Acaban de llegarnos dos libros procedentes de la biblioteca de la Casa del Congregante de Borja, como lo atestiguan los sellos que aparecen en varias de sus páginas.
La Casa del
Congregante, fundada por aquel gran sacerdote borjano que fue Mosén Pepe (al
que le arrebataron la calle que le había sido dedicada), estaba situada en la
calle Mayor, donde ahora está ese espacio con toneles, tras el derribo del
edificio, en lo que siempre nos pareció un plan demoniaco para borrar la
memoria de aquel centro en el que, durante muchos años, se formó la juventud
borjana.
Precisamente,
uno de los medios de los que disponía para contribuir a ese noble propósito era
una biblioteca, formada en gran medida por donaciones particulares. No era un
elemento decorativo, sino que era muy consultada. Sin embargo, la Casa del
Congregante fue cerrada y abandonada por la Iglesia, como consecuencia de una
decisión no bien fundamentada. Desapareció también la Congregación Mariana y
con ella, la totalidad de su patrimonio. ¿A dónde fue a parar la biblioteca?
Podemos intuirlo, como también el destino de otra biblioteca desaparecida, la
del cardenal Casanova que, como consecuencia de una decisión no demasiado
afortunada, fue donada al Ayuntamiento de Borja.
Uno de los libros
que hemos recibido es la primera edición del que lleva por título Historia
popular de San Pablo, el gran propagandista de la reunión cristiana, una
hagiografía de fácil lectura, que fue publicada en Madrid, en 1929.
Su autor fue el
P. Enrique Herrera Oria S. J. (1885-1991), un jesuita que era hermano del
cardenal Herrera Oria. Historiador y pedagogo, autor de numerosas obras, durante
la guerra civil, estuvo preso en Bilbao, pero pudo salvarse de la muerte y tras
una colaboración inicial con el nuevo régimen, terminó por censurar con dureza
lo que consideraba una excesiva intervención del Estado en el ámbito de la
enseñanza.
Ante las
protestas del Ministro de Educación de la época, el obispo de Madrid-Alcalá le
retiró las licencias y, a pesar de que muchos le defendieron, el general de la
Compañía de Jesús le ordenó abandonar España y marchar a Buenos Aires donde falleció.
El otro libro
es la Gramática Elemental de la Lengua Latina que, en 1887, publicó D.
Pascual Capdevila y Sancho, que era catedrático de Latín y Castellano en el “Instituto
de Zaragoza”.
Es una obra
excelente que, además, va precedida de un breve compendio de Gramática Castellana.
Nos ha parecido tan interesantes que vamos a utilizarla para repasar nuestros
conocimientos de aquel latín que aprendimos cuando el bachillerato respondía a
un sistema educativo coherente, antes de que la lengua del Lacio iniciara su lamentable
retroceso que se retrotrae a la época del ministro Solís, del que todos conocen
aquella famosa anécdota cuando, en un debate en las Cortes (entonces se debatía),
preguntó ¿Para qué servía el Latín?, a lo que el procurador Adolfo Muñoz Alonso
le respondió: “Entre otras cosas Sr. Ministro, para que los naturales del lugar
donde Ud. ha nacido sean egabrenses”. Don José Solís era natural de Cabra (la Igabrum
romana) …
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