El
edificio actual de Santa María de Borja es fruto de las sucesivas reformas a
las que fue sometido, desde el momento de fundación, todas las cuales han
dejado testimonios arquitectónicos.
Sabemos
que, en su origen, fue un templo románico, aunque hasta ahora no disponemos de
datos fehacientes sobre sus características ni sobre el momento de su
construcción. Se suele afirmar que la primera iglesia de Santa María fue
edificada, poco después de la Reconquista, fuera de las murallas. Es
significativa esta circunstancia, como el hecho de que todas las parroquias
borjanas fueran situadas al exterior de las mismas. Lo mismo ocurre con la
catedral de Tarazona, aunque en este caso, la elección del lugar parece
responder a la existencia, en ese mismo lugar, de un templo anterior,
relacionado con la antigua ciudad romana, como han venido a demostrar los
testimonios arqueológicos.
En
el caso de Santa María, cualquier persona que se acerque al espacio existente
junto al pórtico, podrán percatarse de que, junto al adarve de la iglesia
fortaleza levantada, tras la guerra de los dos Pedros, en el siglo XIV, se
advierte un lienzo de sillares, con marcas de cantero, correspondientes a la
primera iglesia románica. También pueden verse otros sillares en la base de un
contrafuerte, junto a una de las pilastras del pórtico.
En
ambos lugares, la procedencia de los sillares es evidente, aunque no pueda
asegurarse que fuera ese su emplazamiento original, pues de la impresión de que
fueron reaprovechados tras su derribo.
El
cuerpo inferior de la torre del reloj también es de sillares y, desde el
interior de la capilla de San Isidro, en el claustro, pueden apreciarse, así
como las evidencias de distintas etapas constructivas.
Por
otra parte, las personas que visiten la cripta de la iglesia, podrán advertir
que uno de sus muros, precisamente en el que se sitúa el Paso de la Muerte,
está formado con materiales de diversa procedencia, entre los que se encuentran
algunos sillares con marcas de cantero.
Pero
hoy queremos dejar constancia de otros testimonios, en gran parte desconocidos,
dada la dificultad que presenta su acceso. En concreto, nos estamos refiriendo
a los muros que son visibles desde la bóveda del claustro. Por una parte, allí
se aprecia una zona significativa del primer cuerpo de la torre del reloj.
Pero,
también, los sillares de la antigua iglesia integrados en el muro actual de la
nave. En este caso, están situados en su posición original y llama la atención
el desplazamiento de varios de ellos, lo que constituye un claro exponente de
los daños que había sufrido la fábrica del templo, obligando a su
reedificación.
Sobre
la zona de sillares se levantaron, en el siglo XIV, los nuevos muros de ladrillo, en los que se
abrían unos óculos que proporcionaban luz al interior de la nave. Todo ello
quedó oculto cuando se construyó el claustro, a finales del XV y comienzos del
XVI.
Por
esos óculos se puede penetrar en unos espacios, ahora cegados que,
posiblemente, fueron utilizados como capillas. En el primero existe esta
curiosa bóveda apuntada, realizada con sillares en los que se advierten marcas
de cantero.
El
segundo, también de piedra, está enfoscado y pintado imitando el despiece de
los sillares. Sobre su existencia ya habían llamado la atención Manuel Giménez
Aperte y José Carlos Escribano Sánchez, en un artículo publicado en Cuadernos de Estudios Borjanos, aunque
siguen planteando numerosos interrogantes.
En
estos momentos, Enrique Lacleta, autor de este reportaje, ha fotografiado
detenidamente, las distintas marcas de cantero que son visibles en diferentes
partes de la colegiata, como primer paso para un estudio comparativo con las de
otras construcciones de la época.
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