Ante la proximidad del eclipse solar total que tendrá lugar dentro de un año, queremos recordar lo ocurrido con ocasión del acaecido el 18 de julio de 1860, por la trascendencia que tuvo.
El
eclipse de 1860 tuvo especial repercusión en España, debido a que se limitó a
una franja de la península que discurría entre Bilbao y Valencia, despertando
enorme interés en los medios científicos de todo el mundo que prepararon
expediciones para desplazarse a observarlo en nuestro país.
Sobre el mismo hay
publicados diversos artículos, entre los que destaca el del Prof. D. Jesús
Ildefonso Díaz de la Universidad Complutense que hace referencia a las
expediciones, procedentes de Rusia, Suecia, Prusia, Baviera, Estados alemanes,
Italia, Suiza, Inglaterra, Francia y Portugal, que vinieron a observarlo.
Especialmente importante fue la expedición inglesa que llegó a Bilbao y
Santander, a bordo del HMS Himalaya,
con numeroso material científico.
No menos
importante fue el papel desempeñado por la Real Academia de Ciencias, que el
citado autor se encarga de reivindicar, la cual publicó una Instrucción sobre
el eclipse de sol, con la suficiente antelación.
Mientras
buena parte de los científicos extranjeros se ubicaron en diversos lugares de
la zona afectada por el eclipse, la Academia y el Real Observatorio de Madrid
organizaron dos expediciones, una de las cuales tuvo como destino el Moncayo,
por considerar que era uno de los mejores lugares para la observación del
fenómeno.
La
expedición al Moncayo estuvo dirigida por D. Eduardo Novella y Contreras
(1818-1865), Primer Astrónomo del Observatorio de Madrid que, posteriormente,
publicó un informe con una relación detallada de lo acaecido en el transcurso
de la misma.
Con él viajaron,
por Tudela y Tarazona, el ayudante Tomás Ariño, el auxiliar Luis Muñoz, así
como el sargento Espínola y dos soldados artilleros que la Comisión de
Estadística General del Reino puso a su disposición. A ellos se les unieron el
Catedrático de Química de la Universidad Central D. Manuel Sáenz Díaz; D.
Valero Causada y Labastida, Catedrático de Física de la Universidad de
Zaragoza; D. Constantino de Ardanaz y Undabarrena, entonces Ingeniero Jefe de
Caminos y Diputado a Cortes y más tarde Ministro de Hacienda; y el alumno de la
Escuela de Caminos D. Celestino Olózaga, probablemente hijo del ilustre
político D. Salustiano de Olózaga.
Posteriormente
llegaron los astrónomos franceses Mon. Jean Chacornac y Mon. León Foucault (que
ha pasado a la historia por el experimento con el péndulo que lleva su nombre),
ambos del Observatorio de París; Mon. Nicolas Auguste Tissot, de la Escuela
Politécnica de París y Mon. Urbain Le Verrier Director del Observatorio de
París. Con ellos viajaron Karl Christian
Bruhns, Director del Observatorio de Leipzig; el coronel suizo Emile Etienne
Alfred Gautier que llegó a ser Director del Observatorio de Ginebra, así como el
comerciante de Leipzig Mr. Auerbach.
Efectuada
la distribución de tareas entre todos los que iban a participar en los
trabajos, D. Eduardo Novella se trasladó al Santuario de la Virgen del Moncayo,
donde inicialmente había previsto situar el centro de observación. Sin embargo,
al reconocer el lugar consideró más oportuno intentar establecerlo en la cima
del monte, subiendo al mismo, tras una penosa marcha. Comoquiera que era
preciso llevar hasta allí el material científico se dirigió a los ayuntamientos
de la zona para que enviaran hombres con el fin de construir una senda que
llegara hasta la cumbre.
Fueron
gentes de Añón, Lituénigo, San Martín y Tarazona los que asumieron ese trabajo,
trazando la senda que se sigue utilizando en la actualidad y que tiene su
origen en ese hecho histórico. Por otra
parte, el sargento y los soldados se encargaron de construir una caseta o
refugio, con techo de madera, para albergar los instrumentos.
Sin
embargo, cuando todo estaba dispuesto, las fuertes rachas de viento destruyeron
el tejado, por lo que D. Eduardo Novella decidió situar el puesto de
observación en la explanada situada frente al Santuario, aunque si las
circunstancias lo permitían no descartó ascender a la cumbre por la senda
recién trazada.
Pero, en
la mañana de 16 de julio, hubo una gran tormenta en la zona y, al amanecer del
18, la cumbre del Moncayo amaneció cubierta de niebla, por lo que, ante el
riesgo de no poder contemplar el eclipse, una parte de la comisión bajo al
llano, donde afortunadamente el cielo estaba despejado y en una elevación
próxima a Tarazona se pudieron realizar los trabajo. Los que habían quedado en
el monte también pudieran verlo al levantase le niebla y, posteriormente,
permanecieron en la zona varios días para realizar las necesarias observaciones
para situar geográficamente los puntos de observación. Esta es la narración de
lo ocurrido aquí, durante aquel eclipse que fue el primero en el que se
fotografiaron las protuberancias solares.
Suele
afirmarse que la primera fotografía de un eclipse total de sol se obtuvo en
Rivabellosa (Álava), en esa ocasión de 1860, siendo el astrónomo inglés Warren
de la Rue quien la realizó, aunque otras fuentes señalan que ya, con
anterioridad, se habían tomado imágenes de un eclipse, cuando la fotografía
acababa de cobrar carta de naturaleza.








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