viernes, 8 de junio de 2018

Testimonios del pasado que desaparecen


         Durante días pasados se ha llevado a cabo el derribo de un edificio en la calle de Coloma de Borja. Comoquiera que el casco antiguo de Borja está declarado Bien de Interés Cultural en su categoría de Conjunto Histórico, cualquier actuación en el mismo, requiere la previa autorización de la Comisión Provincial de Patrimonio, ante la que fue tramitada y concedida, con carácter previo a la concesión de la oportuna licencia municipal. Por lo tanto, en el procedimiento se han cumplido los trámites preceptivos y por lo tanto el derribo es “legal”.

         Otra cosa es considerar si era necesario y, sobre todo, si la Comisión debería recabar un minucioso estudio arqueológico e histórico previo antes de otorgar permisos como éste en zonas especialmente sensibles.





         Porque, tras el anodino revoque de su fachada han aparecido elementos que ponen de manifiesto que bajo el yeso había otra de ladrillo, de la que sólo se ha conservado el arranque de un arco de medio punto y el cabecero mutilado de lo que pudo ser su puerta de entrada. Estaríamos, por lo tanto, ante una fachada que, por sus características arquitectónicas se enmarcaría en el siglo XVI, como otras muchas de Borja.




         Destacan entre los restos de su estructura los dos gruesos muros laterales que la enmarcaban, realizados en tapial y que, por lo tanto, nos retrotraen a una época anterior, acreciendo su interés.



         Pero ha sido el Dr. D. Isidro Aguilera Aragón el que nos ha llamado la atención sobre un aspecto mucho más relevante: la anchura del edificio. Cualquiera que proceda a medirla, como hemos hecho nosotros, comprobará que tiene 5 metros, equivalentes precisamente a 11 codos, antigua medida de longitud.
         Y 11 codos son lo que definen a las llamadas “casas de repoblación”, porque era el espacio que se concedía a los nuevos pobladores de las ciudades reconquistadas para que edificaran sus viviendas.





         Estamos, por lo tanto, ante una reliquia histórica y arquitectónica del más remoto pasado de la Borja actual. Pero no es la única, pues si se fijan todos aquellos que recorran la calle Coloma podrán percatarse de que esa la anchura de todos los edificios de la misma, salvo el espacio que ocupa el palacio de Navascués que fue construido a finales del siglo XVIII y comienzos del XIX, tras adquirir su propietario varias casas que allí había y que, probablemente, serían de características similares. Lo mismo ocurre con la situada en el lado de los pares, frente a la plaza de Aguilar, formada por la unión de dos edificios antiguos.
         Mientras que todas ellas están prácticamente abandonadas, las hay también en la plaza de las Canales, aunque su aspecto ha variado, tras algunas intervenciones recientes.
         En cualquier caso, estamos ante unos edificios, inicialmente modestos, que  acogieron a los primeros pobladores cristianos de nuestra ciudad, en una zona que se extendía fuera del recinto musulmán, delimitado por las calles de San Bartolomé y San Juan. Para protegerla, se levantó otra muralla, de la que el torreón encontrado en la plaza del Mercado, constituye una prueba inequívoca de esa cerca que llegaba hasta la citada plaza que, por quedar en su interior, fue denominada después “plaza de Adentro”.
         En cualquier país del mundo en el que se hubieran conservado testimonios que pueden ser datados en el siglo XII o XIII, los cuidarían con mimo, harían todo lo posible por mantenerlos y los mostrarían con orgullo. Pero aquí, que no tenemos la necesidad de recrear “barrios góticos”, porque los tenemos de todas las épocas y culturas, somos incapaces de percatarnos de su importancia. Y no nos referimos sólo a quienes residen aquí, sino a un sistema de protección del Patrimonio Cultural de todos los aragoneses que viene dando constantes pruebas de la necesidad de configurarlo de otra forma para que cumpla realmente su misión, de una manera eficaz.

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