La primera fiesta que se celebraba en Alberite de San Juan
era, como en otros muchos lugares, la de San Antón el 17 de enero en cuya
víspera los mozos encendían una hoguera. La hoguera se ha mantenido y en ella
se asan patatas y otros productos como panceta, chorizo y longaniza que ofrece
el Ayuntamiento.
La hoguera de San Antón tenía su réplica en la de San Blas,
el 3 de febrero, que era la fiesta de las mujeres, siendo ellas las encargadas
de organizar la hoguera de la víspera.
Pero la gran fiesta de Alberite es la del Santísimo Robado
que, según señalaba Pascual Madoz tenía lugar el domingo anterior al Carnaval y
de la que se conserva esa antigua imagen en la que el párroco aparece
bendiciendo a la concurrencia con la custodia, junto al arco de entrada a la
localidad. En ella se distinguen los pendones y banderas de la cofradía del Santísimo,
la de las Hijas de María y la del Carmen en el centro.
La fiesta conmemora un extraordinario acontecimiento que
causó una enorme conmoción en toda la comarca y del que nos ha quedado el
relato que hizo D. Domingo Pallarés, mayordomo de la cofradía del Santisimo.
El 17 de febrero de 1642 entraron tres hombres en la iglesia
parroquial, robando todas las jocalias existentes en ella, incluyendo el copón
que había en el sagrario con las Sagradas Formas. Discutieron entre ellos, poco
después, y en la reyerta resultó muerto uno de los ladrones. Otro se apoderó
del copón pero, de manera prodigiosa, quedó inmovilizado sin poder dar un paso.
Percatado de la gravedad del delito cometido, ofreció restituir el vaso sagrado
al primer sacerdote que encontrara. Fue al párroco de Malón quien, sin pérdida
de tiempo, lo depositó en el colegio de la Compañía de Jesús de Tarazona. Pero,
enterada la ciudad de lo acaecido, decidieron trasladarlo con gran solemnidad a
la catedral de la que partió después de retorno a Alberite, a bordo de una
carroza, con gran acompañamiento de sacerdotes, cofradías y fieles.
Al paso del Santísimo por las localidades que recorrió
fueron impresionantes las muestras de entusiasmo con las que fue acogido. En
Alberite se congregaron más de 6.000 personas para recibirlo, llegadas también
de Tarazona, Magallón, Tauste, Ainzón, Alberite, Tabuenca, Ambel, Vera, El
Buste, Bureta, Pozuelo, Bulbuente y Calcena.
La relación de Domingo Pallarés tiene el interés añadido de
ofrecer datos de alguna de las manifestaciones de júbilo a las que dio lugar el
paso del Santísimo. Concretamente, en Ainzón, se interpretó “una danza de mucha
gala, compuesta de doce bizarros mozos, los seis vestidos de hombre y los seis
de máscara vestidos de mujeres, a quienes precedía una “sierte” (sierpe o serpiente),
tan natural que engañaba a la vista y ponía espanto su fiereza, y encima de
ella una ninfa que continuo movimiento divertía a todos los festivos y devotos”.
Ya en Alberite hubo dos danzas de Tarazona, una del propio Alberite y otras de
Ainzón, Tabuenca y Magallón. Por otra parte, los de Calcena pusieron en escena
un auto sacramental. Siempre nos ha llamado la atención que en ese
acontecimiento no estuviera representada la ciudad de Borja por cuyo término
pasó la comitiva, aunque no por la ciudad, dado que viajó por el camino del
Campo. Solo puede ser interpretado por un problema de protocolo con la ciudad
vecina, cosa frecuente.
La fiesta se sigue celebrando el primer domingo de febrero,
con igual solemnidad que en el Corpus, dándose la circunstancia de que en
Alberite es la única localidad en la que el Santísimo Sacramento recorre las
calles de la misma en dos ocasiones de un mismo año.
Antes de la Misa se lleva la bandera de la cofradía del Santísimo
a la Casa Consistorial donde van a recogerla para llevarla a la iglesia. La
procesión del Santísimo, bajo palio, llegaba a la plaza donde se depositaba la
custodia en el altar allí instalado, haciéndole las “cortesías” la cruz
parroquial y las banderas presentes, antes de impartir la bendición solemne,
como en el caso de la procesión del Corpus.
En Carnaval era costumbre disfrazarse con una simple máscara
de lienzo con orificios para los ojos. A los así ataviados se les llamaba “cipoteros”,
al igual que en Agón, Albeta, Bisimbre y Magallón. La foto es de las “mascarutas”
de Épila, pero el aspecto sería similar.
El único pilar votivo existente en Alberite es el dedicado a
San Gregorio, en el camino a Bureta, erigido en recuerdo del paso de las
reliquias del Santo por nuestra comarca, en el siglo XVII, cuando marchaban en
dirección al reino de Valencia. Recientemente se ha levantado una réplica del
mismo junto al primitivo.
Allí se bendicen los términos el 9 de mayo y las culecas que
se consumen ese día y que son diferentes a las de otras localidades, pues
tienen forma de torta redonda, recubiertas de baño blanco, confetis y
caramelos, con un huevo en su interior.
Alberite era señorío de la Orden de San Juan de Jerusalén,
de Rodas y de Malta, dependiendo de la encomienda de Ambel. Por eso, adoptó el
apelativo de “San Juan” en el siglo XIX, para diferenciarse de otros “Alberites”.
Siendo este Santo el Patrón de la orden, su fiesta se celebraba con especial
solemnidad en la localidad. De hecho, las dos únicas que cita Madoz son las del
Santísimo Robado y la de San Juan Bautista el 24 de junio.
Sin embargo, en la actualidad los Patrones principales del
municipio son San Cosme y San Damián, los “Santos Médicos” que se sigue
celebrando el 27 de septiembre, aunque su fiesta se trasladó, en la última
reforma del calendario litúrgico al día 26.
La
víspera se enciende también una hoguera y el día de los Santos tiene lugar la
Solemne Eucaristía en la bellísima iglesia parroquial y la procesión con los
Patrones por las calles de la localidad.
Pero lo que se ha convertido en importante tradición es la
comida popular del día de los Santos, en la que se sirve una gran “bachocada”,
el guiso de judías bachocas que preparan las mujeres de la localidad, junto con
otro de ternera.
Existiendo cofradías de la Virgen del Rosario, fundada en
1775, y de la Virgen del Carmen, ambas celebraban sus fiestas el primer domingo
de octubre y el 16 de julio, respectivamente.
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