domingo, 22 de octubre de 2023

La mujer de Miguel Salamero Buesa era de Borja

 

         La mayoría de nuestros lectores conoce la plaza de Salamero, situado en el centro de Zaragoza que, antiguamente, se llamaba plaza del Carbón y en la que los problemas originados en la cubierta del aparcamiento que había en el subsuelo provocaron su completa reconstrucción y la remodelación de dicha plaza.


         El nombre de dicha plaza le fue dado en homenaje a un héroe de los Sitios de Zaragoza, Miguel Salamero Buesa, nacido en Zaragoza el 30 de septiembre de 1760, cuarto hijo del matrimonio formado por Miguel Salamero, natural de Graus, y Rosa Buesa, nacida en Bolea, aunque vecinos de la parroquia zaragozana de San Felipe. 


Con su padre aprendió el oficio de tafetanero y llegó a regir un próspero taller con más de veinte empleados, donde elaboraban damascos y tafetanes de gran calidad. En ese taller confeccionó la bandera del 22º Batallón Ligero de “Voluntarios de Aragón” que durante muchos años estuvo expuesta en los Inválidos de París.

Para hacer frente al invasor, creó un grupo de escopeteros, formado por sus propios empleados y algunos hombres que se les unieron, con los que el 4 de agosto de 1808 defendió el convento de Santa Fe e hizo frente a los franceses en la calle del Azoque. Tras ser capturado, fue enviado preso a Francia, de donde logró escapase, permaneciendo oculto hasta el final de la guerra.

 

Cuando regresó a Zaragoza tuvo la fortuna de encontrar con vida a sus tres hijas, aunque completamente arruinado. Estaba en posesión del Escudo de Defensor del Primer y Segundo Sitio, así como del Escudo de Distinción, la más alta condecoración otorgada. Falleció en la capital aragonesa el 8 de enero de 1840, siendo enterrado en el nuevo cementerio de Torrero.

Pero, lo que muchos desconocen es que estaba casado con la borjana Rafaela Zaro, al parecer una guapa moza con la que tuvo seis hijos y con la que, antes de la guerra, disfrutó de una desahogada posición económica. El 6 de septiembre de 1801 falleció la esposa y en su testamente legó joyas de indudable valor a sus hijas. Poco antes había muerto la menor, Luisa, y muy pronto fallecieron sus dos hijos varones, ambos menores de edad, de manera que sólo llegaron a la edad adulta la mayor Bárbara, Agustina, nacida en 1790 y Antonia que vino al mundo en 1796, que fueron a las que encontró con vida el padre, al regresar de su cautiverio.

Por el momento, no conocemos más detalles de esa mujer borjana, aunque esperamos investigar en los libros parroquiales para saber, con precisión, la rama familiar de los Zaro a la que pertenecía y si tuvo continuidad hasta nuestros días.

 


         En cuanto a la plaza, la primera imagen corresponde a una vista aérea del estado en el que se encontraba antes de la reforma, siendo la segunda el resultado de su remodelación.



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