jueves, 3 de enero de 2013

La cúpula de la iglesia del convento de Santa Clara



            Sobre el crucero de este templo borjano, al que hemos dedicado varios artículos anteriores, se alza una cúpula ciega que, según el historiador Alberto Aguilera, estaba proyectada con una linterna que no llegó a realizarse.





            En el lugar que debía ocupar dicho sistema de iluminación se encuentra un lienzo circular en el que está representada la conocida escena en la que San Francisco recibe los estigmas de la Pasión de Cristo en el monte de la Verna. El suceso tuvo lugar en la madrugada del 14 de septiembre de 1224. San Francisco estaba orando, como tenía por costumbre, cuando se le apareció un serafín, en figura de hombre, con seis alas, quedando impresas en su cuerpo las Llagas de la Pasión. En el lienzo se ve al santo de rodillas y, entre las nubes, la cabeza de un ángel rodeada de alas, mientras descienden cinco hilos en dirección a los lugares donde quedarían impresos los estigmas: las dos manos y pies, junto con el costado. Sentado, al otro lado del árbol, se encuentra fray León, el hermano que le acompañaba en sus oraciones quien certificó la veracidad de lo ocurrido, acompañado por prodigios tales como una gran luz que asustó a los pastores de los alrededores y a unos arrieros que descansaban por allí, que se levantaron y aparejaron sus animales, creyendo que ya era de día. Todo el conjunto está enmarcado por una orla con flores.





            En las pechinas estaba previsto que se pintaran, como suele ser frecuente en muchos templos, las imágenes de los Cuatro Evangelistas. Tampoco se hicieron y, en la actualidad, figuran cuatro emblemas relacionados con la orden franciscana que, probablemente, fueron realizados en época más tardía.





            En el primero de ellos aparecen, de forma muy esquemática, las cinco llagas sangrantes, un emblema muy utilizado en la iconografía franciscana y que ya vimos en el altar del Santo Cristo de esta misma iglesia.





            Mucho más frecuente es este otro en el que sobre la Cruz, aparecen los brazos de Cristo y de San Francisco. De hecho es, por excelencia, el emblema de la orden. En esta iglesia lo vimos en el remate del altar mayor y en el centro del frontal del mismo altar.





            También hace referencia al episodio de la estigmatización este emblema en el que aparece la cabeza del serafín rodeada de alas, como la veíamos en el lienzo antes comentado.





            Finalmente, en este último está representada la Cruz del Santo Sepulcro, como expresión de la tradicional vinculación de la orden con los Santos Lugares, cuya presencia se remonta a sus primeros años de existencia y donde, en 1342, el papa Clemente VI les encomendó la “Custodia de los Santos Lugares”. En la actualidad la Custodia de Tierra Santa es una subprovincia de la orden que tiene como cometido el cuidado y la guarda de numerosos lugares bíblicos, la atención espiritual de los mismos y de otras muchas iglesias y parroquias, la dirección de diversos centros de formación y otras actividades de investigación que tienen sus principales cauces en el Instituto Bíblico Franciscano y el Estudio Teológico Jerosimilitano.





            De hecho, en el escudo de la Custodia aparecen dos de los emblemas comentados, los brazos con la cruz en el superior, y la cruz del Santo Sepulcro en el inferior. Conviene señalar que el origen de esta cruz, también llamada de Jerusalén, procede de la Primera Cruzada, siendo la enseña que el papa Urbano II entregó a los caballeros que iban a participar en ella. Tras la conquista de Jerusalén, fue adoptada como símbolo del nuevo reino. En su origen era de oro sobre campo de plata, pero cuando la adoptó la Orden del Santo Sepulcro la usó de gules sobre campo de plata, como aparece, en el escudo de la Custodia.
            Como habrán advertido nuestros lectores la calidad artística de los emblemas representados en Santa Clara no es excesivamente buena. Sin embargo, nos ha parecido interesante llamar la atención sobre ellos, aprovechando estas excelentes fotografías de Enrique Lacleta, ya que, con frecuencia, muchos detalles iconográficos pasan desapercibidos y, tras ellos, se esconde siempre un significado de interés.


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