Cuando
el pasado día 15 hablamos de la cueva de Esquilar, señalábamos que es en el
cerro situado sobre ella donde se encuentran los restos del primer asentamiento
humano conocido de nuestra ciudad.
Efectivamente,
desde hace tiempo se conocía la existencia, en ese lugar, de restos de la
antigua ciudad celtibérica de Bursau.
Sin embargo, fue durante las excavaciones propiciadas por el Centro de Estudios
Borjanos, durante los años 1978 y 1979, cuando se descubrió la existencia de un
poblado anterior.
En
dichos trabajos participaron algunas personas que, más tarde, ocuparían puestos
relevantes en el ámbito de la Arqueología, como José Ignacio Royo, Juan Paz o
Isidro Aguilera. Colaboraron también varios jóvenes borjanos, alguno de ellos
recientemente desaparecido.
Aunque
la zona excavada fue muy reducida y correspondía a uno de los extremos del
cabezo, se pudo constatar la existencia, bajo las estructuras celtibéricas, de
restos de un poblado de la I Edad del Hierro levantado hacia el año 600 a. C.
aun cuando los restos encontrados fueron datados en torno a los inicios del
siglo V a. C.
Este
poblado era de características similares a otros bien conocidos como el de
Cortes de Navarra o el del cabezo de Monleón en Caspe. En la comarca hubo
asentamientos similares en Alberite de San Juan (El Quez) y Fréscano (El
Morredón, La Cruz, Burrén y Burrena). Todos ellos situados en pequeños cerros
en los que se disponían las viviendas de planta rectangular, abiertas una calle
central por su lado menor. En las excavaciones se localizaron tres casas que
estaban formadas por muros con un basamento de mampuesto y, sobre el mismo,
paredes de adobe. Los pavimentos eran de yeso y en el muro opuesto a la entrada
había un banco corrido.
Este
poblado cuyo nombre desconocemos constituye, por el momento, el primer
testimonio de la presencia humana en Borja y, por lo tanto, puede ser
considerado como el origen de nuestra ciudad.
Sobre
él se situó la ciudad celtibérica cuyo origen puede ser establecido en la
segunda mitad del siglo IV a. C. Se trata de la Bursau de las fuentes clásicas que, aunque iniciada en este lugar,
fue expandiéndose por el cerro de la Corona y las zonas bajas, pues se han
encontrado restos de la misma en el polígono de la Romería. Isidro Aguilera
apuntó la posibilidad de que, en su época de mayor esplendor, llegara a
alcanzar una extensión de 25 Ha. Una
ciudad que acuñó moneda como este as adquirido por el Centro el pasado año que,
junto con otros de mejor calidad, se exhiben en el Museo Arqueológico.
En
las excavaciones que estamos comentando se encontraron unos muros de indudable
grosor, construidos en mampostería sobre los que asentaban hiladas de adobes.
Corresponden a una estancia cuya misión no pudo ser establecida pero sobre la
que se sugería la posibilidad de que perteneciera al propio sistema defensivo
de la ciudad.
Existía
en ese punto una puerta con umbral de madera que apareció parcialmente quemado.
El interior de la estancia que tenía un pavimento de tierra apisonada, estaba
cubierto por adobes desprendidos y dos gruesas vigas de madera de pino y tablas
que, según Isidro Aguilera, podían corresponder al soporte de la cubierta que
estaría formada por material vegetal y tierra.
Por
la parte más débil, la que se prolonga hacia el Sepulcro, el poblado estaba
protegido por una potente muralla de adobes cuyas características no son bien
conocidas ya que, por el momento, las únicas excavaciones realizadas han sido
esas dos campañas de alcance muy reducido pues se circunscribieron a una zona
puntual del extremo norte de la ciudad.
Al cabo de 33 años, aún
pueden verse en ese lugar los restos encontrados en estado de abandono. Podría
ser conveniente la consolidación de algunos de esos muros que amenazan con
derrumbarse y que, por el momento, constituyen los únicos testimonios visibles
de la ciudad celtibérica de Bursau.
gracias por compartir este informacion. Ahora todos a trabajar para conservar lo que queda y ponerlo en valor. Es otro recurso turistico mas de el patrimonio rural
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