En el recorrido que iniciamos hace unas semanas por los antiguos conventos borjanos queremos dedicar un recuerdo al que fue fundado en 1636 por la Orden de Predicadores y que estuvo dedicado a San Pedro Mártir, titular de su iglesia, aunque fue conocido popularmente con el nombre de convento de Santo Domingo.
Tras esta fundación, la quinta realizada en Borja, ya que le habían precedido los franciscanos en el siglo XIV, los agustinos (1603), las clarisas (1603) y los capuchinos (1622), se encontraba la figura de un ilustre eclesiástico borjano, D. Jaime de Moncayo Ximénez. Nacido en nuestra ciudad, en 1548, cursó con brillantez los estudios eclesiásticos, doctorándose en Teología. Con tan sólo 28 años de edad, obtuvo por oposición la plaza de canónigo doctoral de la colegiata de Santa María, una de las más importantes, y cinco años después resultó elegido como Prior del cabildo, puesto que desempeñó hasta 1604. Felipe III lo nombró canónigo de la Iglesia Metropolitana de Zaragoza y allí falleció en 1622, dejando toda su fortuna a los dominicos, para que fundaran un convento en Borja.
El gesto de D. Jaime Moncayo es recordado en su ciudad natal con una calle que discurre junto al antiguo convento, la calle Moncayo, que no está dedicada al monte de ese nombre, sino a este personaje. Pero el reconocimiento otorgado por el M. I. Ayuntamiento no respondía al hecho de que fundada un convento, sino al propósito que le impulsó a llevar a cabo la donación, crear un Centro de Estudios Superiores como ya los había en otras localidades aragonesas.
Entre la muerte de D. Jaime y la fundación del nuevo convento tuvieron que transcurrir 14 años para que llegara a materializarse, debido a la tenaz oposición del cabildo de la colegial. Aunque se llegó a un entendimiento, el nuevo convento nunca llegó a convertirse en ese centro de formación con el que soñaba su fundador.
En el momento de la Desamortización, había en el convento seis religiosos, según fuentes de la Orden, siendo prior del mismo fray Miguel Espín, doctor en Teología. Otras fuentes afirman que eran 4 sacerdotes, 1 religioso de coro y 3 legos. Tras su expulsión, los edificios conventuales fueron subastados, sin encontrar comprador.
Ante esta situación el ayuntamiento decidió ocuparlo en 1843, para instalar allí las Escuelas de Niños. Tras esta medida de fuerza, el Estado terminó por entregar oficialmente el 16 de mayo de 1850, tanto el convento como la iglesia.
La iglesia con la campana y las ventanas en su fachada
Inmediatamente después, la iglesia fue arrendada para diversos fines, mientras que algunas de las obras de Arte que conservaba se dispersaron al ser cedidas, con el correspondiente recibo, para su empleo en otros templos. El retablo de San Jorge o el lienzo con Cristo crucificado que está en el claustro de Santa María proceden de este convento, al igual que otras obras que se conservan en la colegiata o en el Museo.
La Iglesia nunca aceptó de buen grado el destino que se dio a los templos desamortizados. Ya en 1852 intentó ocupar la iglesia de Santo Domingo pero no fue hasta 1892, en circunstancias políticas muy diferentes, cuando fue cedida al obispado para su apertura al culto. Curiosamente, se pretendió que sirviera de apoyo a la parroquia de San Bartolomé pero, por el hecho de estar enclavado dentro de los límites de la de Santa María, se suscitó un conflicto que fue resuelto mediante un acuerdo entre ambos párrocos para su uso conjunto. Allí se estableció inicialmente la Asociación de Hijas de María y, más tarde, las Congregaciones Marianas.
La iglesia ya sin campana y ventanas, con la fuente antigua
A mediados del siglo XX, el obispado decidió cerrarla e intentó alquilarla como almacén de trigo. No lo logró por la actuación de un grupo de personas que pretendían ubicar allí a la parroquia de San Bartolomé. La oposición frontal del entonces párroco de Santa María frustró este proyecto que hubiera evitado el derribo de esa parroquia.
Tras varios años, sumido en el abandono, el templo fue cedido al M. I. Ayuntamiento, merced al empeño del alcalde D. Luis María Garriga que acometió su rehabilitación, siendo transformado en Auditorio Municipal, cometido que sigue desempeñando en la actualidad.
La restauración permitió recuperar el espacio interior, presidido por el antiguo retablo mayor, dedicado a San Pedro Mártir, una obra de interés, aunque no llegó a dorarse, por lo que la mazonería aparece barnizada.
Las capillas laterales fueron cerradas con mamparas, mientras que en las pechinas de la cúpula del crucero se sustituyeron los emblemas de la Orden por los escudos de España, Aragón y Borja, algo innecesario que se debería haber evitado.
En cuanto a los edificios conventuales, la suerte fue dispar. Buena parte de los mismos, incluido el claustro, han llegado hasta nuestros días.
Ello se debió, en buena medida, a que el nuevo Grupo Escolar se construyó en unos terrenos anexos, según proyecto de D. Teodoro Ríos Balaguer, y, por razones no suficientemente explicadas, el arquitecto director de las obras, D. Regino Borobio Ojeda llevó a cabo, al mismo tiempo, la restauración de tres alas del claustro, siendo demolida la situada junto al templo. Quizás se pensó en utilizar esos espacios con fines docentes, pero no fue así. El edificio que era propiedad municipal, se destinó a otros cometidos. La planta principal fue ocupada por los Juzgados de Primera Instancia e Instrucción durante buena parte del siglo XX. Otra zona fue cedida al Sindicato de Riegos de Borja. En los bajos se instaló la oficina municipal de Pesas y Medidas. Más tarde estuvo la Oficina de Extensión Agraria y, en la actualidad, el Archivo de Protocolos Notariales. En el ala que llegaba a la calle Moncayo, hubo viviendas y unas dependencias que utilizó la Banda Municipal, mientras que una amplia bodega que allí había sirvió como almacén.
Toda esta parte de la calle Moncayo terminó siendo vendida por el ayuntamiento y en su solar se levantó una vivienda.
En la otra zona, correspondiente a la Av. Ramón y Cajal, estuvo el Colegio Ntra. Sra. del Carmen y, más tarde, comenzó a ser utilizado por el Colegio Público, siendo acometidas una serie de obras en el claustro que terminaron por desvirtuar gravemente un espacio de gran interés. Finalmente, la parte superior del mismo que nunca tuvo destino y se correspondía con las características galerías aragonesas de arcos de medio punto, terminó siendo transformada en Escuela Municipal de Música.
Hasta aquí, de manera muy sucinta, la compleja historia de este edificio conventual que, en buena medida, se ha conservado, aunque podría mejorarse sustancialmente el estado del antiguo claustro o, al menos, impedir que se siga deteriorando.
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