lunes, 17 de marzo de 2025

Bibliotecas perdidas de Borja

 

         Acaban de llegarnos dos libros procedentes de la biblioteca de la Casa del Congregante de Borja, como lo atestiguan los sellos que aparecen en varias de sus páginas.

         La Casa del Congregante, fundada por aquel gran sacerdote borjano que fue Mosén Pepe (al que le arrebataron la calle que le había sido dedicada), estaba situada en la calle Mayor, donde ahora está ese espacio con toneles, tras el derribo del edificio, en lo que siempre nos pareció un plan demoniaco para borrar la memoria de aquel centro en el que, durante muchos años, se formó la juventud borjana.

         Precisamente, uno de los medios de los que disponía para contribuir a ese noble propósito era una biblioteca, formada en gran medida por donaciones particulares. No era un elemento decorativo, sino que era muy consultada. Sin embargo, la Casa del Congregante fue cerrada y abandonada por la Iglesia, como consecuencia de una decisión no bien fundamentada. Desapareció también la Congregación Mariana y con ella, la totalidad de su patrimonio. ¿A dónde fue a parar la biblioteca? Podemos intuirlo, como también el destino de otra biblioteca desaparecida, la del cardenal Casanova que, como consecuencia de una decisión no demasiado afortunada, fue donada al Ayuntamiento de Borja.

 


         Uno de los libros que hemos recibido es la primera edición del que lleva por título Historia popular de San Pablo, el gran propagandista de la reunión cristiana, una hagiografía de fácil lectura, que fue publicada en Madrid, en 1929.

         Su autor fue el P. Enrique Herrera Oria S. J. (1885-1991), un jesuita que era hermano del cardenal Herrera Oria. Historiador y pedagogo, autor de numerosas obras, durante la guerra civil, estuvo preso en Bilbao, pero pudo salvarse de la muerte y tras una colaboración inicial con el nuevo régimen, terminó por censurar con dureza lo que consideraba una excesiva intervención del Estado en el ámbito de la enseñanza.

         Ante las protestas del Ministro de Educación de la época, el obispo de Madrid-Alcalá le retiró las licencias y, a pesar de que muchos le defendieron, el general de la Compañía de Jesús le ordenó abandonar España y marchar a Buenos Aires donde falleció.

 


         El otro libro es la Gramática Elemental de la Lengua Latina que, en 1887, publicó D. Pascual Capdevila y Sancho, que era catedrático de Latín y Castellano en el “Instituto de Zaragoza”.

         Es una obra excelente que, además, va precedida de un breve compendio de Gramática Castellana. Nos ha parecido tan interesantes que vamos a utilizarla para repasar nuestros conocimientos de aquel latín que aprendimos cuando el bachillerato respondía a un sistema educativo coherente, antes de que la lengua del Lacio iniciara su lamentable retroceso que se retrotrae a la época del ministro Solís, del que todos conocen aquella famosa anécdota cuando, en un debate en las Cortes (entonces se debatía), preguntó ¿Para qué servía el Latín?, a lo que el procurador Adolfo Muñoz Alonso le respondió: “Entre otras cosas Sr. Ministro, para que los naturales del lugar donde Ud. ha nacido sean egabrenses”. Don José Solís era natural de Cabra (la Igabrum romana) …


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