En estos días en los que el servicio de Correos adolece de
graves limitaciones, la más significativa de las cuales ha sido la de
distribuir la prensa diaria, nos ha sorprendido recibir el último número de la
revista Príncipe de Viana, la única
que nos ha llegado cuando eran muchas las que nos llegaban todas las semanas.
Evidentemente, lo más probable que este “parón” haya sido
provocado porque las entidades que las editan no las hayan mandado y que, en el
caso que nos ocupa, el Gobierno de Navarra la depositara en Correos antes del
inicio de la crisis y que, por razones que se nos escapan haya logrado superar
los filtros impuestos a la distribución de correspondencia.
Al reseñarla, como es nuestra costumbre, destacamos algunos
de sus contenidos, entre ellos el artículo de Ekaitz Santazilia en torno a “El
zaldiko del Privilegio de la Unión”. Se trata de un pequeño dibujo que aparece
en una copia de ese privilegio, otorgado por Carlos III de Navarra a la ciudad
de Pamplona en 1423, realizada en el siglo XVI. Representa uno de esos tradicionales
zaldikos o caballitos presentes en las fiestas navarras, con la particularidad de
que el portador toca una cornamusa. Comoquiera que, en otras copias
conservadas, no aparece esa representación, el autor del artículo concluye
afirmando que corresponde a un dibujo que, a modo de entretenimiento, realizó
una persona diferente al copista del documento, de lo cual no puede inferirse
que los zaldikos y las cornamusa no estuvieran en uso en época medieval, aunque
el dibujo no constituye una prueba de ello, por ser del siglo XVI.
Otro trabajo que nos ha interesado es el de Serafín Olcoz
Yanguas sobre “El inexistente monasterio de Yerga y el origen del monasterio de
Fitero”, en el que revisa la trayectoria de ese monasterio tan cercano a
nosotros y sus relaciones con los reinos de Castilla y Navarra, así como con
las diócesis de Calahorra y Tarazona, descartando que tuviera sus orígenes en
ese monasterio del monte de Yerga, que nunca existió, sino que esa historia
responde a una falsificación. El primer asentamiento cisterciense estuvo en
Niencebas, desde donde se trasladó a Castellón-Fitero y finalmente al
monasterio de esta última localidad, hasta la Desamortización.
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