Estos días en los que está colaborando con nosotros un biznieto de D. Federico Bordejé, hemos aprovechado para tratar de encontrar alguna obra suya y hemos tenido la fortuna de encontrar y adquirir otro ejemplar de la primera edición de una de sus publicaciones más conocidas, las Cartas a unos muchachos españoles, con la que había obtenido el Premio “Manuel Lorente” en 1934.
La obra fue publicada en 1936 en
Madrid, pero de aquella edición se conservaron escasísimos ejemplares ya que,
al comienzo de la guerra civil, la casa de D. Federico fue asaltada y
destruida. En 1939, volvió a ser editada y en el prólogo se hacía referencia a
esa triste circunstancia, precisando que sólo pudieron salvarse los pocos
ejemplares que D. Federico trajo consigo a Borja, al iniciar sus vacaciones y
los que, previamente, había distribuido entre sus más allegados.
Durante mucho tiempo, se creyó que de
aquella primera edición no se había conservado ningún libro pero, en una feria
de Madrid, logramos adquirir hace años un ejemplar. Más tarde, conseguimos
otro, dedicado a su primo Ciriaco que, por esta firmado en 1939, dedujimos que
era uno de los que Bordejé había traído a Borja.
El que acabamos de adquirir tiene mayor
interés, pues está dedicado a su “reputado y querido Jefe y Señor Don Mario Ponce
de León”, firmándolo “Hoy 9 julio 1936”, poco antes de emprender el viaje a
Borja, gracias al cual pudo salvar su vida al estallar la guerra días después.
Como funcionario
del Ministerio de Asuntos Exteriores, D. Federico dependía de Ponce de León, del
que hemos intentado reunir algunos datos de su biografía.
Nacido el 22 de julio de 1906, D. Mario
Ponce de León y Muñoz, ingresó en la carrera diplomática en 1930, cuando aún no
había cumplido los 24 años. Con anterioridad había sido Presidente de la Casa
del Estudiante.
Su filiación católica provocó que fuera
declarado “desafecto” a la República y expulsado de la carrera. Estuvo detenido
en la cárcel de San Antón pero, por circunstancias que ignoramos, logró salvar
la vida y, al final de la guerra, tras ser sometido al correspondiente expediente
de depuración, fue readmitido y, en 1940, nombrado Cónsul General de España en
Roma, donde realizó una gran labor en momentos muy difíciles. Los que le conocieron
afirmaba que era, además de diplomático, “poeta y coleccionista de antigüedades,
culto, generoso hasta la esplendidez, y de sensibilidad casi excesiva”. Falleció
en 1978.
Con esta nueva incorporación a nuestra
biblioteca, son ya tres los ejemplares que tenemos de aquella primera edición,
lo que no deja de ser llamativo.
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