Jerónimo Borao y Clemente, nacido en Zaragoza el 11 de agosto de 1821, fue uno de los más ilustres aragoneses del siglo XIX, cuya personalidad resumía el marqués de la Cadena, afirmando que “fue Borao matemático, licenciado en Derecho, catedrático de Filosofía y Letras con la asignatura de Literatura, historiador, filólogo, poeta, dramaturgo, biógrafo, Director General de Enseñanza, Diputado a Cortes, Senador del Reino y Rector de la Universidad cesaraugustana en tres ocasiones”.
Borao fue un asiduo visitante del Santuario de Misericordia de Borja, su lugar de reposo, al que acudía todos los años, para disfrutar de las excelencias de su clima y del grato ambiente que entonces existía en ese lugar, punto de encuentro de destacadas personalidades de la época.
Al Santuario le
dedicó un “Saludo poético”, que fue editado por el M. I. Ayuntamiento de Borja
en 1875, en el que cantaba la “sublime naturaleza, en todo portentosa”, de ese
lugar en el que “alejado de la ciudad que me agobia, entro en el seno tranquilo
de la soledad silenciosa”. Para Borao, el Santuario es “joya que tiene en sus
lindes Borja, cuyo alto linaje la hace noble entre las nobles aragonesas
ciudades”.
Era entonces Alcalde de la ciudad
D. José Marquina Comat, un personaje del que no disponemos de muchos datos,
pero sabemos que fue alumno de la Escuela Especial de Matemáticas del Real
Seminario Científico Industrial, creado en la localidad vasca de Vergara, en
1850, y en el que, durante los diez años que permaneció abierto, cursaron
estudios 187 alumnos procedentes de los más diversos lugares.
Marquina fue alcalde en 1874,
durante seis meses, tras la caída de la I República, y volvió a desempeñar este
cometido durante otros doce, a partir del 9 de enero de 1875 el mismo día en
que retornó a España Alfonso XII, después de haber sido reinstaurada la
monarquía el 29 de diciembre anterior.
Ahora, acabamos
de encontrar, en el archivo de la familia Ojeda, el texto manuscrito de ese
poema, dedicado al Santuario, fechado en ese mismo lugar el 19 de agosto de
1875. Lleva la firma de Borao cuyo amor al Santuario queda patente en los dos
últimos versos en los que afirma que “siendo tuyo del todo, nunca me encuentro
más mío”.





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