Cuando la tarde comenzaba a decaer, el Rosario hizo su aparición por la puerta del claustro de la colegiata de Santa María.
Siguen,
a continuación, el farol de Santo Domingo de Guzmán, donado por las
Congregaciones Marianas; y el farol del Clero que regalaron los sacerdotes de
la ciudad.
Luego, los cinco misterios gloriosos, con sus correspondientes Padre Nuestros, Ave Marías y Glorias. Fueron donados por: S.E. el cardenal D. Vicente Casanova y Marzol, el primero; la cofradía de Santa Lucía, el segundo; Dª Francisca Remón, el tercero; D. José María Otegui, el cuarto; y el quinto, regalado por la cofradía de San Isidro y el Sindicato Católico Agrícola que existía en el momento de la fundación del Rosario, en 1927.
Después,
los de la letanía, cada uno de ellos donado por una familia borjana que los
siguen portando, en la mayoría de los casos.
El
farol de la Salve fue regalado por la familia de D. Francisco Serrano y es uno
de los de mayor tamaño.
El más antiguo es éste que pertenecía al antiguo Rosario, aunque por su
belleza continuó formando parte del nuevo, con una pequeña imagen de la Virgen
en su interior.
Tras
él, desfilan las Hermandades de Nuestra Señora de la Peana de Barcelona y
Zaragoza, en las que se integran los borjanos residentes en esas ciudades.
También participan las
banderas, pendones y estandartes de todas las cofradías y asociaciones
religiosas de la ciudad.
Sin
duda, el farol más espectacular es el “de la ciudad” que fue donado por el M.
I. Ayuntamiento que, en aquellos momentos, presidía D. Dionisio Pérez Viana,
según acuerdo de 18 de febrero de 1928, siendo su importe el de 1.500 pesetas,
una cantidad muy respetable para la época.
Siguiendo
una antigua costumbre, delante de la Virgen desfilan los niños y niñas que ha
hecho la Primera Comunión, pocos días antes.
La
Virgen iba radiante en su trono, cuajado de flores, portado a hombros por un
nutrido grupo de voluntarios que gozan de este privilegio tras una dilatada
espera, en ocasiones.
Presidió
la procesión el Excmo. Sr. Obispo de la diócesis D. Eusebio Martínez,
acompañado por sacerdotes de Borja y del arciprestazgo.
Tras
ellos, la corporación municipal, bajo mazas, y la Agrupación Musical Borjana
que cerraba la comitiva.
Las
calles de la ciudad estaban repletas de público que, en diversas ocasiones,
ovacionó a su patrona y se emocionó cuando se cantaron jotas en su honor.
Ya
de noche, la Virgen retornaba a su templo, entre el sonar de las campanas y los
aplausos de las numerosas personas congregadas en los alrededores.
Pero
fue ya dentro de la colegiata, completamente abarrotada, cuando la emoción se
desbordó y, como es tradición, los acordes del himno nacional, quedaron
apagados por los vivas que brotaban de todas las gargantas y se redoblaban los
aplausos.
Con
la Virgen en el presbiterio, el Sr. Obispo pronunció una breve alocución en la
que agradeció la concesión del título de “Hijo Adoptivo de la ciudad” al que
fuera párroco de Borja D. Jesús Garcés y dejó patente su emoción por el fervor
desplegado por los borjanos a lo largo de este recorrido triunfal de nuestra
patrona por las calles de su ciudad.
Por
razones de espacio, es imposible ofrecer las numerosas fotografías realizadas
por D. Enrique Lacleta ni mostrarlas con la excelente resolución que tenían
originalmente. A pesar de la premura de tiempo, hemos querido, sin embargo, que
estén hoy a disposición de todos nuestros lectores.
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