No estamos de suerte en Borja, donde parece que la ruina es contagiosa. Ayer tuvimos la sorpresa de encontrar en la plaza una de las piñas que decoran el alero de la Casa de Aguilar. Pudimos recuperar esta histórica pieza que parecía una lágrima caída como expresión del sufrimiento experimentado por las desgracias que se ciernen sobre otros edificios coetáneos.
La piña procede del extremo del alero,
el que se proyecta sobre el ala en la que se encuentra el acceso habitual de la
casa, sobre cuyo tejado cayó, antes de rodar hasta la calle. No es la primera
en desprenderse, pues cuando se restauró el edificio, fue preciso reponer
varias piñas perdidas y, desde hace algún tiempo, venimos advirtiendo acerca de
la necesidad de revisar y consolidar este alero que, junto al existente en la
calle de San Francisco, es uno de los más importantes de nuestra ciudad.
Lo que nos ha llamado la atención es el
débil anclaje de estos elementos ornamentales, que se reduce a una corta
espiga, en la que no queda nada de la cola con la que pudo haberse fijado y dos
pequeños clavitos a ambos lados de la misma.
También nos ha permitido conocer de
cerca el trabajo de estas piñas cerradas que, como pinjantes, están presentes
en la doble fila de casetones que forman el alero, a diferencia del alero de la
calle San Francisco en el que las piñas de los casetones interiores son cerradas,
como éstas, mientras que las de los exteriores son abiertas.
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