Cuando
en un artículo reciente tratamos sobre el primitivo emplazamiento de Bursau, señalamos que, desde el cerro de
la Cueva de Esquilar, la ciudad celtibérica se había extendido al contiguo
cerro de la Corona y, más tarde, hacia la zona de la torre del Pedernal. Toda
esta amplia zona fue ocupada, asimismo, en época romana y algunos restos de
esta etapa se han conservado en el cerro de la Corona donde, sin embargo, no se
han realizado excavaciones sistemáticas.
La
mayoría de los hallazgos aparecieron en superficie y, en concreto, en el lugar
señalado en la fotografía anterior apareció en entalle romano que, en la
actualidad, se exhibe en el Museo Arqueológico de Borja, adoptado como logotipo
del mismo.
En la cima del monte
encontró, en 1934, D. Federico Bordejé un pavimento romano que dibujó
cuidadosamente, como solía hacer, en su cuaderno de campo que conserva el
Centro de Estudios Borjanos. Lo identificaba como un “mosaico celtibérico”,
aunque en realidad se trata de una obra romana y, en concreto, de un opus signinum formado por una pasta
blanca en la que iban incrustadas unas teselas negras formando el dibujo que se
aprecia en la imagen, cuyo motivo central relacionaba forzadamente con una
“rosa de los vientos”. A través de sus anotaciones sabemos que tenía unas
dimensiones aproximadas de 11 x 7,60 metros.
Cuando
lo fotografiamos, en 1968, presentaba este aspecto. Los huecos que se aprecian
en su superficie, corresponden a una plantación de pinos efectuada por el M. I.
Ayuntamiento de Borja, en el invierno de 1956. Con motivo de aquellos trabajos
se volvió a “encontrar” el “mosaico” y muchos restos de cerámica en la zona.
Los hechos se pusieron en conocimiento de las autoridades competentes. De hecho,
visitó el lugar D. Antonio Beltrán pero, para entonces, el pavimento había
quedado seriamente dañado por esos hoyos donde “florecían” unos pequeños pinos
que muy pronto se secaron como la mayor parte de los que entonces se plantaron.
A
Bordejé aquellos hechos le afectaron mucho y nuestro primer contacto con el
pasado de nuestra ciudad tuvo lugar, a raíz de los mismos, cuando D. Federico
nos llevó a un grupo de niños para mostrarnos lo que consideraba “reliquias
venerables” de nuestra historia. La situación empeoró a lo largo de los años y,
en estos momentos, de aquel pavimento sólo queda lo que aparee en la fotografía
que acaba de realizar Enrique Lacleta.
Isidro
Aguilera que lo estudió y lo dio a conocer en la obra Borja. Arquitectura y
evolución urbana, editada por el Colegio Oficial de Arquitectos de Aragón en
1988, afirma que es una obra del período augusteo (finales del siglo I a. C.),
fabricada en blanco de cal, muy duro, donde se incrustan las teselas negras
para formar el dibujo señalado.
De
la misma época son los restos que aparecen en otra zona del cabezo. Según el
citado arqueólogo, corresponden a una construcción que puede identificarse con
una piscina, la cual formaría parte de un conjunto más amplio, aún desconocido.
Está construida en mortero hidráulico, de color rosado, con un acabado
excelente. Tiene un bocel a media altura que, en opinión de Isidro Aguilera,
servía para distribuir el empuje del agua.
Esta
es la situación actual de estas estructuras que, como es sabido, forman parte
de una “Zona Arqueológica, declarada Bien de Interés Cultural el 23 de octubre
de 2001 por el Gobierno de Aragón. Afortunadamente, en fechas próximas, se va a
proceder a la retirada de esos otros restos pertenecientes a épocas posteriores
que ofrecen una lamentable imagen.
No hay comentarios:
Publicar un comentario