El 9 de marzo de 1674 se perpetró uno de los crímenes que mayor eco tuvieron en nuestra ciudad, por ser la víctima un monje del monasterio de Veruela y el asesino nada menos que el prior de la colegiata de Borja D. Julián Andrés de Uztarroz, que venía desempeñando ese importante cargo desde 1669.
De vida licenciosa, era
de dominio público que el prior mantenía relaciones con una joven borjana,
llamada Ana Marciala, con la que llegaba a pasar la temporada estival en la
habitación que el cabildo tenía en el Santuario de Misericordia. Además,
atendía con especial cuidado a unos “sobrinos” a los que cuidaba la joven y
cuya procedencia no estaba clara.
A pesar de la
maledicencia de los borjanos, la vida del prior hubiera transcurrido tranquila,
cuidando de la joven y de los sobrinitos, si no se hubiera cruzado en su camino
fray Miguel de Cariñena, un monje de Veruela al que el abad tuvo la infortunada
ocurrencia de encomendarle el cuidado de la granja de Muzalcoraz, en Magallón.
Y como el viaje era penoso, se detenía a refrescarse en casa de Ana Marciela,
lo que despertó el recelo del prior que, para conjurar el peligro, decidió
utilizar el expeditivo procedimiento de eliminar físicamente al monje.
Para ello, contrató a un
“ejecutor”, en cuya compañía marchó a Veruela y, en la propia celda de fray
Miguel, le asestaron un trabucazo, saliendo inmediatamente, al comprobar el
resultado de su acción. Sin embargo, el monje decidió prolongar su agonía,
dándole tiempo a identificar a los autores y, al día siguiente (10 de marzo)
las autoridades decidieron arrestar al prior cuando presidía una procesión en
el claustro de la colegiata.
No contaban con la
agilidad de D. Julián que, a pesar de ir revestido con capa pluvial, inició una
vertiginosa carrera en dirección al Santuario, no deteniéndose hasta alcanzar
el palacio episcopal de Tarazona. Lógicamente, un hecho tan grave motivó que el
Sr. Obispo decidiera sancionarle con una “dura” pena: cinco años de estancia en
un monasterio. Pero al interesado le pareció desproporcionada y, recurriéndola
al arzobispo de Zaragoza, consiguió quedar exculpado.
No obstante, al abad de
Veruela, al que ya le había parecido ridícula la pena impuesta por el obispo,
esta última maniobra la consideró una burla y logró nombrar un nuevo juez que
actuando con diligencia y rigor, llegó a descubrir hechos sorprendentes. En
primer lugar, pudo conocer que Ana Marciala, no era una mujer virtuosa, sino de
vida licenciosa que había tenido relaciones con diferentes personas,
probablemente sin conocimiento del prior.
Pero lo
más llamativo fue comprobar que, en modo alguno, pudo tenerlas con el monje
asesinado ya que, según declaración de sus familiares, ello era imposible, pues
desde el momento de su nacimiento, había sido considerado “un prodigio de la
naturaleza”, dado que “le faltaban sus partes genitales y no tenía miembro,
sino un agujero por donde orinaba”. Lo que había sucedido es que el infortunado
monje y Ana Marciala eran parientes, por lo que, en sus viajes a Magallón, se
detenía a descansar en su casa.
Este pintoresco episodio,
del que no hemos encontrado todavía rastro en los archivos borjanos, fue dado a
conocer por Salvador Daza y María Regla Prieto, a partir de un documento
conservado en la Universidad de Sevilla, y de ellos tomamos la información que
incluimos en la obra Crímenes ejemplares.
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