La tradición de asesinar, cada siglo, al máximo representante del poder en Borja, se inició el 12 de enero de 1712 cuando fue asesinado el corregidor D. Antonio Fernández Treviño, un suceso que conmocionó a la ciudad. El hecho hay que enmarcarlo en un momento histórico en el que, tras la guerra de Sucesión y los decretos de Nueva Planta, Aragón había sido dividido en corregimientos, siendo nuestra ciudad cabeza de uno de ellos que, por cierto, comprendía un amplio territorio.
D. Antonio Fernández
Treviño era catedrático de la Universidad de Zaragoza y había sido nombrado en
septiembre de 1711, siendo el primer corregidor que vino a reemplazar a D. Juan
de San Gil y del Arco, perteneciente a una familia de clara lealtad borbónica,
que había sido Gobernador Militar y Político de la ciudad.
Ante la gravedad de lo
acaecido fue enviado el Teniente General D. Gaspar de Ocio y Mendoza, al mando
de ocho batallones que tuvieron que ser alojados aquí y en otras localidades
del entorno, en previsión de lo que pudiera ocurrir.
Las autoridades
municipales intentaron localizar al homicida y fueron registrados los
conventos, por si se hubiera acogido a sagrado, como era frecuente. Se ofreció
una recompensa de 500 escudos a quien proporcionara alguna pista fiable y se
pudo encontrar la vaina de la espada del agresor que, sin embargo, no pudo ser
identificado.
Mientras tanto, todos los
miembros de la corporación vistieron de luto y dos regidores acudieron a la
casa de la viuda, Dª Antonia Nasarre, para darle el pésame. El funeral tuvo
lugar en la mañana del 15 de enero, en la colegiata de Santa María y todas las
campanas de la ciudad estuvieron doblando a duelo durante varias horas.
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