Nuestra
sorpresa ha sido grande al constatar que muchos jóvenes no conocen los
bizcochos de Borja y, sobre todo, al comprobar que una destacada personas que
lleva residiendo varios años en nuestra ciudad no había oído hablar de ellos.
Algo
realmente llamativo cuando, hasta hace no demasiado tiempo, los bizcochos eran
el producto estrella elegido para obsequiar. Es cierto que las modas cambian y
que, entonces, todavía no se embotellaban los excelentes vinos que ahora se
elaboran. Pero, los bizcochos reúnen la suficiente calidad para que les
dediquemos este elogio, sobre todo, porque son algo peculiar de nuestra cultura
y muy diferentes a los de otras zonas.
Como
único ingrediente llevan huevo, azúcar y
un poco de harina. De su elaboración solían encargarse unas personas
especializadas, las “bizcocheras”, aunque se hacían y siguen haciendo en
algunas panaderías. Entonces, era un trabajo penoso pues el baño de azúcar que
los recubre, dotándolos de su peculiar aspecto, había que aplicarlo en el
alcabor o parte superior del horno, soportando altas temperaturas.
Solía
encargarse un batido o medio batido, peculiar manera de cuantificar el encargo.
El batido estaba compuesto por 120 bizcochos y para su elaboración se requerían
30 huevos, 200 gramos de harina y el correspondiente azúcar, mientras que el
medio batido era justamente la mitad.
No era
infrecuente facilitar los ingredientes necesarios a la bizcochera que batía los
huevos, separando la clara, con la pequeña cantidad de harina. El recubrimiento
blanco del bizcocho se consigue con las claras sobrantes mezcladas con azúcar.
A
diferencia de otras pastas, aunque pueden consumirse de cualquier manera, lo
normal es mojarlos en leche o en agua fría, especialmente en verano, que es el
mejor procedimiento para degustar sus cualidades.
Consumirlos
secos puede resultar difícil y de hecho, hemos llegado a conocer competiciones
acerca del número de bizcochos que podían ingerirse así. Concretamente, en la
calle Moncayo se organizó una para demostrar que era imposible llegar hasta la plaza
de Santo Domingo, darle la vuelta (entonces no había fuente aunque sí muchos
melones en ocasiones) y volver a subir, sin dejar de comer bizcochos sin la
ayuda de agua.
Los
bizcochos se siguen elaborando pero este producto, como otros de Borja a los
que nos referiremos otro día, no han gozado de la promoción necesaria ni del
tipo de presentación que se requiere en nuestros días, para dotarles de un
mayor atractivo. No es extraño, por lo tanto, que resulten desconocidos.
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