El 10 de diciembre de 1874 nació en Borja D. José María Pereda Matud. Era hijo del Maestro de Capilla de Santa María D. Manuel Pereda Ruiz y de Dª. Juana Matud. Desde niño destacó por su piedad, por lo que decidió cursar los estudios eclesiásticos en el seminario de Tarazona, siendo ordenado sacerdote el 22 de diciembre de 1899 por el obispo de la diócesis D. Juan Soldevila y Romero, asesinado más tarde en Zaragoza, siendo cardenal.
Destinado como coadjutor a la parroquia de Buñuel, poco después fue
trasladado a Borja como capellán de la cárcel y del hospital. Con el humor que
siempre le caracterizó, comunicó a sus amistades su nuevo destino: “Si en algo
puedo servirle, ya sabe Ud… en el hospital o en la cárcel de Borja”.
En 1903,
fue nombrado Vice-Director de la Congregación de María Inmaculada y San Luis
Gonzaga a la que consagró toda su vida. La congregación que había sido erigida
canónicamente en 1867 por el P. Guberna S. J. no había llegado a cuajar, entre
otras razones por los cambios políticos que sucedieron a la revolución de 1868
y fue, en ese año de 1903, cuando otro gran jesuita, el beato Pablo Bori Puig,
decidió refundarla, escogiendo, como Vice-Director, a mosén Pepe el cual le
sucedería al frente de la congregación cuando el beato Pablo Bori dejó Veruela
en 1911.
Coadjutor de la parroquia
de Santa María y más tarde beneficiado, su principal labor estuvo siempre
vinculada a las congregaciones pues, en 1919 se hizo cargo también de la de San
Estanislao de Kostka, semillero de jóvenes que después pasaba a la de San Luis
y a la Acción Católica. Prototipo de sacerdote consagrado a las labores
apostólicas, su huella se dejó sentir en varias generaciones de borjanos a los
que supo inculcar sus tres grandes pasiones: El amor a la Virgen, el amor a la
congregación y el amor a Borja. Él mismo reconocía que Dios no le había dotado
de grandes capacidades intelectuales, pero bastó el ejemplo de su vida para
mover el corazón de muchos jóvenes.
Consagrado a la oración y
la acción, era el primero en acudir a la iglesia y, tras celebrar la Santa
Misa, dedicar muchas horas al confesionario. Generoso y desprendido, siempre
dispuesto a ayudar a todos, su cariño a Borja le impulsó a renunciar a otras
oportunidades, entre ellas una canonjía que le ofreció el propio ministro de
Gracia y Justicia, atendiendo a sus grandes cualidades como barítono. Renunció
a ello, aduciendo “Soy feliz en Borja y me debo a mi ciudad y a su juventud”.
Su fallecimiento el 3 de
febrero de 1948, supuso una auténtica conmoción y su entierro una de las
mayores manifestaciones de duelo que se recuerdan. Pocos días después, el
Ayuntamiento tomó el acuerdo de dar su nombre a la calle de las Pelinas que
pasó a llamarse de “Mosén Pepe”, el apelativo popular con el que siempre se le
conoció. Siendo Alcalde D. Lorenzo Nogués se eliminó su nombre del callejero,
junto con el de otros ilustres sacerdotes borjanos.
Sin embargo, hay algo en todo este
proceso que parece responder al influjo de una fuerza, ajena a lo estrictamente
humano, especialmente empeñada en borrar cualquier recuerdo de aquella
gigantesca obra apostólica que mantuvo viva la Fe en nuestra ciudad. De otra
forma no pueden explicarse hechos como el cierre de la iglesia donde había
tenido su sede; el derribo del edificio que había acogido a la Casa del
Congregante; el olvido al beato Pablo Bori, un mártir que recorrió nuestras
calles y al que, en diversas ocasiones, hemos propuesto que se le dedicara una
lápida en la iglesia de la Concepción donde fundó la congregación; y el que
para nosotros es el más inexplicable de todos, la retirada del nombre de mosén
Pepe del callejero borjano, eliminando sin ningún motivo la calle que, entre el
fervor popular, le había sido dedicada tras su fallecimiento.
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