sábado, 21 de marzo de 2020

Libros de Federico García Sanchiz


Federico García Sanchiz (1886-1964) fue un destacado personaje de la primera mitad del siglo XX que alcanzó reconocida fama como conferenciante, popularizando lo que él llamaba charlas, con las que lograba abarrotar los teatros, en cuyos escenarios, sin otro apoyo que su propia figura, lograba cautivar al auditorio, hasta límites que resultan difíciles de comprender en estos momentos en los que prima la imagen.

Mantuvo una cordial relación con D. Ángel Bayod  y su familia. Por ese motivo, entre los fondos del legado depositado en nuestro Centro, figuran un buen número de fotografías, entre ellas la que reproducimos con una cariñosa dedicatoria al que denominaba “jefe”. También figuran una interesante serie de cartas, así como las felicitaciones navideñas que le remitía, algunas con curiosos motivos decorativos.




Pero, también, dos de sus obras. Una de ellas es la que, en 1963, le publicó el Instituto de Cultura Hispánica con el título América, españolear, en el que se hace referencia a ese verbo que creó “españolear”, fruto de 36 años de charlas por tierras de América, a las que viajó, siempre a sus expensas y sin ningún tipo de ayuda oficial, alcanzando un extraordinario éxito que se tradujo en las cantidades que percibía por esas charlas, muy superiores a las habituales entre las grandes compañías teatrales de la época. En la obra relata su primera llegada a América y cómo, poco a poco, fue abriéndose paso hasta lograr un triunfo resonante.



En 1958, la Editorial Altamira le publicó Playa dormida, una novela que tiene también mucho de relato biográfico sobre su aventura americana que, como el otro libro está dedicado a D. Ángel Bayod y al pequeño “Angelito”, su primer hijo, firmando como “Tío Federico”, prueba de la entrañable relación entre ambos personajes.



         Por nuestra parte, hemos conseguido la primera edición de Nao española. Asia, América y Oceanía, publicada por Editorial Española en 1942, en la que relata sus viajes por otros escenarios diferentes, los de Extremo Oriente, en los que también estuvo presente este singular personaje que llegó a ser elegido, en 1940, miembro de la Real Academia Española y Doctor “Honoris causa” por la Universidad de Santo Tomás de Manila”, así como galardonado con la Gran Cruz de la Orden de Isabel la Católica.





         Aunque falleció en Madrid, quiso ser enterrado en El Toboso (Toledo), teniendo como único epitafio la frase “España fue su Dulcinea”. Allí, en esa bonita localidad, tiene un monumento en la glorieta, en realidad parque, que lleva su nombre.
         También le habían dedicado una calle en Valencia, la ciudad en la que nació, pero su nombre ha sido eliminado en aplicación de la Ley de la Memoria Histórica.

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