Hubo un tiempo en el que se creía que lo que hoy conocemos como “arco de Sayón” era una de las antiguas puertas de la ciudad. Era algo completamente imposible por su ubicación, muy alejada del casco urbano y, desde luego, fuera del trazado de la muralla medieval y de la cerca posterior.
Pero
el argumento más contundente nos lo proporciona el cabezal de las hojas de
madera que la cerraban y que se ha conservado. En él, los goznes o “gorroneras”
que permitían el giro de las mismas, indican claramente que se abrían hacia
afuera de lo que supuestamente sería el casco urbano y hacia dentro de un
recinto que sigue siendo conocido como “El Palacio”.
Preside el conjunto de ese espacio un edificio importante,
aunque su calidad está completamente enmascarada por las reformas a las que fue
sometido. En 2012, dimos a conocer los últimos descubrimientos en torno al
mismo, demostrando que se trataba de una propiedad que había pertenecido a la
familia de los Vera, cuya última descendiente Dª María Agustina Hipólita de
Gurrea y Vera, condesa de Castellflorit, la legó a su sobrina Dª Lorenza
Agustín, que era esposa del conde de Fuenclara.
En el
testamento, otorgado por la condesa en 1683, se hace referencia a las casas que
la condesa tenía en el barrio de San Juan y “que comúnmente las dicen palacio”,
con su huerta, jardines y corrales. Era, por lo tanto, una finca de recreo,
dotada de todo lo necesario para hacer grata la estancia, que estaba cercada y
a la que se accedía por una gran puerta. Es muy posible que su construcción
fuera coetánea a la de la logia de la Casa de las Conchas, también propiedad de
la condesa, de la que parece una réplica.
Esa
galería abierta originalmente, de la que se ha conservado alguna columna
embutida fue tabicada en 1736, como atestigua la fecha grabada en el
cerramiento. Lo sorprendente es que el “palacio” como siempre se le llamó y su
gran puerta se hayan conservado.
Antes
de que descubriéramos el testamento citado se formularon distintas hipótesis acerca
de su función. No faltó quien pensó que fue el palacio de Juan de Coloma, cuyo
emplazamiento exacto aún siendo una incógnita, aunque de la documentación
estudiada se desprende que estuvo situado junto en la calle San Juan Alta con
vistas a la plaza de Santa María. Nosotros cometimos el error, refutado por el
Prof. Motis Dolader, de creer que era una segunda judería, la “judería baja” la
llamamos en contraposición con la “alta”, situada en el Cinto. No mencionaremos
la “leyenda” de que sobre la puerta había una inscripción en la que podía
leerse el “Tanto monta” de los Reyes Católicos”. Que hubo un friso de azulejos
parece indudable, pero meramente decorativo. Hoy lo remata una flor de lis,
llamativa coincidencia no buscada, dado que los Fuenclara fueron defensores de
la causa borbónica y en este palacio se encontraba el conde cuando tuvo que
huir hacia Navarra ante el avance de los austracistas.
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