domingo, 21 de abril de 2019

Algo más que una procesión


         Que las procesiones de Semana Santa tienen mucho de espectáculo, en cierta medida, no coincidente con las actuales expresiones litúrgicas es algo evidente. Lo que nos resulta más complicado es analizar si esta realidad es algo negativo porque, en definitiva, constituyen la expresión de unos sentimientos populares que hunden sus raíces en el tiempo, para convertirse en una tradición que forma parte de nuestro Patrimonio Cultural Inmaterial.
         En Borja, como en otros lugares, esto es aún más evidente, especialmente en el Viernes Santo, cuando a lo largo del día se van sucediendo una serie de actos que son asumidos como señas de identidad por numerosas personas, como quedó patente por la gran presencia de público en nuestras calles y por la petición formulada por otras residentes lejos de nuestra ciudad que quisieron vivirlos en directo, por lo que el propio Sr. Alcalde se encargó de filmar alguna de esas ceremonias y transmitirlas inmediatamente por las redes sociales.

         Por otra parte, a pesar de las lluvias intermitentes que han caído estos días, todos los actos pudieron celebrarse sin problemas lo que, unido a un clima agradable, favoreció la elevada concurrencia registrada, especialmente durante el Viernes Santo.




         Señalamos en el titular que el Viernes Santo borjano es algo más que una procesión, ya que, en el transcurso de la jornada se van sucediendo diversos actos entre los que destaca el del Pregón que partió de la colegiata de Santa María a la una de la tarde.





         Precedido por la cofradía de San Juan Evangelista, que se incorporó a la comitiva hace ya algunos años, y con representación de las restantes cofradías, recorre las calles para invitar a todos a participar en el Entierro de Cristo que tendrá lugar más tarde.






         La invitación la formulan los miembros de la cofradía de las Almas, organizadora del Entierro de Cristo y, para ello, se detienen en todas las plazas de la ciudad para que, tras un toque de atención con caja y corneta de doble vuelta, el cantor encargado de ello entone el pregón, cuyo texto es el siguiente:

         Devotos fieles cristianos,
         amigos de Jesús Nazareno,
         Hijo de María Santísima,
         que acaba de morir
         por la Redención del mundo.
         Acudiréis esta tarde, (a la hora fijada)
         a solemnizar su entierro,
         a llorar al pie de la Cruz nuestros pecados.
         Pater noster, Ave María.


         Es, por lo tanto, un anuncio de la hora en que tendrá lugar el Entierro y una invitación a participar en él, como era habitual hacerlo con cualquier otro sepelio que tenía lugar en la ciudad, pregonado a viva voz cuando no se había introducido la costumbre de fijar esquelas impresas.



         Mientras tanto, la imagen yacente de Cristo es velada en la capilla de San José del claustro de la colegiata, acompañada por las de su Madre y el discípulo amado. Como comentamos en días anteriores, la elección de esa capilla no es casual, sino que responde al hecho de ser la de la cofradía que agrupa a los carpinteros, profesión practicada tanto por San José como por el propio Cristo en su juventud.



         Otro acto entrañable es de la recogida de los angelicos, esos pequeños personajes que desempeñan un papel relevante en el Entierro de Cristo. Para ese cometido salió de la colegiata la Unidad de Alabarderos, con su centurión al mando, a las siete de la tarde.




         En formación y al compás de una vibrante marcha se desplazan hasta los domicilios donde residen los angelicos de cada año. Cuando antiguamente la mayor parte de la población vivía en el recinto urbano, su tarea era sencilla. Ahora, al haberse desplazado muchos a urbanizaciones del extrarradio, los alabarderos corren el riesgo de emular a los verdaderos legionarios romanos que eran capaces de efectuar marchas diarias de 50 kilómetros cargados con toda su impedimenta.




         No obstante, gracias a la excelente forma física en la que se encontraban, fruto de los duros ejercicios a los que les somete su preparador, pudieron llegar a tiempo para incorporarse a la comitiva del Entierro de Cristo, trayendo consigo a los dos angelicos.






         Mientras el centurión y los angelicos penetran en el interior del templo, el resto de alabarderos aguardan en el pórtico para rendir honores a la salida del Entierro de Cristo, al que dedicaremos otro artículo.  Su presencia en ese lugar puso de manifiesto el mal estado en el que se encuentra la pintura del pórtico que antes se reparaba todos los años, antes de la Semana Santa y de la posterior salida del Rosario de Cristal. Es algo no demasiado costoso ni desde el punto de vista económico ni por el tiempo a invertir. Independientemente de quien asuma esa tarea, detalle sobre el que no queremos pronunciarnos, lo importante es que hay que realizarla por el decoro de nuestra ciudad en momentos tan importantes como los que congregan allí a muchas personas de dentro y de fuera.

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