Cuando, al comentar los supuestos fenómenos paranormales que tienen como escenario las bodegas de la Casa de Aguilar, hay quien nos sugiere ponernos en contacto con un conocido programa de televisión, les recordamos lo que nos ocurrió con ellos.
Resulta que, en el
convento de Santa Clara de Borja se conserva una singular reliquia “de
contacto”, cuya existencia fue dada a conocer por el Dr. D. Alberto Aguilera
Hernández, en un artículo publicado el Boletín
Informativo del Centro de Estudios Borjanos nº 131-132, en 2011.
Se trata
de una copia de la espada con la que, según la tradición, fue decapitado San
Pablo, la cual se conservaba en el monasterio de monjas jerónimas de Santa
María de la Sisla, al que había sido regalada por el cardenal Gil de Albornoz,
que a su vez la había recibido del papa Urbano VI.
Como es
sabido, a partir de las reliquias originales, como la citada espada, se podían
obtener otras “por contacto”, como es el caso de la de Borja que fue regalada a
las clarisas de nuestra ciudad por el gran compositor D. Ángel Chueca,
organista de la catedral primada, que había nacido en nuestra ciudad el 27 de
febrero de 1839 y tenía una hermana, sor Josefa Chueca, en el citado convento.
Así se hace constar en la
parte posterior de la caja de madera que se elaboró aquí para conservarla:
“Las
religiosas de San Pablo de Toledo tienen la esp\a/da que degollaron a San Pablo
Apóstol. Las religiosas [h]acen a medida de aquellas otras espadas, las
bendicen y las pasan por la misma, y las dan a las pe\r/sonas que las desean.
Ésta se la dieron a mosen Angel Chueca, éste se la dio a su hermana sor Josefa,
religiosa en este convento, la cedio con gusto a la comunidad y le mando hacer
esta caja y la coloco en el coro. El Apostol San Pablo les ancance [sic] el
Reyno de la Gloria, y la comunidad agradecida queda en obligacion de
encomendarlos a Dios”.
La importancia de la reliquia de Santa Clara radica en el hecho de que no se conocen otras copias de estas características, dado que la que se conservaba en el convento de las jerónimas de Madrid desapareció durante la guerra civil, al igual que la original de Toledo.
Pero, en
febrero de 2017, en el programa “Cuarto milenio”, emitido por la Cuatro, en la
noche del pasado domingo, se trató extensamente sobre la espada de San Pablo,
incluyendo un reportaje sobre la misma y siendo objeto de posterior debate, en
el que participó un investigador que se atribuyó los méritos del
“descubrimiento” y aludió a la copia de Borja, ofreciendo fotografías de la
misma.
Lamentablemente, esas
fotos eran las publicadas en nuestro Boletín, cosa que no se citó ni tampoco el
trabajo del Dr. Aguilera que efectuó la correspondiente reclamación, ante tan desvergonzado
proceder.
El Boletín puede ser
consultado en red, a través de nuestro blog, pero para los que no quieran
molestarse en ello, ofrecemos el texto del artículo, sin sus notas:
Texto completo del
artículo, sin las notas
Ninguno
de los escritos neotestamentarios recoge la narración del martirio de San
Pablo, aunque la tradición cristiana siempre ha sido unánime a la hora de
señalar que éste fue por decapitación, contextualizando el suceso en la Roma de
los últimos años del reinado del emperador Nerón.
Situándonos
en la importancia del culto a los santos establecida por el Concilio de Trento
frente a la Reforma protestante, debemos indicar que ésta tuvo una de sus
manifestaciones más importantes en el afán por poseer reliquias, un fenómeno
sumamente extendido en toda la Edad Moderna pero que fue languideciendo a lo
largo del siglo XIX.
Como no podía ser de otra forma, el
convento de Santa Clara de Borja no se vio exento de esta conducta generalizada
y, desde su fundación, en 1603, la configuración de una importante lipsanoteca
fue una de sus mayores aspiraciones. Ciertamente, el grueso de tan preciada
colección -una de las más importantes de nuestra Comarca- pertenece a los dos
primeros siglos de su andadura histórica aunque, paradójicamente, durante la
segunda mitad del siglo XIX se vio enriquecida con diferentes reliquias por
contacto, algunas de ellas tan excepciones como un clavo de Cristo o la pieza
que nos ocupa, la espada con la que San Pablo fue decapitado.
Según fija la tradición, la reliquia
original fue un regalo del papa Urbano
VI al cardenal Gil de Albornoz, quien la llevó a Toledo. Allí fue venerada en el convento de Santa María
de la Sisla, aunque tras los decretos desamortizadores pasó al de San Pablo de
las madres jerónimas , quienes se dedicaban a elaborar copias en madera de la
misma que, posteriormente, se bendecían y pasaban por la espada original.
Una de estas reliquias ex contactu fue
entregada por la comunidad jerónima al borjano don Ángel Chueca, organista de
la catedral primada desde 1879. Éste, a su vez, la remitió a su hermana sor
Josefa, organista del convento de Santa Clara,
quien no dudo en mandar guarnecerla en una caja de pino realizada con tal finalidad y cederla a la
comunidad, que contrajo la obligación de encomendar a ambos a Dios.
En un principio, la espada de San Pablo
se expuso en el coro alto, aunque probablemente, desde el primer tercio del
pasado siglo, cambió su ubicación a la tribuna donde antes de localizaba el
órgano.
Lamentablemente, la reliquia original
desapareció en 1936 durante la guerra civil española. Al parecer, el
demandadero de las monjas, que terminó siendo fusilado, ocultó la espada para
evitar su profanación, hallándose todavía en paradero desconocido a pesar de
los múltiples intentos realizados por recuperarla. Uno de ellos, quizá el más
importante, tuvo lugar en 1950 por deseo expreso de Francisco Franco, que tenía
la intención de regalarla al papa Pío XII con ocasión del Año Santo.
Hasta 1967 se desconocían las
características de la reliquia. Afortunadamente, ese mismo año fue localizado
en el Museo de Santa Cruz un dibujo en pergamino a tamaño natural de las dos
caras de la espada junto con un texto explicativo, lo que sirvió para que
pudiera ser reproducida en los talleres de la Fábrica Nacional de Armas.
La
empuñadura formaba una sola pieza con la hoja, teniendo 85 cm. de longitud y
cinco de anchura máxima. Mientras que en una de las caras podía leerse “Neronis
Cesaris mucro”, en la otra figuraba el epígrafe “Quo Paulus truncatus capite
fuit”.
Al
parecer, a raíz del descubrimiento de este dibujo se hicieron tres copias. La
primera fue entregada al Jefe del Estado en 1968 y la segunda al Cardenal
Primado, en 1969. Una última reproducción se conserva actualmente en el Museo
de Santa Cruz.
Así pues, la reliquia por contacto conservada en Borja tiene una especial relevancia, especialmente mientras no sea hallada la original. Además, tampoco tenemos constancia de la existencia de otras copias, previas a 1936, salvo una en el convento de las jerónimas de Madrid, pero que también desapareció en ese aciago año.




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