El 17 de diciembre de 1811 llegó a Borja Juan Martín Díaz “el Empecinado”. Vino siguiendo a la brigada francesa que mandaba el general Caffarelli. Aquí puso cerco a la guarnición y llegó a hacerse con el control de la ciudad, pero tuvo que retirarse inmediatamente, tras el contraataque de Caffarelli que le obligó a huir por el Moncayo hacia Ágreda.
Durante
su estancia en Borja, pernoctó en el mesón que existía en la plaza de San Francisco,
cuyo proyecto inicial había realizado Agustín Sanz, el autor del arco de San
Francisco. Aunque suele afirmarse que el inicio de la guerra impidió la
terminación de las obras del mesón, si El Empecinado se alojó allí, en 1811, es
señal de que ya estaba funcionando.
El Empecinado había
nacido en Castrillo de Duero (Valladolid) en 1775. Soldado de caballería
durante la guerra contra la Convención (1793-1795), al término de la misma
contrajo matrimonio en Burgos con Catalina de la Fuente. Al comienzo de la
guerra de la Independencia se puso al frente de una partida de guerrilleros con
la que logró importantes victorias, entre ellas la captura del general Chi,
ayudante de Napoleón, al que ejecutó.
Los franceses capturaron
a su madre, amenazando con ejecutarla si no se entregaba, pero Juan Martín
anunció que, si su madre moría, fusilaría a cien franceses y a todos los que
hiciera prisioneros a partir de ese momento. De esta forma logró salvarla y el
ascenso a capitán. Tras la liberación de Tarragona fue promovido al empleo de
brigadier, otorgándole el mando de la 5ª División del Segundo Ejército, al
frente del cual llegó a Aragón en 1811.
Al término de la guerra,
fue desterrado por su defensa del régimen constitucional. Aunque fue
rehabilitado durante el Trienio Constitucional, ejerciendo el cargo de
Gobernador Militar de Zamora, tras la vuelta al absolutismo terminó siendo
detenido y exhibido en una jaula por las ferias de diversas localidades, hasta
que lo condenaron a muerte en la horca.
Dando pruebas de su
bravura rompió las ataduras en el momento de la ejecución e intentó huir,
siendo abatido por las bayonetas de sus guardianes que seguidamente colgaron el
cuerpo inerte de quien había sido considerado uno de los héroes de la guerra.
Sus
restos reposan en el monumento existente en la calle Fernán González de Burgos,
el cual fue levantado por suscripción popular. Sin embargo, en los últimos años
hay un fuerte movimiento, encabezado por sus descendientes, para que sean
trasladados a su localidad natal, algo a lo que se ha opuesto sistemáticamente
el ayuntamiento de Burgos.
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