul Floyd.
El conocido
como mapa de Vinlandia fue descubierto en 1957 dentro del códice Hystoria
Tartarorum (Historia de los Tártaros) e, inicialmente, causó un enorme
impacto dado que aparecía representada la supuesta isla de Vinlandia que, en
realidad correspondía a las costas del norte de América, lo que suponía que
alguien había llegado a América, antes que Colón.
El mapa
adquirido por el empresario Paul Mellón fue donado a la universidad de Yale en
1965, pero algún tiempo después su autenticidad fue puesta en duda, tanto por
pruebas analíticas como por el hecho de la perfección con la que está trazado
el contorno de Groenlandia, cuando aún no se sabía que era una isla.
El estudio de
John Paul Floyd llega ahora más lejos, ya que ha conseguido precisar que el
códice perteneció la biblioteca de la Seo, ligando el nombre de Ferrajoli al
fraude del mapa, que nada tiene que ver con el códice, sino que fue elaborado a
partir de dos pergaminos también procedentes de catedral zaragozana.
Junto con todo
ello, el artículo del periodista del Heraldo plantea la posibilidad de
poder recuperar algunos de los libros de esa biblioteca, especialmente los que
están en la universidad de Yale, muy cuidadosa en estas cuestiones. Distintos
es el caso del British Museum que, desde el principio, obstaculizó todos los
intentos para que volvieran a su procedencia, entre los que sobresalieron las
gestiones realizadas por D. Xavier de Salas, por entonces Agregado Cultural en
la embajada de España en Londres.






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