viernes, 9 de febrero de 2024

El carterillo del Santuario

 

         Para quienes residían en el Santuario de Misericordia, a finales del siglo XIX, el correo constituía el único medio de enlace con la “civilización” que habían dejado atrás, para gozar de las delicias del campo en aquel apartado lugar.

         De ahí, que la llegada de la correspondencia constituyera todo un acontecimiento diario, esperado con ansiedad. Y de ese cometido, se encargaba un jovencísimo cartero, al que el periodista Enrique Sepúlveda dedicó especial atención.



         Según él, se trataba de un chico descalzo “de ocho años, bajo y poco agraciado, de rostro tostado por el sol e inteligencia más tostada todavía”, al que le habían encomendado ese cometido. Vestía “un pantalón remendado hasta lo increíble y sujeto con tirantes, y una camisa burda negra”. La descripción nos ha recordado a “Marcelino Pan y Vino”, aunque Pablito Calvo era más agraciado, o a los niños de las novelas de Dickens.

 

De su hombro colgaba una cartera agrietada que, en tiempos, llevó el rótulo de “Cartero”, del que apenas quedaban algunas letras. Tampoco sería como este uniformado cartero, a pesar de lo cual era el encargado de llevar la correspondencia al Santuario y recoger las cartas que debían ser cursadas desde Borja. Pero el regreso a la ciudad se demoraba con frecuencia, al quedarse a dormir en el camino, de manera que cuando llegaba ya había salido la diligencia que debía conducir el correo hasta el tren.

 

         Contaba el periodista que un día en el que tenía cierta prisa por enviar una carta, le dijo al niño que si se detenía por el camino le dispararía con el cañón que tenía, mostrándole un catalejo que el carterillo tomó por un arma, de manera que aquel día, con el catalejo le vieron correr despavorido por la cuesta, camino de Borja, temiendo que, de un momento a otro, saliera el disparo con el que le habían amenazado.



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