martes, 7 de abril de 2020

Remedios medievales contra las epidemias


         El desconocimiento de los agentes causales y del mecanismo de transmisión de determinadas epidemias hizo que se adoptaran medidas como la de encender grandes hogueras en las calles, basadas en la creencia ya establecida desde la antigüedad clásica de que, con ello, se contribuía a “purificar” el aire. ( La hoguera de la foto no es medieval).

         En la gran epidemia de peste de Londres de 1665, a la que hacemos referencia en otro artículo, se añadieron a las hogueras pimienta, incienso y otras sustancias que se creía podían contribuir a ese propósito. Más sorprendente fue el que se aconsejara a los varones que consumieran grandes cantidades de tabaco con el mismo fin. No sabemos si las hogueras fueron las causantes del gran incendio que arrasó la ciudad al año siguiente pero, a tenor de nuestros conocimientos actuales, los fumadores que sobrevivieron a la epidemia, es posible que fallecieran de un cáncer pulmonar, si es que les dio tiempo de desarrollarlo.




         Pero, esos remedios que son considerados medievales, estuvieron en vigor hasta épocas muy recientes. Seguramente, muchos de nuestros lectores habrán tenido oportunidad de ver la película “Muerte en Venecia” de Luchino Visconti, estrenada en 1971 e  inspirada en el relato que, con el mismo título, publicó Thomas Mann en 1912.
         La acción transcurre en esa ciudad, donde se ha desencadenado una epidemia colérica que las autoridades tratan de ocultar para evitar que los turistas huyan (ahora de quiere evitar que acudan). El protagonista es el compositor Gustav von Aschenbach, magistralmente interpretado por Dirk Bogarde quien, al percatarse de lo que ocurre, aconseja a la familia del joven Tadzio (Björn Andrésen) que abandonen Venecia.

         Y, en las últimas secuencias, poco antes de morir, Dick Bogarde recorre las solitarias calles de la ciudad, donde se han encendido hogueras, al igual que en la Edad Media.



         Encender hogueras nos parecería ahora algo ridículo, como también el atuendo que utilizaban los médicos para prevenir el contagio, especialmente por el diseño de las mascarillas con las que cubrían el rostro.




         Un formato que se sigue reproduciendo en el carnaval de Venecia, del que se afirma que el empleo de máscaras tiene su origen en esas protecciones utilizadas en el pasado durante las epidemias.



         La epidemia de gripe de 1918 fue la primera ocasionada por un virus, bien conocido en la actualidad, como consecuencia de los estudios posteriores. En esa ocasión se introdujo el uso de mascarillas, de formato similar a las que ahora conocemos como “mascarillas quirúrgicas”. Las investigaciones realizadas sobre su utilidad coinciden, en la mayoría de los casos, concluyendo que su empleo no resultó eficaz.




         El debate ha vuelto a suscitarse ahora con esta nueva pandemia, también provocada por un virus, aunque diferente al de la gripe de 1918. Las instrucciones dictadas han ido evolucionando, en algunos lugares, desde desaconsejarlas en un principio, a recomendarlas a toda la población. La OMS se ha pronunciado sobre esta cuestión y recientemente publicamos un cuadro en el que se detallaba la eficacia de cada modelo.
         De lo que no cabe duda es de que la epidemia cesará y que, dentro de un plazo relativamente corto, se conocerán con precisión las características del virus y su mecanismo de transmisión. De igual manera, se logrará una vacuna y, algún día, dispondremos de un remedio terapéutico eficaz contra los virus, como anteriormente se logró frente a las bacterias.
         Quizás entonces, los historiadores de la Medicina, lleguen a la conclusión de que, a comienzos del siglo XXI, seguíamos enfrentándonos a las pandemias con procedimientos casi medievales, como desinfectar las calles con productos bactericidas o utilizar mascarillas que no ofrecen una protección total.

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