Es tradicional que, al término de la celebración de la Eucaristía el día de la Fiesta de Santa Clara, se distribuyan entre los asistentes unos panecillos benditos que, ayer, estaban preparados en cestas y canastas en el coro bajo del convento de religiosas clarisas de Borja.
Lo que, posiblemente, algunas personas
ignoran es el origen de esta costumbre que recuerda el prodigio obrado por
Santa Clara cuando el Papa Inocencio IV fue a visitarla al convento de San Damián.
Al mediodía, la Santa invitó al Pontífice a compartir la modesta comida con la
comunidad, pero el Papa se excusó cortésmente conociendo los limitados recursos
del convento. Entonces Santa Clara le pidió que, al menos, bendijera los panes
que estaban dispuestos para la comida.
Pero el Papa le
ordenó que fuera ella quien bendijera los panes. Ante la resistencia de Clara
en realizar ese acto en presencia del Pontífice, Inocencio IV le obligó,
recurriendo al voto de obediencia. La Santa obedeció y, milagrosamente,
apareció una cruz sobre cada uno de los panes.
Ayer, pudimos contemplar la repetición de esta tradición en Borja, cuando nuestro párroco que, previamente, había impartido su bendición, hizo entrega del hisopo a la abadesa del convento, para que fuera ella quien rociara los panecillos con el agua bendita.
Un sencillo y entrañable
acto que presenciaron muy pocas personas, pero del que queremos dejar
constancia, dado el profundo significado que entraña.
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