Hace unos días, D. Samuel Marqueta nos preguntó sobre unas
terribles inundaciones acaecidas en Agón, a comienzos del siglo XX. Nada
sabíamos de ellas. Sí conocíamos las que tuvieron lugar en 1871, que quedaron
reflejadas en el pormenorizado relato que el párroco D. Antonio Castán dejó en
el libro parroquial, que sirvió de base para los datos que ofrece el Dr.
Aguilera en su reciente obra. Asimismo, se conservaba la placa que recordaba la
altura alcanzada por las aguas del Huecha en aquella ocasión, la cual fue
rehecha no hace muchos años.
Pero, estimulados por la sugerencia de D. Samuel Marqueta
hemos seguido investigando hasta tener constancia de una de las más terribles
catástrofes que vivió nuestra comarca, como consecuencia de un temporal de
lluvia y granizo que ocasionó daños muy cuantiosos. A través de las
informaciones publicadas en la prensa de la época hemos podido efectuar un
balance de lo sucedido en algunas localidades.
Concretamente, en Agón, más de sesenta edificios quedaron
destruidos y otros muchos seriamente dañados, con las bodegas inundadas. El Diario de Avisos de Zaragoza, afirmaba
que en las casas, la piedra que arrastró la corriente, alcanzaba más de un
metro de altura y con ella “se pueden cargar trenes con el granizo que cayó”.
La iglesia quedó completamente inundada y fue preciso abrir
un boquete en la pared contigua al río para que saliera el agua. Acababa de
celebrarse la procesión del Corpus y el palio y las peanas utilizadas en ella
se encontraba fuera de los lugares donde se guardaban, quedando destruidos,
junto con todo lo que había en el interior del templo.
La desolación era enorme, con las calles cubiertas de piedra
y lodo que se intentaba retirar con volquetes. Los trabajos se vieron
dificultados por la lluvia que seguía cayendo, la cual no desanimaba a los
esforzados peones que se ocupaban de la limpieza. “Si llueve que llueva”,
gritaban mientras seguían trabajando en medio de un “inmundo lodazal”, como
reflejaba en su crónica un corresponsal.
En torno a la localidad, en los campos anegados flotaban
muebles y enseres, arrastrados por el agua que, por el momento, era imposible
recuperar, por lo que se estableció un servicio de vigilancia para evitar la
actuación de posibles saqueadores.
Al haber quedado destruido el horno local y las reservas que
guardaban sus habitantes, fue preciso enviar ayudas desde las localidades
cercanas que tampoco se habían librado de los estragos del temporal.
En Borja se perdieron todas las cosechas, al igual que en Maleján
y Bulbuente donde los campos se convirtieron en barrancos y lodazales.
En Magallón se
hundieron algunas casas y el Huecha inundó todos sus campos, arrastrando las
cosechas y creando una laguna de seis kilómetros de extensión. Lógicamente, no
disponemos de fotografías de aquella época, por lo que las ilustraciones que
insertamos son muy posteriores.
Fréscano, quedó completamente inundado,
ofreciendo un aspecto desgarrador, al haberse visto afectadas la mitad de las
viviendas; una de ellas se derrumbó y otras tuvieron que ser desalojadas ante
el peligro que ofrecían. Las tapias de los huertos desaparecieron y en los
campos quedaron arrasadas las mieses que estaban a punto de ser segadas, así
como todas las hortalizas.
En
Mallén, las pérdidas fueron incalculables. Los trigos tumbados y envueltos por
el lodo, las tierras descarnadas con
grandes desniveles y los planteros desechos.
Es
lógico suponer el estado de ruina y desolación en que quedó sumida toda la
comarca. Para paliar los daños se adoptaron algunas medidas:
La
Diputación Provincial envió bombas para extraer el agua y se reunió de urgencia
para arbitrar otras medidas, entre ellas la concesión de créditos
extraordinarios o la condonación de las contribuciones, sin que sepamos si
llegaron a materializarse.
El
Gobernador dispuso la apertura de una colecta para recaudar fondos y la Cruz
Roja llevó a cabo una postulación por las calles de la capital aragonesa. También
ofreció su ayuda el arzobispo de Zaragoza y, en el Teatro Principal, se celebró
una velada a beneficio de los danmificados.
Estos
son los datos que, por el momento, hemos podido reunir sobre esta catástrofe
climatológica que no fue la única ocurrida por aquellos años, en los que las
lluvias torrenciales alternaban con períodos de sequía que obligaban a realizar
rogativas.
El
análisis de estos hechos pueden servirnos para evaluar, en su justa medida, lo
que ahora sucede y se presenta con tintes alarmistas que, no por ser ciertos,
distan mucho de lo que acaecía en el pasado.
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