viernes, 9 de junio de 2017

Excelente ejemplo de relato negro


         D. Javier Bona López, en su incansable búsqueda de temas relacionados con nuestra zona, ha localizado un ejemplar de la revista La Ilustración Artística, correspondiente al 24 de octubre de 1910, en el que aparece un relato que tiene como escenario la localidad de Trasmoz. Nos lo ha remitido y hemos querido reproducirlo, dado que constituye un magnífico ejemplo, dentro del género negro, que tanto interés despierta entre nosotros, a raíz de los concursos anuales que convoca el M. I. Ayuntamiento de Borja, con ocasión de las jornadas del “Aragón negro”.

         Conviene recordar que la revista se editaba en Barcelona, donde apareció su primer número el 1 de enero de 1882. Siguió publicándose con periodicidad semanal hasta finales de 1916 y en ella colaboraron destacados escritores españoles. Muy bien ilustrada, inicialmente con grabados y, posteriormente, con fotografías contribuyó a dar a conocer obras relevantes, de la producción pictórica europea.





         El relato que nos ocupa y que reproducimos en alta resolución para que pueda ser leído, lleva por título “El cirio de arroba” y hace referencia a un terrible crimen, perpetrado en las personas de unos pastores, en Trasmoz. El pueblo queda consternado por lo ocurrido y la crueldad con la que se llevó a cabo. La dueña del ganado, una prestigiosa dama a la que se da el nombre de Dª Rita Benito, con el fin de que el asesinato no quedara impune hace voto, ante la imagen del Santo Cristo, de ofrecerle cada año un “cirio de arroba” si el criminal era descubierto. Todos se retiran a sus casas, mientras la noche, “descendiendo de las cimas del Moncayo, se abrazó con las tinieblas que subían de los valles de Tarazona y Borja”. Nada hacía suponer que, al amanecer, la Guardia Civil se iba a presentar a las puertas de la casa de Dª. Rita, para proceder a la detención del responsable del crimen, su propio hijo. El desenlace tiene lugar al año siguiente, cuando tras la tradicional procesión con el Santo Cristo, Dª Rita se presenta en la iglesia y deposita ante Él, ese cirio de una arroba que había prometido ofrecerle cada año.



         El autor del relato fue José Pérez Hervás, nacido en Valencia en 1880, cuya vida tiene también aspectos novelescos, pues tras cursar el Bachillerato en el Colegio de Huérfanos de la Guerra, en Guadalajara, viajo a Filipinas en 1897, donde le sorprendió la guerra y, tras la salida de las fuerzas españolas, decidió incorporarse al Ejército filipino. Tenía 19 años e hizo fortuna, alcanzando el grado de Capitán, en los enfrentamientos con los norteamericanos. Después viajo como marino en el Extremo Oriente, regresando a España para, en un sorprendente giro de su vida, ingresar en la Compañía de Jesús, donde permaneció ocho años, siguiendo el curso de formación establecido para todo jesuita, antes de su ordenación sacerdotal. Una de esas etapas es la conocida como de “maestrillo” en un colegio. Lo enviaron al de Sarriá en Barcelona y allí su vocación entró en crisis, abandonando la Compañía e iniciando un nuevo camino como traductor y profesor de idiomas (había estado en Inglaterra), mientras colaboraba en diversos diarios y revistas, entre ellas La Ilustración Artística. Escribió mucho, con su nombre y con varios seudónimos, llegando a destacar como poeta. También fue autor de una Historia del Renacimiento en tres volúmenes, o un curioso Diccionario de Correspondencia Comercial, en el que demostró su dominio del francés, inglés, alemán e italiano, conocimientos que le sirvieron para traducir obras tan importantes como La historia de los tiempos modernos, de la Universidad de Cambridge y otras no menos destacadas. Fue también colaborador de la “Espasa”, la gran enciclopedia en lengua española, en donde se hace referencia a su biografía.




         El relato se ilustra con un dibujo (tal vez acuarela en el original) de Arcadio Mas y Fondevila (1852-1934), un pintor natural de Barcelona, donde inició su formación que completó con una dilatada estancia en Italia, merced a una beca del Ayuntamiento de la ciudad condal. Al regresar se estableció en Sitges, donde con su amigo el también pintor Juan Roig y Soler fundó la llamada “Escuela Luminista de Sitges”. A lo largo de su trayectoria artística recibió varios galardones y mantuvo una cordial relación con destacados artistas de la época.

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