En estos momentos en los que los ojos de todos están puestos
en los médicos y científicos con la esperanza de que puedan encontrar pronto
una vacuna o un tratamiento eficaz frente a la actual pandemia, nos parece
oportuno recordar, en homenaje a ellos, la forma en que se resolvió los graves
problemas que ocasionaba la fiebre amarilla.
También conocida como “vómito negro”, la enfermedad procedía
de África donde, como suele ser habitual, había pasado de animales al ser
humano y, merced a deplorable tráfico de esclavos, había llegado a convertirse
en endémica de nuestras posesiones americanas.
Durante los últimos años de nuestra presencia en Cuba, la
fiebre amarilla ocasionaba numerosas víctimas entre la población civil y,
especialmente, entre las tropas destacadas allí. De hecho, en el transcurso de
la guerra, el número de bajas en combate fue insignificante en comparación a
las que ocasionaros las enfermedades infectocontagiosas, destacando entre ellas
la fiebre amarilla.
En aquellos momentos, no se conocía el germen causal de la
misma ni el sistema de transmisión y, como además, no había un tratamiento
eficaz, las consecuencias eran terribles. Entre marzo de 1895 y 1897 se registraron
33.350 contagiados militares, de los que
fallecieron 11.347 y, en 1896, hubo 1.282 fallecimientos entre la población
civil.
Carlos Finlay |
Fue el Dr. D. Carlos Finlay Barrés (1833-1915) quien intuyó
el papel que un mosquito, el Aedes aegypti,
podía tener como vector de la enfermedad.
Nacido en Camagüey, cuando todavía era parte de España, era
hijo de un médico inglés y de una española. Cursó sus primeros estudios en
Francia y Reino Unido, graduándose como médico en el prestigioso Jefferson
Medical College de los Estados Unidos. De regreso a Cuba, contrajo matrimonio
con una nativa de la isla de Trinidad.
Con la única ayuda de su colaborador el Dr. Claudio Delgado
Amestoy (1843-1916) comenzó a estudiar la etiopatogenia de la enfermedad.
Cuando estuvo convencido del papel que desempeñaba el
mosquito, entonces denominado Culex
fasciatus, lo dio a conocer, en 1881, por medio de una comunicación
presentada en la Real Academia de Ciencias Médicas, Físicas y Naturales de La
Habana. Ese mismo año fue nombrado representante especial de España en la V
Conferencia Sanitaria Internacional celebrada en Washington, donde expuso sus
teorías, que despertaron gran interés, aunque las medidas adoptadas en Cuba no
tuvieron la trascendencia que la magnitud de la enfermedad demandaba, entre otras
razones porque otros científicos seguían sin dar crédito a las teorías de
Finlay.
Tras la derrota española, en 1898, las tropas
norteamericanas destacadas en la isla tuvieron que enfrentarse al mismo
problema y deseando atajarlo, el Surgeon General del US Army (la máxima autoridad
sanitaria) General George M. Stemberg, decidió enviar en 1900 una comisión
especial para estudiar la enfermedad. Había habido otras anteriores, durante la
dominación española, que no llegaron a resultados concluyentes.
Walter Reed |
La Comisión estaba presidida por el Mayor Walter Reed M. D.
(1851-1902), natural del Estado de Virginia, el cual da nombre actualmente al
más importante hospital del Ejército norteamericano, el Walter Reed Hospital.
William Lazear |
James Carroll |
Arístides Agramonte Simoni |
En ella se integraron otros tres médicos militares
norteamericanos: Jesse William Lazear (1866-1900); James Carroll (1854-1907); y
Arístides Agramonte Simoni (1868-1931), este último nacido en la Cuba española,
pero criado en los Estados Unidos. Sus nombres permanecen vivos en la Historia
de la Medicina, por el heroísmo del que hicieron gala.
Cuando llegaron a la isla, sus primeras investigaciones se
centraron en la comprobación de agentes causales que nada tenían que ver con la
enfermedad. Fue entonces cuando decidieron entrevistarse con el Dr. Finlay
quien les puso al corriente de sus investigaciones e, incluso, les facilitó unos
huevos y ejemplares vivos del mosquito.
Decididos a comprobar si la teoría de Finlay era cierta pusieron
en marcha una serie de experimentos en el campamento de “Los Quemados”. Para
ello, alojaron a unos grupos de soldados voluntarios en dos barracones de similares
características.
En uno de ellos, con las ventanas protegidas por telas metálicas,
sometieron a los voluntarios a veinte días de reclusión con ropas de enfermos
que previamente habían muerto por la enfermedad. En otro barracón, se
establecieron dos módulos, ambos limpios pero con redes en las ventanas en uno
y sin ellas el otro.
Al cabo del aislamiento se pudo comprobar que los que habían
convivido con ropas, supuestamente contaminadas, no sufrían la enfermedad, al
igual que los del barracón limpio con red, mientras que en el otro, el primer
soldado en ser picado, que se llamaba John Kissinger, contrajo la fiebre
amarilla al ser picado por el mosquito.
Para corroborar lo que
ya parecía evidente, acometieron una prueba temeraria en ellos mismos. Dejaron
que unos mosquitos picaran en el cuerpo de soldados enfermos y, posteriormente,
se los aplicaron a sus brazos. Lazear y Carroll contrajeron la enfermedad y el
primero de ellos falleció. Carroll se recuperó pero su muerte, unos años
después fue a consecuencia de las complicaciones de la enfermedad. Walter Reed
había muerto antes, en 1902, debido a una apendicitis aguda complicada con
peritonitis. Solo sobrevivió Arístides Agramonte que continuó como profesor en
la Universidad de la Habana.
William C. Gorgas |
El descubrimiento del agente vector de la fiebre amarilla
permitió luchar de manera eficaz contra la enfermedad. Ese mérito al General
Médico William C. Gorgas que fue quien puso en marcha un ambicioso programa de
eliminación del Aedes aegypti,
aplicado con rigor y tenacidad, mediante el cual pudo lograr que, en 1902, no
hubiera ningún fallecimiento por esta causa en la capital cubana.
Max Theiler |
Antes se terminas
debemos recordar que el agente causal de la enfermedad es también un virus del
grupo de los arbovirus (transmitido en este caso únicamente por la picadura del
mosquito). La vacuna contra la enfermedad fue desarrollada por el virólogo
sudafricano Max Theiler (1899-1972) en 1937, por lo que se le concedió el
Premio Nobel en 1951. Pudo ser utilizada a partir de 1938 y, como en la mayoría
de los casos de enfermedades causadas por virus no existe un tratamiento
eficaz.
No hay comentarios:
Publicar un comentario