Hoy
celebra la Iglesia la solemnidad de Todos los Santos y ayer, a mediodía,
sonaron las campanas de la colegiata, como ocurre en las vísperas de todas las
grandes fiestas litúrgicas.
En
la de Todos los Santos se recuerda a los miembros de la “iglesia triunfante”
que alcanzaron ya la gloria eterna, aunque sus virtudes no haya sido objeto de
una declaración expresa de santidad. Un sentido diferente tiene la fiesta de
mañana, la de todos los fieles difuntos, dedicada a quienes, formando parte de
la “iglesia purgante”, esperan, con la ayuda de nuestras oraciones y sufragios,
el momento de su liberación definitiva. El diferente sentido de ambas
celebraciones se expresa con el color litúrgico de cada una de ellas, pues
mientras es blanco en el día de hoy, mañana se utiliza en la Eucaristía el
color morado.
Son
días en los que nuestro cementerio, como los de todas las poblaciones, se
llenan de flores, testimonio de cariño y afecto de los familiares de los que
allí “duermen” (cementerio significa “dormitorio”) esperando la resurrección.
Con este motivo queremos resaltar el interés del camposanto de Borja, tanto por
algunos personajes allí enterrados, como por la importancia artística y arquitectónica
de determinados elementos.
Sin
lugar a dudas, el más importante es la capilla, debido a que, cuando se
construyó el cementerio, en el siglo XIX, se utilizó para este fin el antiguo
humilladero, una construcción singular que se mantiene intacta, aunque con sus
arcos cegados, sin otra pérdida que la de la Cruz de Término que acogía.
Su
interior, habitualmente cerrado, se abrirá hoy para la celebración de la
Eucaristía. Bajo una cúpula de media naranja, el recinto acoge tres sencillos
retablos, con sus correspondientes altares. El central cuenta con un lienzo de
la Piedad; el de la izquierda representa el abrazo místico de San Francisco de
Asís; y el de la derecha está dedicado a las Almas del Purgatorio, como puede
apreciarse en estas fotografías de Enrique Lacleta, al igual que todas las
utilizadas en este artículo
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