Revisando
los contenidos de una importante biblioteca de nuestra ciudad, el Dr. D. Miguel
Ángel Pallarés ha encontrado un precioso grabado del siglo XVII, en el que
puede verse a un niño que lleva en su mano un teléfono móvil, con el que está
chateando, verbo que ya admite la Real Academia Española. El “descubrimiento”
sería realmente sorprendente porque estaríamos ante una inexplicable
anticipación el tiempo. Pero la imagen tiene una explicación razonable.
El
grabado que aquí reproducimos completo aparece en una novena al glorioso Santo
Toribio Alfonso de Mogrovejo compuesta por el Dr. D. José Aguado, que fue
párroco de Alcobendas, editada en Madrid en 1796.
Fue
realizado por José Gómez de Navia (1757-1812) un importante grabador, formado
en la Real Academia de San Fernando, sobre un dibujo de José López Enguídanos
(1731-1812) el mayor de una saga de tres hermanos, todos ellos grabadores y, en
su caso, pintor que, a pesar de no ser un artista excesivamente destacado,
llegó a ser pintor de cámara.
En
él está representado el Santo, revestido con los ornamentos episcopales, con el
báculo en su mano izquierda, mientras que con la derecha hace entrega a un niño
indio, vestido con faldellín de plumas y un carcaj a su espalda, de un “móvil”
similar al que está “utilizando” el otro niño.
Veamos
ahora quién fue Santo Toribio para encontrar explicación al supuesto
anacronismo que ha motivado este artículo. Nacido el 16 de noviembre de 1538,
en Mayorga, en el seno de una familia noble, cursó los estudios de Derecho en
la universidad de Salamanca, de la que llegó a ser profesor de Leyes. Desde muy
joven había destacado por sus virtudes, a las que vino sumarse su excelente
preparación intelectual. Por este motivo, Felipe II presentó su nombre al Papa
Gregorio XIII para ser nombrado arzobispo de Lima. Fue un caso excepcional, ya
que ni tan siquiera era sacerdote. Sin embargo, el pontífice aceptó la
propuesta y, en 1579, fue ordenado presbítero, tras haber sido dispensado de
recibir las órdenes menores previas. Poco después era consagrado obispo en
Sevilla y viajó a América, tomando posesión de su sede el 12 de mayo de 1581.
En
aquellos momentos, Lima se encontraba sumida en una profunda decadencia
espiritual y a mejorar la situación se consagró con empeño el nuevo arzobispo
que, precisamente, aparece representado en una cartela, en la parte superior de
este grabado de la que entonces era conocida como “Ciudad de los Reyes”.
Fue
un obispo consagrado por entero a la labor evangélica, recorriendo incansable
los dilatados territorios que le habían sido encomendados. De hecho, de los 24
años que estuvo al frente de la diócesis, sólo residió en Lima ocho. El resto
lo empleó en crear 100 nuevas parroquias y bautizar y confirmar a numerosas
personas. Más de 500.000 recibieron las aguas del Bautismo de su propia mano.
Para los que puedan
pensar que estas conversiones eran forzadas o de poca utilidad, lo cierto es
que entre los bautizados por el benemérito obispo, cuatro llegaron a ser
santos: Santa Rosa de Lima, San Francisco Solano, San Juan Masías y San Martín
de Porres. No es de extrañar, por lo tanto, que además de Patrón de su
localidad natal y de Lima, fuera escogido como Patrón del Episcopado
hispanoamericano.
Entre su ingente obra
pastoral destacó su interés por las lenguas indígenas, para cuyo estudio fundó
una facultad específica en la Universidad de San Marcos de Lima. Asimismo,
mandó editar el catecismo en quechua y aymara, para facilitar la evangelización
de los indígenas. Precisamente son sendos catecismos los que está entregando en
el grabado. No es, por lo tanto, un móvil lo que sostiene en sus manos el niño,
sino uno de esos pequeños catecismos que había mandado imprimir Santo Toribio.
Falleció el 23 de marzo
de 1606, en el transcurso de uno de sus viajes, siendo beatificado en 1679 por
el Papa Inocencio XI y, en 1726, lo canonizó Benedicto XIII. Sus restos
reposan, en la actualidad en la capilla erigida, bajo su titularidad, en catedral
de Lima.
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