Que
las procesiones de Semana Santa tienen mucho de espectáculo, en cierta medida,
no coincidente con las actuales expresiones litúrgicas es algo evidente. Lo que
nos resulta más complicado es analizar si esta realidad es algo negativo porque,
en definitiva, constituyen la expresión de unos sentimientos populares que
hunden sus raíces en el tiempo, para convertirse en una tradición que forma
parte de nuestro Patrimonio Cultural Inmaterial.
En
Borja, como en otros lugares, esto es aún más evidente, especialmente en el
Viernes Santo, cuando a lo largo del día se van sucediendo una serie de actos
que son asumidos como señas de identidad por numerosas personas, como quedó
patente por la gran presencia de público en nuestras calles y por la petición
formulada por otras residentes lejos de nuestra ciudad que quisieron vivirlos
en directo, por lo que el propio Sr. Alcalde se encargó de filmar alguna de
esas ceremonias y transmitirlas inmediatamente por las redes sociales.
Por
otra parte, a pesar de las lluvias intermitentes que han caído estos días,
todos los actos pudieron celebrarse sin problemas lo que, unido a un clima
agradable, favoreció la elevada concurrencia registrada, especialmente durante
el Viernes Santo.
Señalamos
en el titular que el Viernes Santo borjano es algo más que una procesión, ya
que, en el transcurso de la jornada se van sucediendo diversos actos entre los
que destaca el del Pregón que partió de la colegiata de Santa María a la una de
la tarde.
Precedido
por la cofradía de San Juan Evangelista, que se incorporó a la comitiva hace ya
algunos años, y con representación de las restantes cofradías, recorre las
calles para invitar a todos a participar en el Entierro de Cristo que tendrá
lugar más tarde.
La
invitación la formulan los miembros de la cofradía de las Almas, organizadora
del Entierro de Cristo y, para ello, se detienen en todas las plazas de la
ciudad para que, tras un toque de atención con caja y corneta de doble vuelta,
el cantor encargado de ello entone el pregón, cuyo texto es el siguiente:
Devotos fieles cristianos,
amigos de Jesús Nazareno,
Hijo de María Santísima,
que acaba de morir
por la Redención del mundo.
Acudiréis esta tarde, (a la hora
fijada)
a solemnizar su entierro,
a llorar al pie de la Cruz nuestros
pecados.
Pater noster, Ave María.
Es,
por lo tanto, un anuncio de la hora en que tendrá lugar el Entierro y una
invitación a participar en él, como era habitual hacerlo con cualquier otro
sepelio que tenía lugar en la ciudad, pregonado a viva voz cuando no se había introducido
la costumbre de fijar esquelas impresas.
Mientras
tanto, la imagen yacente de Cristo es velada en la capilla de San José del
claustro de la colegiata, acompañada por las de su Madre y el discípulo amado.
Como comentamos en días anteriores, la elección de esa capilla no es casual,
sino que responde al hecho de ser la de la cofradía que agrupa a los
carpinteros, profesión practicada tanto por San José como por el propio Cristo
en su juventud.
Otro
acto entrañable es de la recogida de los angelicos, esos pequeños personajes
que desempeñan un papel relevante en el Entierro de Cristo. Para ese cometido
salió de la colegiata la Unidad de Alabarderos, con su centurión al mando, a
las siete de la tarde.
En
formación y al compás de una vibrante marcha se desplazan hasta los domicilios
donde residen los angelicos de cada año. Cuando antiguamente la mayor parte de
la población vivía en el recinto urbano, su tarea era sencilla. Ahora, al
haberse desplazado muchos a urbanizaciones del extrarradio, los alabarderos
corren el riesgo de emular a los verdaderos legionarios romanos que eran
capaces de efectuar marchas diarias de 50 kilómetros cargados con toda su
impedimenta.
No
obstante, gracias a la excelente forma física en la que se encontraban, fruto
de los duros ejercicios a los que les somete su preparador, pudieron llegar a
tiempo para incorporarse a la comitiva del Entierro de Cristo, trayendo consigo
a los dos angelicos.
Mientras
el centurión y los angelicos penetran en el interior del templo, el resto de
alabarderos aguardan en el pórtico para rendir honores a la salida del Entierro
de Cristo, al que dedicaremos otro artículo.
Su presencia en ese lugar puso de manifiesto el mal estado en el que se
encuentra la pintura del pórtico que antes se reparaba todos los años, antes de
la Semana Santa y de la posterior salida del Rosario de Cristal. Es algo no
demasiado costoso ni desde el punto de vista económico ni por el tiempo a
invertir. Independientemente de quien asuma esa tarea, detalle sobre el que no
queremos pronunciarnos, lo importante es que hay que realizarla por el decoro
de nuestra ciudad en momentos tan importantes como los que congregan allí a
muchas personas de dentro y de fuera.
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