martes, 14 de abril de 2020

Extraordinario ejemplo de lucha contra una epidemia


         En estos momentos en los que los ojos de todos están puestos en los médicos y científicos con la esperanza de que puedan encontrar pronto una vacuna o un tratamiento eficaz frente a la actual pandemia, nos parece oportuno recordar, en homenaje a ellos, la forma en que se resolvió los graves problemas que ocasionaba la fiebre amarilla.
         También conocida como “vómito negro”, la enfermedad procedía de África donde, como suele ser habitual, había pasado de animales al ser humano y, merced a deplorable tráfico de esclavos, había llegado a convertirse en endémica de nuestras posesiones americanas.
         Durante los últimos años de nuestra presencia en Cuba, la fiebre amarilla ocasionaba numerosas víctimas entre la población civil y, especialmente, entre las tropas destacadas allí. De hecho, en el transcurso de la guerra, el número de bajas en combate fue insignificante en comparación a las que ocasionaros las enfermedades infectocontagiosas, destacando entre ellas la fiebre amarilla.

         En aquellos momentos, no se conocía el germen causal de la misma ni el sistema de transmisión y, como además, no había un tratamiento eficaz, las consecuencias eran terribles. Entre marzo de 1895 y 1897 se registraron 33.350 contagiados militares,  de los que fallecieron 11.347 y, en 1896, hubo 1.282 fallecimientos entre la población civil.



Carlos Finlay


         Fue el Dr. D. Carlos Finlay Barrés (1833-1915) quien intuyó el papel que un mosquito, el Aedes aegypti, podía tener como vector de la enfermedad.
         Nacido en Camagüey, cuando todavía era parte de España, era hijo de un médico inglés y de una española. Cursó sus primeros estudios en Francia y Reino Unido, graduándose como médico en el prestigioso Jefferson Medical College de los Estados Unidos. De regreso a Cuba, contrajo matrimonio con una nativa de la isla de Trinidad.
         Con la única ayuda de su colaborador el Dr. Claudio Delgado Amestoy (1843-1916) comenzó a estudiar la etiopatogenia de la enfermedad.

         Cuando estuvo convencido del papel que desempeñaba el mosquito, entonces denominado Culex fasciatus, lo dio a conocer, en 1881, por medio de una comunicación presentada en la Real Academia de Ciencias Médicas, Físicas y Naturales de La Habana. Ese mismo año fue nombrado representante especial de España en la V Conferencia Sanitaria Internacional celebrada en Washington, donde expuso sus teorías, que despertaron gran interés, aunque las medidas adoptadas en Cuba no tuvieron la trascendencia que la magnitud de la enfermedad demandaba, entre otras razones porque otros científicos seguían sin dar crédito a las teorías de Finlay.



         Tras la derrota española, en 1898, las tropas norteamericanas destacadas en la isla tuvieron que enfrentarse al mismo problema y deseando atajarlo, el Surgeon General del US Army (la máxima autoridad sanitaria) General George M. Stemberg, decidió enviar en 1900 una comisión especial para estudiar la enfermedad. Había habido otras anteriores, durante la dominación española, que no llegaron a resultados concluyentes.


Walter Reed

         La Comisión estaba presidida por el Mayor Walter Reed M. D. (1851-1902), natural del Estado de Virginia, el cual da nombre actualmente al más importante hospital del Ejército norteamericano, el Walter Reed Hospital.


William Lazear 

James Carroll 

Arístides Agramonte Simoni 
         

         En ella se integraron otros tres médicos militares norteamericanos: Jesse William Lazear (1866-1900); James Carroll (1854-1907); y Arístides Agramonte Simoni (1868-1931), este último nacido en la Cuba española, pero criado en los Estados Unidos. Sus nombres permanecen vivos en la Historia de la Medicina, por el heroísmo del que hicieron gala.



         Cuando llegaron a la isla, sus primeras investigaciones se centraron en la comprobación de agentes causales que nada tenían que ver con la enfermedad. Fue entonces cuando decidieron entrevistarse con el Dr. Finlay quien les puso al corriente de sus investigaciones e, incluso, les facilitó unos huevos y ejemplares vivos del mosquito.


         Decididos a comprobar si la teoría de Finlay era cierta pusieron en marcha una serie de experimentos en el campamento de “Los Quemados”. Para ello, alojaron a unos grupos de soldados voluntarios en dos barracones de similares características.
         En uno de ellos, con las ventanas protegidas por telas metálicas, sometieron a los voluntarios a veinte días de reclusión con ropas de enfermos que previamente habían muerto por la enfermedad. En otro barracón, se establecieron dos módulos, ambos limpios pero con redes en las ventanas en uno y sin ellas el otro.
         Al cabo del aislamiento se pudo comprobar que los que habían convivido con ropas, supuestamente contaminadas, no sufrían la enfermedad, al igual que los del barracón limpio con red, mientras que en el otro, el primer soldado en ser picado, que se llamaba John Kissinger, contrajo la fiebre amarilla al ser picado por el mosquito.


 


Para corroborar lo que ya parecía evidente, acometieron una prueba temeraria en ellos mismos. Dejaron que unos mosquitos picaran en el cuerpo de soldados enfermos y, posteriormente, se los aplicaron a sus brazos. Lazear y Carroll contrajeron la enfermedad y el primero de ellos falleció. Carroll se recuperó pero su muerte, unos años después fue a consecuencia de las complicaciones de la enfermedad. Walter Reed había muerto antes, en 1902, debido a una apendicitis aguda complicada con peritonitis. Solo sobrevivió Arístides Agramonte que continuó como profesor en la Universidad de la Habana.


William C. Gorgas

         El descubrimiento del agente vector de la fiebre amarilla permitió luchar de manera eficaz contra la enfermedad. Ese mérito al General Médico William C. Gorgas que fue quien puso en marcha un ambicioso programa de eliminación del Aedes aegypti, aplicado con rigor y tenacidad, mediante el cual pudo lograr que, en 1902, no hubiera ningún fallecimiento por esta causa en la capital cubana.


Max Theiler


         Antes se terminas debemos recordar que el agente causal de la enfermedad es también un virus del grupo de los arbovirus (transmitido en este caso únicamente por la picadura del mosquito). La vacuna contra la enfermedad fue desarrollada por el virólogo sudafricano Max Theiler (1899-1972) en 1937, por lo que se le concedió el Premio Nobel en 1951. Pudo ser utilizada a partir de 1938 y, como en la mayoría de los casos de enfermedades causadas por virus no existe un tratamiento eficaz.

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