En
un artículo anterior recordamos el formidable aspecto que debió presentar
nuestro castillo, con esa mole central revestida de sillares, y rodeado de
murallas que delimitaban el espacio de una importante ciudadela a la que se
accedía por la llamada “Puerta del Cierzo”.
Dentro
de aquella ciudadela se encontraba la judería, quedando sus moradores bajo la
protección directa de la Corona. Entre sus obligaciones estaba la de reparar
los muros del castillo, siempre que hiciera falta.
Cuando
los judíos fueron expulsados de España en 1492, el Cinto quedó deshabitado y,
por este motivo, se facilitó casa a todos los moriscos que quisieran pasar a
residir en el mismo, asumiendo las obligaciones que habían tenido los judíos,
respecto a la conservación del castillo.
Pero,
cuando en 1610, son expulsados los moriscos, el recinto vuelve a quedar
abandonado con el agravante de que, en esos momentos, ya había perdido su
cometido militar, iniciando un proceso de deterioro que se vio acelerado al
permitir el ayuntamiento que se emplearan los sillares del castillo y de las
murallas para las nuevas construcciones.
Conocemos
que, en la segunda mitad del siglo XVIII, se utilizaron en diversas obras
realizadas en los conventos de Santa Clara, de la Concepción y en viviendas
particulares. Concretamente, se tiene constancia de la cesión de “seis u ocho
piedras del castillo” al Dr. Amar, para su casa de la calleja del Rey. Pero,
fueron muchos los que, con anterioridad, recurrieron a este procedimiento.
De
hecho, desde la salida de los moriscos, la ruina fue imparable. El 11 de enero
de 1654 el ayuntamiento, ante el “peligro de caerse el antepecho del castillo”,
ordenó cerrar la puerta del Cierzo y el paso “para que nadie pudiese pasar por
allí”. Se impedía, por lo tanto, el acceso al Cinto, mientras que se ordenaba
el derribo de ese “antepecho” cuyo alcance no conocemos, aunque “gastando en
ello lo menos posible”.
En
1675, se desprendió una gran roca ocasionando graves daños en varias casas. Una
de las afectadas fue la del médico D. Francisco Sallent, padre de varios
personajes destacados, entre ellos la célebre poetisa Sor Mariana Sallent y el
obispo auxiliar electo de Valencia que llevaba el mismo nombre que su padre. Para
el desescombro de las viviendas destruidas hubo que ordenar un vecinal.
En
1732, se realizaron nuevas obras de demolición, a cargo de Pedro Gómez, “por
amenazar evidente ruina”.
Con
objeto de impedir los derrumbes provocados por el deterioro y la erosión que se
advertía en una roca de mala calidad, a la que se había privado de la
protección de los sillares, fueron construidos tres grandes pilares de ladrillo
en fecha que desconocemos, aunque, desde luego, posterior a la expulsión de los
moriscos y, por lo tanto, es imposible que fueran obra de Antón de Veoxa, como
se ha señalado en ocasiones. Por el aspecto de la obra, con los ladrillos a
tizón, parece más bien de finales del XVII o posterior.
Es
cierto que resolvieron el problema en la parte que da al Cinto, pero en la zona
central los desprendimientos continuaron, llegando a solicitar el ayuntamiento,
en 1865, la demolición completa de la peña. A ello se opuso el arquitecto
provincial D. Félix Navarro atendiendo “al inmenso gasto que produciría el
rebaje total de la roca”. En su lugar, se optó por abrir una zanja en torno a
todo el peñón para impedir que las piedras desprendidas cayeran sobre las
casas. Más tarde se consolidó con otro pilar la cueva existente en la parte de
poniente.
Un aspecto
interesante es el referido a las estructuras que hubo sobre la roca. Algunos
especialistas han llegado a sugerir que nuestro castillo, al igual que algunos
ejemplos del Pirineo, dispuso de una superestructura de madera, aunque no
disponemos de ninguna prueba.
Que
hubo alguna construcción desaparecida lo demuestra el hecho de que uno de los
pilares sobresale bastante sobre el actual nivel superior. No hubiera tenido
sentido darle esa altura, en caso de no existir estructuras que fuera necesario
sostener. Cuando se perdieron, el pilar quedó como un elemento característico
de ese extraño conjunto. Su cima, esa “piringota” del castillo, representaba un
reto inalcanzable para los más audaces jóvenes y el lugar desde el que, según
una leyenda urbana, se lanzó uno de los pioneros del paracaidismo mundial,
pertrechado de un gran paraguas y con el resultado previsible.
No
obstante, todos hemos llegado a ver restos de construcciones sobre el castillo,
lo que parecía un aljibe o impluvium
y hasta muros con aspilleras. Es probable que correspondieran a época
distintas, aunque debemos recordar que, durante la primera guerra carlista, se
estableció un cuerpo de guardia en el castillo, en el que llegaron a prestar
servicio un oficial, dos cabos y 12 milicianos. Por lo tanto, algún elemento
pudo pertenecer a ese último servicio militar ya que no estamos seguros de que
el puesto de observación que, para vigilar el paso de aviones, durante la
última guerra civil, se creó en Borja, no creemos que estuviera en el castillo
sino en el monte de la Corona.
A
finales de los años 60 del pasado siglo, comenzó a abrirse una grieta en la
zona de poniente que fue agrandándose paulatinamente. Tras la creación del
Centro de Estudios Borjanos, en 1968, se efectuó un seguimiento de la misma y,
en diversas ocasiones, se alertó sobre el peligro que representaba. Los
técnicos consultados no presentaron nunca una propuesta razonable para hacer
frente al mismo y lo único que se hizo, en un momento dado, fue limpiar y
agrandar la zanja perimetral. Al final, en fecha no muy lejana, se desprendió
una gran masa de roca que afectó a varias viviendas cercanas. La mayor parte
del castillo fue cubierto con una red metálica y se realizaron algunos
anclajes.
Es evidente
que esta medida ha servido como protección ante pequeños desprendimientos,
aunque ha modificado el aspecto del castillo, impidiendo el paso por el pequeño
túnel que comunicaba ambos lados.
Sin
embargo, el deterioro de la roca prosigue. Se advierten grietas inquietantes, a
pesar de los anclajes, por lo que no es aventurado suponer que habrá nuevos
desprendimientos.
El
último de ellos modificó sustancialmente
la configuración del castillo en su parte central, habiendo quedado
sensiblemente estrechada.
Pero mayor fue la
afectación en la parte anterior, donde prácticamente desapareció la cueva
situada a poniente y la supuesta cisterna perdió uno de sus muros laterales. Es
de suponer que el deterioro continuará por esta zona que, en un plazo no
demasiado grande, se reducirá considerablemente, pudiendo llegar a cortarse por
completo a la altura del túnel.
El
problema es de muy difícil solución ya que la propia configuración del terreno
no parece permitir la adopción de medidas eficaces. Lógicamente, se debe
recabar la opinión de especialistas en la materia pero el proceso iniciado en
el siglo XVII, cuando se comenzó a retirar los sillares, ha ido provocando
sucesivos problemas hasta llegar a la situación actual.
No hay comentarios:
Publicar un comentario