Como
hemos documentado en ocasiones anteriores, las vaquillas o espectáculos
taurinos en las calles no han sido habituales en Borja hasta época reciente.
Hoy queremos ofrecer una prueba sumamente interesante de la postura en contra
de las mismas, por parte de nuestro Ayuntamiento, en 1915.
Para
ello debemos referirnos a las constantes prohibiciones dictadas por sucesivos
gobiernos, valiéndonos para ello de la recopilación efectuada por el
investigador D. Celedonio García de esas medidas, entre las que señala la Real
Orden de 13 de noviembre de 1900, publicada en la Gaceta de Madrid de 15 de noviembre de 1900, prohibiendo correr las
vaquillas en libertad y toros encordados y alquitranados. La Real Orden de 5 de
febrero de 1908 reiterando esa prohibición y la Real Orden de 24 de junio de 1915 en el
mismo sentido que dio lugar al acuerdo municipal que vamos a comentar.
Por
otra parte, el 8 de junio de 1917, con el estreno de un nuevo reglamento de
corridas de toros, el Director General de Seguridad dictó una circular
prohibiendo nuevamente las capeas y lo mismo vuelve a hacerse durante la
Dictadura de Primo de Rivera, en 1929. Una de las primeras medidas de la II
República fue una Orden de Gobernación de 3 de septiembre de 1931, por la que
solo se permitían las capeas en circos provisionales bajo el cumplimiento de
las debidas condiciones de seguridad y de la existencia de servicios de
enfermería. Fue complementada por una Orden Circular de 22 de junio de 1932, en
la que se prohibía correr los toros por las calles.
Pues
bien, a raíz de una de esas prohibiciones, la de 1915, el Ayuntamiento de Borja
tomó un acuerdo que encontró un eco extraordinario.
Aires del Moncayo, en su edición del 18
de julio de 1915, insertaba un artículo titulado “Acuerdos que honran” en el
que afirmaba: “Nuestro Ayuntamiento, dando una prueba de Cultura, y haciéndose
intérprete de la mayoría de la población, acordó felicitar al Gobierno por sus
enérgicas disposiciones para acabar con el bochornoso y bárbaro espectáculo de
las capeas. El acuerdo ha sido acogido con manifiesta simpatía por la España
culta y el nombre de Borja figura en los comentarios honrosos de la prensa que
circular”.
Porque,
efectivamente, entre otros medios de comunicación, Heraldo de Aragón había publicado un extenso artículo en el que,
con el título de “Aragón enaltecido” criticaba con dureza a las capeas, dedicando
calurosos elogios a nuestra ciudad:
“Frente
a los pueblos exaltados que se amotinan pidiendo la capea mientras abandonan al
maestro, se yergue la muy noble ciudad de Borja, no solo aceptando la
prohibición del vituperable espectáculo, sino aplaudiéndola y felicitando por
dictarla al gobernador civil.
Y
semejante rasgo de Cultura, de buen sentido y de humanidad, cristalizado en un
acuerdo de aquel Ayuntamiento, merece entusiástico parabién.
Con
él, Borja acaba de rendir un homenaje al buen nombre de Aragón. Aunque, fuera
del radio regional, se hace justicia a excelsas cualidades que destacan en
nuestra historia, no suele ser la indulgencia preponderante cuando se falla
sobre nuestra exquisitez espiritual. Es, por tanto, conveniente que emerja de
la entraña aragonesa una nota consoladora que pone muy arriba timbres honrosos
para nuestra fama”.
Era
entonces Alcalde de Borja D. Rodolfo Araus Chíes, elegido formando parte de una
candidatura progresista. Volvió a serlo en 1920, siendo destituido tras la
proclamación de la Dictadura de Primo de Rivera.
Pero,
con esa postura se alinearon también hombres de ideología muy distinta, como D.
Jesús Pellicer Bernal que, mientras fue Alcalde no programó jamás un
espectáculo de esas características. Lamentamos no haber encontrado un
interesante artículo en el que fundaba esa decisión que, en esos momentos,
compartía la mayor parte de la población.
Cabe
preguntarse, por lo tanto, qué es lo que ha cambiado para que las vaquillas se
hayan convertido en espectáculo habitual de nuestras fiestas, aduciendo razones
de tradición, que lo comentado anteriormente viene a desmentir. Da la impresión
que no son razones ideológicas ni culturales, son los cambios experimentados
por las personas los que quizá pueden justificarlo, sin que queramos entrar en
otras cuestiones.
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