Hace algunas semanas, Pedro Domínguez Barrios visitó el Santuario de Rodanas en Épila y, desde allí, nos trajo las imágenes de un bonito olivar existente en ese lugar, que publicamos en este blog.
Pero, también,
muy cerca del Santuario, tuvo la oportunidad de conocer las ruinas de la
explotación minera “La Esperanza”, que le impresionaron por encontrarse
enclavadas en un hermoso entorno natural que, en cierta manera, parece un oasis
dentro del árido terreno de su entorno.
Pero, también,
muy cerca del Santuario, tuvo la oportunidad de conocer las ruinas de la
explotación minera “La Esperanza”, que le impresionaron por encontrarse
enclavadas en un hermoso entorno natural que, en cierta manera, parece un oasis
dentro del árido terreno de su entorno.
Porque, en sus
inicios, “La Esperanza” se dedicaba a la transformación del mineral de cobre
extraído de esas minas y, en sus últimos años, fabricó Sulfato de Cobre que se
enviaba a Valencia, para tratar las viñas y frutales.
Las instalaciones
fueron construidas, de forma escalonada, en la ladera del monte, para aprovechar
la fuerza de la gravedad en el tratamiento del mineral.
En la parte más
alta se pesaba y, a través de una cinta, se llevaba a una tolva, a una máquina
trituradora y a un molino de rodillos, desde donde pasaba a un tanque circular,
donde se mezclaba con productos químicos, antes de continuar el proceso que aún
requería varias fases.
Por alguna
razón, más romántica que práctica, el complejo fue incluido en la Lista Roja de
Hispania Nostra, a pesar de ser completamente irrecuperable. En la descripción
justificativa se afirma que los edificios son sencillos y funcionales, siendo
el único elemento decorativo unas ménsulas escalonadas, como las que aparecen
en esta foto.
Junto a los
edificios industriales se construyeron dos casas: una para el encargado y otra
para el guarda. En la del primero había también un laboratorio, del que se
conservan los restos de sus azulejos. La casa del guarda es más sencilla y de
adobe.
Algo alejado
del complejo, fue construido un edificio de planta rectangular, compartimentado
en nueve viviendas, todas ellas con cocina-comedor y un dormitorio con literas.
Estaban destinadas a los trabajadores, aunque una de ellas quedaba reservada
para la Guardia Civil de Épila que, en ocasiones, pernoctaba en el lugar.
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