miércoles, 15 de abril de 2020

Medios pero también genialidad

Casa natal de Finlay en Camagüey (Cuba)

         En estos tiempos en los que la investigación médica se ha convertido en una esperanza para todos, se suele insistir en la necesidad imperiosa de dedicar medios para hacerla posible.
         No cabe duda de que los medios son hoy más necesarios que nunca, dada la complejidad del equipamiento que requieren los laboratorios. Pero ello no nos debe hacer olvidar que algunos de los más espectaculares avances de la Medicina fueron obra de hombres geniales que, con su intuición y escasísimos medios, fueron capaces de encontrar respuesta a gravísimos problemas.

         Ayer hablábamos del Dr. Carlos Finlay su descubrimiento del mecanismo transmisor de la fiebre amarilla, un caso paradigmático de un éxito logrado merced a su intuición.





         Porque, a pesar de su gran formación, tenía que anunciarse ofertando una amplia gama de especialidades y, sin embargo, su labor no sólo contribuyó a controlar la enfermedad, sino que propició logros tan relevantes como la obra del canal de Panamá, en la que obreros chinos que trabajaban en ella morían a millares, a causa de la fiebre amarilla.



         Y si el trabajo de Finlay se llevó a cabo con escasísimos medios y sin la ayuda de nadie, otro tanto cabe decir de las instalaciones en las que los médicos del US Army verificaron sus teorías. Esta era la caseta, a la que nos referíamos ayer, en la que se realizaron la pruebas de inoculación a voluntarios.



         Hoy queremos destacar la labor de otro gran médico español D. Jaime Ferrán y Clúa (1851-1929), hijo del médico de Corberá de Ebro y él también médico rural. Ejerciendo en Tortosa fue cuando comenzó a investigar sobre el cólera, otra enfermedad que ocasionaba graves problemas y cuyo último brote en España fue el aparecido en Aragón, en 1971.
         En la imagen pueden apreciarse los escasos medios con los que contaba, lo cual no fue obstáculo para que, a partir del descubrimiento efectuado por Koch del agente causal de la enfermedad, llegara a preparar la primera vacuna que probó en la epidemia de 1885, recibida con escepticismo en los primeros momentos e, incluso, prohibida por el gobierno de turno. Hoy nadie niega el mérito de este hombre excepcional que también fue precursor de las vacunas contra el tifus y la difteria, llegando a proponer un tratamiento para la rabia.



         Otro caso excepcional es el de D. Santiago Ramón y Cajal (1852-1934). Impresiona que, con el modestísimo utillaje con el que contaba en su improvisado laboratorio fuera capaz de desentrañar buena parte de los misterios del Sistema Nervioso Central, lo que le hizo acreedor del Premio Nobel que compartió, en 1908, con el investigador italiano Camilo Golgi.



         Queremos finalizar, recordando que Cajal fue, en su juventud, médico militar y, entre 1873 y 1875, estuvo destinado como capitán en Cuba, donde tuvo que hacer frente a las múltiples enfermedades que aquejaban a nuestros soldados, llegando a contraer el paludismo. De aquella experiencia le quedaron amargos recuerdos. Y ya que hemos mencionado al paludismo, no está de más recordar que, hasta hace el siglo XIX fue una enfermedad endémica en Borja, al igual que en otros lugares de España. Aquí el mosquito vector de la misma, las hembras del género Anopheles, campaban a sus anchas por las múltiples albercas que existían para “cocer” el cáñamo, entonces un cultivo muy frecuente en nuestra comarca.




         En 2012, publicamos en este blog dedicado a ese producto, insertando esta imagen de la que, probablemente, es la última alberca conservada en Borja, junto a la fuente del Piojo, aunque hay otras en varios municipios cercanos.

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