Las dificultades económicas por las que atravesó la monarquía en el siglo XVIII para hacer frente a los requerimientos que se le formulaban o para allegar fondos, hizo que se recurriera a la venta de títulos nobiliarios.
En el caso de
conventos y monasterios el procedimiento utilizado no deja de ser curioso. Ante
una petición de ayuda económica, se les podía autorizar a la venta de uno o varios
títulos, que les facilitaban en blanco, enajenándolos al mejor postor que
encontraban, en muchos casos a residentes en tierras americanas.
Francisco Andújar
Castillo y María del Mar Felices de la Fuente, en un artículo publicado en Chronica
Nova (33, 2007), con el título “Nobleza y venalidad: el mercado eclesiástico
de venta de títulos nobiliarios en el siglo XVIII” estudian esta cuestión y, en
ese trabajo hemos encontrado el caso del convento de Nuestra Señora del Carmen
de Sádaba.
Este convento
de carmelitas calzados, había sido fundado en 1603, por iniciativa del concejo
de la villa. Pero, durante la Guerra de Sucesión el convento fue demolido por
el conde de Sopat, para evitar que cayera en manos de las tropas austracistas,
que se habían hecho fuertes en Ejea de los Caballeros.
Al final de la
guerra, los frailes, que no tenían donde alojarse, se dirigieron a Felipe V,
para que les ayudara en su reconstrucción, a la que también colaboraron con sus
limosnas los vecinos de Sádaba.
Fue entonces,
cuando el rey les concedió dos títulos de Castilla para que pudieran venderlos,
como así hicieron. Uno de ellos lo adquirió, por la suma de 22.000 ducados D.
Luis Francisco Cruz Mesía, un comerciante que era regidor perpetuo de Almería,
al que se le dio a elegir entre titularse conde o marqués.
Eligió el de
marqués de Dos Fuentes, denominación tomada de una finca que tenía su suegro,
D. Pablo Berbel, el marjal de Dos Fuentes, en el término municipal de Tabernas
(Almería).
En la posesión
de dicho título se sucedieron cuatro personas, siendo la última D. Antonio
García-Serón y Leonés, fallecido en 1855 sin descendencia, quedando vacante.
Pero, en 1910, fue rehabilitado por Alfonso XIII en la persona de D. Fernando
de Antón del Olmet y López, que no tenía ningún vínculo familiar con los
anteriores marqueses. Era un diplomático que fue embajador en China y un
escritor que intentó, sin conseguirlo, ser nombrado académico de la Real
Academia Española.
El otro título
vendido por el convento de Sádaba fue adquirido por D. Lorenzo López Porras,
que escogió el nombre de marqués de Villalópez. Es curioso que, en el momento
de la concesión, se le menciona como caballero de Santiago, aunque hay información
sobre que su pretensión de obtener un hábito había sido desestimada
anteriormente. Posiblemente, lo consiguió más tarde.
Era un abogado
que había ejercido como “abogado de pobres”. En la Biblioteca Provincial de Huesca
se conserva un manuscrito suyo, con el título Alphabetum juris civilis,
que puede ser consultado en red, en la Biblioteca Virtual de Aragón.
Había sido encargado
del asiento del pan y la cebada de la tropa de los Reales Sitios y del ganado
de las Reales Caballerizas, pero, además, había efectuado préstamos a la Corona
por un importe de dos millones de reales. Sabemos también que fue el primer representante
en Madrid, donde residía de la Real Compañía de Comercio y Fábricas de Zaragoza.
No hemos podido
establecer la sucesión en el título de sus primeros poseedores que debió quedar
vacante hasta que, en 1983, fue rehabilitado en la persona de D. Ricardo Benedí
Mir, barón de Santa Olalla, siendo expedida carta de sucesión, en 1994, a favor
de Ricardo Benedi Royo, actual poseedor.
Hasta aquí los
títulos vendidos por el convento de Sádaba, que no fueron los únicos en Aragón,
pues el monasterio de San Victorián dispuso de tres, cuatro el monasterio de
Sant Engracia en Zaragoza y uno el de San Juan de la Peña, a los que podemos
hacer referencia otro día.
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