domingo, 15 de marzo de 2020

La epidemia de cólera de 1885 en Borja


         Borja ha sufrido, al igual que otras localidades, diversas epidemias que afectaron a su población en mayor o menor grado, desde la gran epidemia de peste del siglo XVII, a las coléricas del siglo XIX o a la gravísima de gripe, en 1918.

         Tenemos datos bastante precisos de lo acaecido en cada una de ellas, pero especialmente sobre la epidemia de cólera de 1885, por haber publicado nuestro Presidente un minucioso trabajo en el nº VI de la revista Cuadernos de Estudios Borjanos.





         Aquella epidemia tuvo una notable influencia en la vida política española, debido al fallecimiento del rey Alfonso XII, atribuido al contagio contraído durante la visita a un hospital de afectados. Sin embargo, la causa real de su muerte fue la tuberculosis que el monarca venía padeciendo sin que ese dato fuera conocido.

         Debemos señalar, ante todo, que el cólera nada tiene que ver con la actual pandemia, entre otras razones porque su contagio se realiza fundamentalmente por vía hídrica y el agente causal es completamente diferente. Por lo tanto, el comentar lo ocurrido entonces responde únicamente al deseo de poner de manifiesto la importancia de las medidas de aislamiento que, en aquellos momentos, impuso el Ayuntamiento de Borja y las consecuencias que tuvieron las órdenes para anularlas.




         Todo hay que situarlo en un momento en el que acababa de descubrirse la causa de la enfermedad, la bacteria Vibrio cholerae aislada por Robert Koch en 1884. Curiosamente, un médico español D. Jaime Ferrán y Clúa1a (1851-1929), había logrado elaborar una vacuna, a partir de cultivos atenuados de la bacteria que Koch había denominado Bacillus vírgula. Pero cuando se desencadenó la epidemia no se permitió su empleo, por considerar peligroso el método.




         En su lugar, se difundían en los periódicos remedios tan sorprendentes como el consumo de Anís del Mono, para favorecer las digestiones, o el uso de una placa de cobre sobre la región del estómago, como eficaz preservativo frente al cólera.



         Borja había sufrido epidemias de cólera en 1834, cuando fue habilitado el convento de San Francisco como hospital de enfermos y el de Santo Domingo para convalecientes. Pero especialmente grave fue la de 1874 que provocó 306 muertos y cuyo recuerdo permanecía en la conciencia de los borjanos cuando se desencadenó cuando aparecieron los primeros síntomas de la nueva epidemia en 1884.

         Era entonces Alcalde D. Sinforoso Garriga Nogués (tomo posesión el 13 de julio de 1884) y, entre las medidas tomadas siguiendo las indicaciones de la Junta Municipal de Sanidad, fue la de construir un lavadero en Sayón. Se conocía el papel desempeñado por el agua en la transmisión de la enfermedad y, por ese motivo, se quería evitar que las ropas de los enfermos fueran lavadas en el lavadero habitual del río Sorbán, situado antes de entrar en la población, situando el nuevo al final del recorrido del río por el casco urbano. Hubo otras medidas, como la de prohibir los velatorios y, como nada destacable sucedió, la disciplina se fue relajando, aunque no se celebró la Feria de Septiembre cuando la epidemia se creía superada en España con la llegada del otoño.



         Pero, en el verano de 1885, el cólera hizo acto de presencia en España y alcanzó nuestra comarca, siguiendo las vías de propagación que pueden verse en este mapa.

         El 1 de julio de ese año había tomado posesión de la Alcaldía D. Tomás Sánchez Saldaña, natural de Borja y licenciado en Ciencias por la universidad de Zaragoza. Los Tenientes de Alcalde eran D. Gaspar Otegui y D. Antonio Fraguas que, con anterioridad, habían sido también alcaldes.



         El Sr. Sánchez Saldaña era un hombre muy preparado y dotado de gran energía. Al percatarse del alcance de lo que estaba ocurriendo, especialmente en Ainzón, adoptó la polémica medida de establecer un cordón sanitario en torno a la ciudad y crear un lazareto u hospital de afectados en el Santuario de Misericordia.
         Para ello, movilizó a todos los guardias rurales y monteros (había un buen número en la ciudad) que se encargaron de bloquear los caminos, no permitiendo el paso de ningún viajero. Los que deseaban cruzar por alguna necesidad imperiosa era fumigados y llevados al Santuario a cumplir una cuarentena, habilitando para este fin un servicio de carruajes.
         Pero el pánico que la epidemia provocó en localidades vecinas, hizo que muchas personas intentaran llegar a Borja, donde no había habido ningún caso. Ante la imposibilidad que, para contenerlas, tenían los guardias, el Alcalde movilizó a toda la población formando unas patrullas apostadas en todos los caminos para mantener el aislamiento.
         Todo se vino abajo cuando el Gobernador Civil ordenó cerrar el lazareto del Santuario y levantar inmediatamente el cordón sanitario. Ello fue debido a la presión de los comerciantes que exigían el libre tránsito de mercancías y a la denuncia del delegado del Banco de España en Borja, aduciendo que su trabajo se veía afectado por la restricción de movimientos.
         Cuando la epidemia hizo finalmente acto de presencia en nuestra ciudad, a finales de septiembre, se intentó restablecer las medidas pero ya nada volvió a ser igual.
         No obstante, la realidad fue que sólo hubo 61 afectados con 25 defunciones, cifras que contrastan con los 306 muertos que hubo en la epidemia anterior o los 82 de Ainzón y los 200 de Mallén en 1885.
         Hay que recordar que Borja tenía, en esos momentos, 5.619 habitantes, siendo el porcentaje de morbilidad (número de afectados) el 1,1 % y el de mortalidad (fallecidos por la epidemia) el 0,44 %.
         Los datos de otras localidades constituyen el mejor ejemplo de que algo se hizo bien en Borja. El primer porcentaje que se reseña en cada localidad es el de enfermos y el segundo el de fallecidos:
         Mallen (59,2 % y 7,99 %); Novillas (39,3 % y 6,62 %); Ainzón (38,6 % y 5,23 %); Fuendejalón (26,2 % y 4,57 %); Luceni (18,8 % y 1,77 %), Boquiñeni (13,2 % y 4,17 %), Agón (13,1 % y 5,33 %); Magallón (11,1 % y 2,64 %), Bisimbre (10,3 % y 4,19 %), y Gallur (5,10 % y 2,01 %).
         Al mismo tiempo que las medidas sanitarias, el Ayuntamiento estableció ayudas “para procurar subsistencias a la clase proletaria) que coordinaba una Junta creada inmediatamente y, para atender los gastos derivados de la epidemia, en 1884 ya había sido aprobado un presupuesto extraordinario por importe de 14.250 pesetas, transfiriendo fondos del ordinario o recurriendo a la venta del trigo del Pósito y a una suscripción voluntaria entre los vecinos.

         En 1885, esa suscripción se convirtió en reparto obligatorio que permitió recaudar 6.249 pesetas, se transfirieron 1.000 del presupuesto ordinario  la Diputación Provincial contribuyó con dos ayudas de 250 y 500 pesetas respectivamente, quedando un déficit de 1.451 pesetas que se cargó a los presupuestos ordinarios siguientes.



        Las disposiciones dictadas inicialmente por el Ayuntamiento tuvieron una excelente acogida por parte de la ciudadanía y el 22 de agosto, antes de que la epidemia llegara a desencadenarse, el Alcalde y los dos Tenientes de Alcaldes fueron homenajeados con una ronda, en la que se interpretaron los cantares que han quedado reflejados en esta hoja conservada en el archivo del Centro, en la que también hay referencias a las súplicas dirigidas a nuestra Patrona la Virgen de la Peana, para que siguiera protegiendo la salud de la ciudad.

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