lunes, 5 de febrero de 2024

Estampas de Borja en el siglo XIX

         El diario madrileño La Época publicó el Día de Reyes de 1880, el primero de los dos artículos que el periodista Enrique Sepúlveda y Planter dedicó al Santuario de Misericordia y que, como comentamos ayer, nos ha remitido el Dr. D. Carlos Val-Carreres Guinda.

         Vamos a referirnos hoy al primero de ellos, destacando el interés que entrañan al ofrecernos una visión de la realidad borjana en esos años de la segunda mitad del siglo XIX. En alguna ocasión nos hemos referido a la posibilidad de reunir los artículos que diferentes escritores dedicaron a nuestra ciudad, algo que podría muy bien ser objeto de atención por parte de algún investigador.

         El que hoy nos ocupa está estructurado en tres apartados. El primero de ellos lo dedica al viaje hasta Borja; el segundo a su estancia en la ciudad, durante las horas previas a su partida hacia el Santuario; y el tercero a la pintoresca “ascensión” hasta su destino.

         Hoy en día, cuando lo que prima en nuestros desplazamientos es la rapidez de los mismos y el corto espacio de tiempo empleado en ir de un lugar a otro, nos llama poderosamente la atención la duración e incomodidad de los viajes de antaño.


         El autor del artículo había partido de Zaragoza a las cinco de la madrugada en un expreso que iba deteniéndose en todas las estaciones hasta que, dos horas después, llegó a Gallur que, por aquel entonces, era el punto del que partían las diligencias con destino a Borja. Allí se encontraba lo que el periodista calificaba como “armatoste con ruedas”, al frente del cual iba el mayoral con un zagal, que colocaron en la baca los baúles y bártulos de los viajeros que, con el periodista eran un matrimonio que iba al Santuario y dos “baturros” que se dirigían a Magallón.

 

         En esa localidad bajaron los “baturros” con su equipaje y el mayoral aprovechó para echar un “trago” que se prolongó un buen rato, con la consiguiente impaciencia de quienes le aguardaban en el interior de la diligencia. Finalmente, reanudaron la marcha y algos después de las once (cuatro horas después de haber salido de Gallur y seis de Zaragoza), llegaron a Borja.

         Como era julio y el calor apretaba, no era aconsejable proseguir el viaje hasta el Santuario, por lo que tuvieron que esperar cerca de seis horas. El mozo de la diligencia les ofreció permanecer en el interior de la misma, en el lugar donde había sido estacionada, “un patio empedrado a trozos, en otros, lleno de hierba, que presentaba sólo como accesorios un pozo sin agua, una puerta podrida y astillada, algunas palomas y una diligencia hermana” de la que habían viajado.


         Dado que la posibilidad de quedar encerrado bajo el sol no era atractiva, aceptaron la invitación de un curioso personaje ataviado con chaqueta de terciopelo azul y gorra roja, que lucía patillas de contrabandista, el cual les ofreció alojarse en el “parador” contiguo, del que era propietario, así como de las diligencias.

         Tras aceptar la propuesta, “cruzamos un amplio zaguán, mezcla de calle y de salón, subimos una escalera feudal, más ancha que la carretera por donde habíamos venido, y nos instalamos en un cuarto fresco y limpio, donde nos sirvieron un apetitoso almuerzo” que les permitió recuperar fuerzas antes de recorrer “el pueblo”.


         No cabe duda de que el destino de la diligencia y las características del alojamiento parecen corresponder al “Parador de Frauca”, inaugurado no hacía demasiado tiempo, y D. Ramón Frauca su propietario y fundador, ataviado en pleno mes de julio con tan extraño atuendo. Mañana reanudaremos el relato con la visita a la ciudad y la subida al Santuario.


 

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