En
estos días en los que, según la tradición, se acude a visitar los cementerios,
queremos referirnos al antiguo humilladero de Borja que, en la actualidad, está
unido al recinto de nuestro camposanto y lo hacemos con fotografías inéditas
realizadas por Enrique Lacleta.
El
humilladero es un templete de planta octogonal que, en su origen, albergó la
cruz de término de la ciudad, un símbolo de jurisdicción que se asoció al
concepto de picota como lugar en el que se exponían los condenados a la
vergüenza pública. Estaba situado en un altozano, cerca del límite del término
municipal que, en aquellos momentos lindaba con Magallón.
Su
fábrica es de ladrillo, con arcos de medio punto en cada uno de sus lados,
entre pilastras. Sobre ellos se dispone el alero de doble hilada de ladrillos,
la inferior de listel y la superior de pico. Sobre cada pilastra existe un
pináculo prismático de ladrillo. Disponía de una pequeña espadaña con campana,
por lo que habría que añadirlo a la relación de campanarios que publicamos hace
unos meses.
Se
cubre con tejado a ocho vertientes, rematado por otro pináculo cilíndrico en el
centro. Al interior se cierra con una cúpula semiesférica ciega.
Respecto
a su construcción todavía existen problemas sin aclarar. Se sabe que, en
febrero de 1555, el consejo de Borja encargó al maestro de Alonso González la
fábrica de las iglesias de Ribas, Maleján y Albeta, así como el humilladero. González
llegó a levantar la iglesia de Maleján, pero tuvo que abandonar la obra de las
de Ribas y Albeta. No se sabe si terminó el humilladero, aunque se construyó en
esa época.
Diversos
autores han señalado que, en 1739, fue reedificado. Sin embargo, como hemos
probado, en ese momento, lo que se hizo a instancias del corregidor D. Fernando
del Busto y Aguilar, fue reponer la cruz de término que estaba arruinada y
cerrar las “claraboyas y agujeros que hay, con el fin de que las aves nocturnas
no se refugien allí, alterando la decencia del lugar”.
Por
lo tanto, podemos deducir que la obra actual es la original y que los arcos
estaban ya cerrados antes del siglo XVIII. De hecho, en el camino de Albeta,
aún puede apreciarse la primitiva puerta, ahora condenada. Respecto a la cruz,
sabemos que en ella figuraban las imágenes de “Cristo Nuestro Señor y de
Nuestra Señora de los Dolores”. Fue desmontada en el siglo XIX y sus restos
arrojados al osario, donde todavía se podían ver a comienzos del siglo XX.
Al
construirse el cementerio, a comienzos del siglo XIX, se adaptó el humilladero
como capilla, abriendo una puerta al interior del mismo. Sobre ella se colocó
una lápida conmemorativa cuyo texto era el siguiente, según transcripción de
Rafael García, cuando no había sufrido el deterioro que ahora se aprecia en
algunas de sus partes: “Amplisimun hoc cemeterium justa aediculam vivifica olim
cruci sacran, novisime refecta, arque Dolorosae desparae solemniter dicatan. Ad
tuendam civium sanitaten. D. Julianu a Calleja, utriusque Juris Complutensis
doctor Borgiae que fidelisimae Urbis Praetor, publico sumptu construit fuit.
Anno Dne. MDCCCXXII. Nonis Auguste D. Ferndinando VII regnante”, a la que, sin
duda, los expertos latinistas que nos leen, pondrán alguna pega, desde el punto
de vista gramatical. En ella se hace referencia a la construcción del cementerio
en 1822 y al corregidor de aquellos momentos D. Julián Calleja.
Sobre
ella, están las letras DOM, abreviatura de “Deo Optimo Maximo”, una adaptación
cristiana de la frase utilizada por los romanos “Iovi Optimo Maximo” (IOM), en
referencia al dios Júpiter.
En
el interior se encuentran tres altares con sus respectivas mesas, adosadas a la
pared, imitando mármol.
En
el central, situado, entre columnas con capitel jónico, existe un lienzo de la
Virgen Dolorosa, con Cristo yacente a sus pies. Tiene el corazón traspasado por
una gran espada. En la parte inferior la corona de espinas y la inscripción
INRI que estuvo en la cruz que se adivina, sobre un altozano, entre las de los
dos ladrones.
Está
rematado con un frontón triangular y, sobre el mismo, un tondo ovalado con un
lienzo en el que está representado San Roque, con sus atributos
característicos. Viste traje de peregrino con las vieiras en la esclavina. Se
toca con sombrero de ala ancha y lleva en su mano izquierda el bordón con la
calabaza, mientras que con la derecha muestra la llaga de su pierna. Junto a
él, el perro con el pan en la boca que lo alimentaba, cuando cayó víctima de la
peste mientras atendía a los afectados por esta terrible epidemia.
En
el altar de la izquierda, aparece San Francisco con Cristo Crucificado que le
abraza, mientras María contempla la escena. Es una de las representaciones más
características del Santo y hace referencia a su renuncia a todos los bienes
terrenales para seguir a Cristo que lo acoge en su regazo, tras desclavar uno
de sus brazos de la cruz. San Francisco acerca su boca a la del costado para
sorber esa sangre que brota de la herida como, también, de las de sus manos,
representada de manera muy realista. Hay que recordar que el Santo fue uno de
los pocos casos en el que se reprodujeron los estigmas de la Pasión.
Habitualmente,
los pies de San Francisco suelen apoyarse en el globo terráqueo, como expresión
de ese desprendimiento al que hacíamos referencia. En este caso lo hace sobre
un podio, a manera de escalera en el que figuran cuatro virtudes cristianas:
Caridad, Humildad, Obediencia y Paciencia.
En
el altar de la derecha, aparecen las Almas del Purgatorio, entre llamas,
mientras que un ángel conduce hacia el Paraíso a una que ya purgado su culpa
con esa pena del alejamiento de Dios que, en la iconografía clásica, se
representaba con unas llamas similares a las del Infierno, aunque la Teología
siempre distinguió el carácter temporal de este castigo, muy diferente a los
condenados, por toda la Eternidad.
Dentro
de este pequeño recinto, se advierte la huella de la primitiva puerta con un
óculo en el que, ahora, está colocado el Sagrado Corazón de Jesús. Es muy
interesante, asimismo, la disposición del pavimento, realizado en ladrillo.
Esta
es la pequeña historia del antiguo humilladero que hoy abre sus puertas al
cementerio y cuyo interior es muy poco conocido por los borjanos.
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