Uno
de las formaciones geológicas más interesantes de esta zona es el llamado “Pozo
de los Aines”, situado en el término municipal de Grisel. Desde que, en 2013,
fuera acondicionado para su visita, tras su adquisición por el Ayuntamiento de
esa localidad, se ha convertido en un atractivo turístico de singular
importancia.
Para
acceder al pozo hay que tomar un camino asfaltado, a la entrada del casco
urbano, a través del cual se llega a una zona de aparcamiento desde la que, ya
a pie, se puede llegar andando por una senda convenientemente señalizada.
En
aquel agreste paraje que discurre entre olivares, en uno de los cuales se han
instalado mesas con bancos, nada hace suponer la sorpresa que el visitante va a
encontrarse al llegar al pozo.
Porque
se trata de una gran dolina que se produjo al hundirse los estratos calizos y
de yeso, en un momento indeterminado, dando lugar a la formación de un gran
pozo, de unos 22 metros de diámetro y 23 de profundidad, en cuyo interior
existe un microclima especial, en torno a los 10º C, que ha propiciado el
crecimiento de una vegetación que parece la de una zona casi tropical, en la
que destacan los helechos de lengua de ciervo (Asplenium scolopendrium) que cubren el fondo, mientras que por sus
paredes cuelgan lianas de hiedra.
En
torno a su formación existe una curiosa leyenda según la cual, a mediados del
siglo XVI vivía en Grisel un morisco llamado Hamet ben Larbi que, en 1535, se
había visto obligado a convertirse al Cristianismo. A pesar de ello, un día de
precepto, posiblemente el día de Corpus Christi o el de la Virgen de Agosto,
que en ello no se ponen de acuerdo las fuentes, decidió ir a trillar con su
criado a una era existente cerca del pueblo. Apenas habían comenzado a realizar
su trabajo, el suelo se hundió con gran estruendo sepultando al morisco, a su
criado y a las caballerías que arrastraban el trillo. Al acudir los vecinos y
ver la gigantesca sima que se había abierto donde antes estaba la era,
atribuyeron lo ocurrido a un castigo divino por no haber asistido a Misa en día
tan señalado.
Lo
cierto es que, en opinión del Prof. Pellicer Corellano, la formación del pozo
no es muy remota, pudiendo situarse en la baja Edad Media, aunque al haberse
encontrado en sus proximidades testimonios arqueológicos de época romana y
musulmana, otros autores le conceden mayor antigüedad.
Se
puede acceder al interior, a través de una escalera debidamente acondicionada
dentro del Plan de Competitividad Turístico del Moncayo, dentro del cual se ha
procedido también al cercado de todo el pozo y a la instalación de iluminación
y de un sistema que, mediante sensores, permite conocer la historia y las
características del lugar. Cuando lo visitamos hace unos días estaba inactivo,
aunque los paneles colocados en el exterior y a lo largo del recorrido, ofrecen
información suficiente.
Una
vez dentro, desde una estructura de acero inoxidable se puede disfrutar de una
extraordinaria visión del interior del pozo. La rejilla sobre la que se apoyan
los pies produce cierta sensación de vértigo a las personas más sensibles,
aunque la belleza del lugar compensa con creces la visita que aconsejamos a
todos los que no lo conozcan.
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